La señora Matilde era una mujer áspera. Fue bendecida por el universo y tenía de todo en la vida. Una enorme casa, automóvil, ropa y comida en exceso y una fortuna suficiente para dar y convidar. Pero por supuesto ella no compartía ni el cesto de la basura."Todos tienen que trabajar duro para vivir bien" decía la señora Matilde cuando alguien le pedía alguna colaboración económica.

Frente a la lujosa propiedad de Matilde, había un terreno desocupado. La mujer había querido comprarlo antes pero el terreno era de una familia de bajos recursos que les gustaba trabajar la tierra, lo habían heredado de una tía abuela que acababa de morir y la familia decidió ocupar sus tierras.

En honor a la tía fallecida, la familia levantó un huerto para el sustento familiar y con unas tablas viejas de madera hicieron una pequeña casa. Tenían gallinas y un cerdo. Todo era sencillo y pintoresco.

Pero a Matilde le repugnaba la pobreza y quería a toda costa sacar a esa gentuza de su vista. Les ofreció una buena suma de dinero por la tierra, pero la heredera le dijo que quería honrar el deseo de su tía abuela de que sembraran y aprovecharan la tierra fértil. Matilde se fue a casa molesta y les gritó que un día la necesitarían.

El tiempo pasó y la tierra de los vecinos de Matilde se tardó mucho en dar frutos. Mientras tanto la familia pasó muchas necesidades y los niños siempre tenían hambre.

Matilde, acostumbrada al despilfarro, salía todas las tarde con una olla llena de arroz y verduras que ella desechaba por "no comer comida del día anterior" y frente a sus vecinos miserables, lanzaba toda aquella comida al cesto de la basura.

Los vecinos se lamentaban de ver tanto desperdicio de comida y ellos con unos trozos de pan duro en la mesa.

Un día la abuela de la pobre familia que debía soportar las injusticias, desprecios y locuras de Matilde, se levantó y les dijo que la gente que acostumbra a tirar la comida, cuando muere, su alma no descansa y se le ve penar y recoger la comida que tiró en vida una y otra vez como castigo eterno.

Aquellas palabras retumbaron en el silencio de la noche.

El tiempo pasó y la familia logró prosperar. La tierra dio frutos y los miserables salieron adelante convirtiéndose en productores locales.

Mientras que Matilde envejeció y murió. Su fortuna y su lujosa casa se estan desperdiciando ya que no tenía herederos y en vida se encargó de alejar a todos con su mal carácter.

Se levantó una pequeña capilla en su honor y un artesano del pueblo hizo una pequeña escultura de la anciana.

Cuentan los vecinos que por las noches de luna llena, se ve a la pequeña estatua recoger comida por todos lados y se oye a lo lejos el eco del lamento de Matilde.