De cómo Ana hizo magia en Halloween
Ana era una niña pequeña que vivía sola con su madre y con su gato: Merlín. El papá de Ana había muerto cuando ella era una bebé y desde ese instante, su madre se prometió que cuidaría de ella y que haría hasta lo imposible para que Ana tuviera todo lo que necesitara y especialmente fuera una niña feliz.
La madre había cumplido su objetivo, hasta que Ana fue a la escuela. El primer día la niña fue muy contenta al colegio, pero cuando la mamá fue a recogerla, la niña dijo que se sentía mal y estuvo muy callada. Al siguiente día comenzó a llorar y le dijo a su mamá que no quería estudiar y también pidió a su mamá que no la llevara más a aquel lugar y que la dejara en casa.
Al ver esto, la madre la convenció para que regresara, pero al llevarla observó que Ana no tenía amigos y que la rechazaban. Inmediatamente habló con la maestra que prometió resolver aquel dilema. Sin embargo, por más que la maestra intentaba que los niños se hicieran amigos de Ana, no lo lograba: la niña permanecía sola y cada mañana era un problema para llevarla a la escuela:
─Mamita, no quiero ir. –decía tristemente Ana.
─Debes estudiar, Ana. Ya verás que hoy sí vas a conseguir amigos.
Pero cada día era peor: Ana se sentía más sola y aislada. Entonces llegó Halloween y en la escuela se organizaron para que todos los niños tuvieran una fiesta inolvidable. Cada niño debía ir disfrazado de lo que quisiera y luego tendrían una competencia en la que tendrían que buscar dulces. El grupo que más obtuviera dulces, era el equipo ganador.
Al principio Ana no quería ir, pero luego, cuando su madre le dijo que le haría el disfraz más hermoso que hubiesen visto, Ana se entusiasmó tanto que estaba deseosa que llegara Halloween:
─¡Quiero que llegue pronto el día! –brincaba Ana con emoción infantil.
Entonces la mamá, que era costurera, comenzó a hacerle el disfraz a Ana. Sabía que tenía que ser especial, no solo porque Ana era su hija, sino porque tal vez aquella sería la forma para que los otros niños comenzaran a aceptarla. Así que buscó las telas más hermosas y brillantes, y creo un disfraz de bruja tan hermoso que la misma Ana quedó sorprendida:
─Gracias, mamita. ¡Es muy hermoso! ¡Eres la mejor mamá del mundo! –apuntó Ana y abrazó a su madre fuertemente.
El día de la fiesta, Ana llegó con su gato Merlín y vestida de bruja. Como todos los niños estaban agrupados, la maestra la puso en un grupo e inmediatamente salieron a buscar los dulces.
Cada grupo de niños salió a la calle a modelar sus disfraces. Acostumbrada a no resaltar, Ana estaba en la parte de atrás de su grupo, pero cuando los niños tocaron la primera puerta, la señora que abrió, observó lo bonita que era Ana y le dijo:
─¡Qué hermosa bruja eres y el gato cómo se llama! –se inclinó para escuchar a la niña.
─Se llama Merlín como el mago y el disfraz lo hizo mi mamita.
─Genial: una bruja siempre lleva su gato y que se llame Merlín, le da más poder! Además, llevas un traje muy hermoso! Por ese traje voy a darles más caramelos – y les dio muchos caramelos. Los niños se emocionaron tanto, que le pidieron a Ana que se pusiera al frente de ellos para que todos vieran su traje hermoso. Ana les hizo caso y se puso al frente. Entonces, cada vez que visitaban una casa y abrían la puerta, los adultos quedaban maravillados con el disfraz de Ana:
─¡¡Qué bruja tan hermosa!! Se merecen muchos caramelos, decían los dueños de las casas, dándoles muchas golosinas.
Al final de la jornada, las calabazas de los niños del grupo de Ana estaban repletas de dulces y ganaron la competencia. Todos brincaban y se reían, y lo mejor, que abrazaban y se reían con Ana que también era feliz porque se sentía aceptada.
A partir de ese día, Ana iba a su escuela feliz porque tenía muchos amigos, los cuales, cada vez que podían, recordaban cómo Ana, con su disfraz de bruja había hecho magia: había hecho que lloviera caramelos y muchas golosinas en sus calabazas.