Pasados los nueve círculos del infierno, en lo más profundo de este, dejando atrás los gritos de las almas en pena, se encontrarían los demonios más importantes del infierno, generales, príncipes y el mismísimo Lucifer, aquellos encargados de algo más que la tortura, aquellos que se ocupan de los “Encargos especiales” que requieran de la mayor atención, misiones diseñadas para conservar el balance entre el bien y el mal.

En esta categoría podemos encontrar a uno de nuestros protagonistas, Dimitrio, un demonio cruel y despiadado, fuerte como ninguno, candidato a ser uno de los próximos generales del infierno, capaz de darle batalla a un centenar de demonios simples sin mayor esfuerzo, y con la habilidad única de leer el alma a través de la mirada.

A pesar de aún no ser un general su rango no era bajo y era muy respetado por la gran mayoría de los habitantes de las profundidades, sin embargo, existían otros que no estaban de acuerdo con el prestigio que le era concedido, ya que, Dimitrio era aún un demonio joven, unos centenares de años menor que otros con rango inferior o igual al suyo, sin embargo, no era por nada que estaba en su posición, los rangos no eran regalados, si ahí estaba era porque el señor de las profundidades, Lucifer, lo consideraba correcto.

La vida en las profundidades era bastante aburrida, no había mucho que hacer para un demonio de su posición, él era bastante travieso también y le guastaba divertirse, pero no había demasiado que le divirtiera en este lugar, exceptuando las veces que volaba cerca de Cerberus para arrojarle algún que otro hueso a modo de burla para el perro guardián, o las ocasiones en que solía abrirle agujeros a la balsa que transportaba las almas por el rio de los lamentos.

Recorría los siete círculos del infierno, uno por uno, y de vez en cuando le gustaba torturar a los peores seres de cada sitio, enfocándose más en el círculo de los traidores, ya que, a su criterio, hacer el mal era una cosa, pero hacérselo a sus compañeros era digno de los peores castigos imaginables. Ser despiadado no significa siempre ser malvado, y este era el caso de Dimitrio, odiaba todo lo que se pudiera tomar traición, desde la más pequeña de las mentiras, hasta aquellas no tan figurativas puñaladas por la espalda.

Para estos traidores guardaba castigos como el fuego infernal, desmembración y su favorito personal, la venganza de aquellos a quienes traicionaron en vida, creando un ambiente de muerte propiciada por sus propias víctimas una y otra vez.

Aburrido de la rutina del infierno, Dimitrio solía visitar la superficie, siempre vigilando a las personas que ya tenían su entrada al infierno asegurada, cambiando su forma a la de cualquier animal. Su forma favorita era la forma de un perro, quizá porque en el fondo guardaba cierto respeto por Cerberus, además esta era ideal para mirar por todo el pueblo y pasar desapercibido observando gobernantes y autoridades corruptas desde las calles. Muy pocas veces adoptaba forma humana, ya que consideraba a los humanos como criaturas despreciables y deshonestas, veía la traición a través de sus ojos en todos y cada uno de ellos. Y es que... si lo piensas bien, todos tienen un precio.