Llevamos de todo, carpas para protegernos del sol durante el día o del frio cuando llegara la noche, comida para un batallón y bebidas para todos los gustos, incluso una fogata rodeada de rocas para asar el pescado o cantar alrededor de ella.
El tiempo se sentía extraño, como un aire cargado de tensión pero no podía poner mi dedo en la causa. Todo estaba normal, Ana y juan caminando por la playa agarrados de la mano como si solo existieran ellos, Mario ordenando todas las provisiones ante una atenta Mariana que lo miraba con un amor secreto del que todos sabíamos, y él fingía ignorar, mientras Daniel y yo armábamos las carpas.
Desde que me levanté tenia una opresión en el pecho que a penas me dejaba respirar. El despertador sonó más temprano de lo normal porque Juan pasaría por mi de camino a lo de Ana. Me dije que estaba siendo un tonto mientras subía al auto.
Ya habían pasado unas cuantas horas desde que inicio el día cuando de la nada llegó un ventarrón que lo sacudió todo a su paso. Todas nuestras cosas salieron volando en cuestión de segundos.
Mario y yo preparábamos el almuerzo para todos cuando de pronto el cielo se oscureció por completo. El viento tenía tal violencia que nuestras cosas volaba por toda la playa. Los chicos sostenían lo que podían, al igual que nosotros.
Al sentir un alboroto cerca me di la vuelta y vi como Mario luchaba con el viento. De repente me encontré junto a él tratando de alcanzarlo, pero solo pude sostener una delgada cuerda. Halaba con todas mis fuerzas para traerlo al suelo. Los chicos nos veían con pánico y aunque estaban a pocos metros, estaba solo, nadie podía ayudarnos.
Con cada segundo el viento aumentaba. Mis manos ardían en carne viva y, aunque ponía todo de mi, sentía como perdía la batalla por Mario, veía en su rostro la suplica de no dejarlo solo pero el viento pudo más y me lo arrebató de las manos. Y con Mario en el aire, la tempestad se fue con él y trajo la calma que sigue a la tormenta.