Llegué a una ciudad donde todos los niños preguntaban la hora. Al bajar del autobús de pronto me vi rodeado de esos niños que buscaban entre los recién llegados un rostro conocido y al no encontrarlo me abordaron para saber la hora. Creo que tenían la esperanza de haberse equivocado y haber llegado antes de lo acordado, pero al darse cuenta de que efectivamente el autobús 542 de las cinco de la tarde era el ultimo del día, sus caras reflejaron un dolor enorme. Me pareció curioso ver a esos niños solos en la estación, 6 niños que iban desde los 5 hasta los 11, todos diferentes pero actuaban como uno solo, con movimientos casi sincronizados, si uno se movía otro reflejaba el movimiento.

Al salir de la estación seguí mi camino y deje de pensar en ellos. Pase un total de 2 semanas en ese lugar y no pensé en ellos ni un solo día. Seguí con todas mis actividades planeadas sin ningún remordimiento, preocupándome solo por mi. Pero al llegar el final de mi viaje allí estaban, con sus rostros llenos de polvo, esperando por lo que no llegaría. Solos en el mundo, acompañándose los unos a los otros.

Como tenia unas tres horas libres antes de tomar el autobús, entre en la cafetería frente a la estación. Pedí un café junto a la ventana y veía como estos niños parecían buscar algo entre la gente, como si esperaban una respuesta a una pregunta que habían hecho hace mucho. Noté como al igual que yo, las personas que bajaban de los autobuses evitaban hacer contacto visual con ellos, caminando rápido para seguir con sus vidas.

Cuando ya no quedaba nadie, se reunían alrededor de un banco como un equipo deportivo planeando la siguiente jugada. Mientras esperaba llegaron unos 6 autobuses, y cuando todos ellos entraron en la estación, los niños se desplegaban por el lugar, mirando los rostros de los recién llegados con una ansía que partía mi corazón.

Al llegar las 6 de la tarde, pague mi cuenta y camine a la estación. En el camino no dejaba de pensar en esos niños y en que podía hacer por ellos. Sentados