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Jade looked at Ruben in frustration for the umpteenth time. In her eyes there was absolute determination, but also fear, a very intense fear of losing him. Ruben looked at her again, his pleading eyes seemed to beg her. He didn't need to speak to express what he was thinking.

Jade tried to calm herself. She tugged at her dress and turned her back to him. Ruben could do nothing in the face of a determined and stubborn Jade.

—Who will I be without you? —Jade asked and looked up at the church cross.

—Please don't make this any harder —he began to say in a soft, almost angelic voice.

Jade crossed her arms and, to Ruben, she looked as beautiful as the flowers that adorned her dress.

—Please... —said Ruben again.

—You can't imagine the pain I feel. It is as if I am in a state of imposed defeat. I don't see a happy destiny for me. I don't see myself with anyone but you.

Jade was relieved to say what she felt, but suddenly a shudder ran through her from end to end and then there was much silence, which made her turn away. Despite her infuriation, she couldn't deeply hate Reuben's decisions every time she looked into his eyes. Ruben's eyes were her weak point and made her feel fragile. Ruben had those pure, innocent eyes that could be trusted, gazed into and fallen in love with.

—Why are you crying? —Jade asked in a whisper and slowly wiped Ruben's tears with her delicate hands.

—Jade, I love you —Ruben confessed. —I love you. But God's call is stronger than anything else. God is asking me to give myself to the priesthood. Out of compassion, I ask you to understand my destiny.

Jade looked at him sadly, with her hands placed around Reuben's angelic face, and it was hard for her to pull away. She found it hard to accept the reality that Ruben had completely immersed himself in his faith and that the day of his departure for the seminary was drawing ever closer. No other moment in his life would be as fragile as this one.

For Ruben, who had always felt peace and harmony in contemplating Jade, the situation now overwhelmed him. The sunlight illuminated Jade's dark hair and velvety skin, highlighting her natural beauty. However, this wonderful scene that once comforted him now oppressed him inside.

Ruben wondered if he had understood God's wishes correctly and if he would ever truly forget Jade and his feelings for her. Was his faith stronger than the love he felt for his lifelong friend? And he felt his vocation, which he had clung to for years, begin to fade.

She finally raised her face and met Ruben's gaze. She looked so fragile. The air between them seemed to grow thick. Jade's eyes now reflected a desire to understand. Ruben's seemed to want to get to the end of the fight.

Ruben remembered those days when he and Jade would meet in the churchyard, those days when she would confess her deepest desires and fears to him and he would silently pray for her happiness. For Jade, he was her only and great friend. What will happen to Jade when I am no longer by her side?, he wondered, while a pang of pain pierced his chest.

That night Ruben did not sleep. He spent hours kneeling on the floor of his simple darkened room, silently crying out for answers, as he remembered words from Sunday sermons about love and sacrifice. But would he be brave enough to sacrifice his love for Jade for his devotion to God? At dawn, he finally got up from the floor, feeling overcome with indecision. He looked up at the wooden window through which a few rays of sunlight were already beginning to filter through and, for the first time, he was absolutely certain which path he should take.

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Several years later, Ruben found himself in front of the church he had attended so many Sundays when he was young. He felt nostalgic and happy at the same time. The reason for his visit was the pilgrimage in honor of the Virgin of the Miraculous Medal. Ruben was already a priest and was walking with the people to ask for salvation. Then, unexpectedly, he met the eyes of a beautiful woman looking at him from a distance. It was Jade. The years had passed, but not for her, she was still the same as the last time he saw her. They looked at each other with complicity, until a little girl ran towards her and demanded her attention. Ruben felt infinite peace and great love.

《God bless you forever》, he whispered.

End

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Español

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Jade miró a Rubén con frustración por enésima vez. En sus ojos había una determinación absoluta, pero también miedo, un miedo muy intenso a perderlo. Rubén la volvió a mirar, sus ojos suplicantes parecían rogarle. No necesitaba hablar para expresar lo que pensaba.

Jade intentó calmarse. Tiró de su vestido y le dio la espalda. Rubén no podía hacer nada ante una Jade resuelta y obstinada.

—¿Quién seré yo sin ti? —preguntó Jade y miró hacia la cruz de la iglesia.

—Por favor, no hagas esto más difícil —comenzó por decir él, con voz suave, casi angelical.

Jade cruzó los brazos y, para Rubén, ella se veía tan bella como las flores que adornaban su vestido.

—Por favor... —dijo Rubén nuevamente.

—No eres capaz de imaginar el dolor que siento. Es como si estuviera en estado de derrota impuesto. No veo un destino feliz para mí. No me veo con nadie más que contigo.

Jade se sintió aliviada al decir lo que sentía, pero de pronto un estremecimiento la recorrió de punta a punta y luego hubo mucho silencio, lo que la hizo volverse. A pesar de su enfurecimiento, no podía odiar profundamente las decisiones de Rubén cada vez que lo miraba a los ojos. Los ojos de Rubén eran su punto débil y la hacían sentir frágil. Rubén tenía esos ojos puros e inocentes, en los que se podía confiar, contemplar y enamorarse.

—¿Por qué estás llorando? —preguntó Jade con un hilo de voz y fue secando lentamente las lágrimas de Rubén con sus delicadas manos.

—Jade, yo te amo —confesó Rubén. —Te amo. Pero la llamada de Dios es más fuerte que cualquier otra cosa. Dios me pide que me entregue al sacerdocio. Por compasión, te pido que entiendas mi destino.

Jade lo miró con tristeza, con las manos colocadas alrededor del angelical rostro de Rubén, y le costó apartarse. Le costó aceptar la realidad de que Rubén se había sumergido por completo en su fe y que el día de su partida al seminario estaba cada vez más próximo. Ningún otro momento en su vida sería tan frágil como este.

Para Rubén, que siempre había sentido paz y armonía al contemplar a Jade, ahora la situación lo abrumaba. La luz del sol iluminaba los cabellos oscuros y la piel aterciopelada de Jade, resaltando su belleza natural. Sin embargo, esta escena maravillosa que antes lo confortaba ahora lo oprimía por dentro.

Rubén se preguntó si había entendido bien los deseos de Dios y si olvidaría verdaderamente algún día a Jade y lo que sentía por ella. ¿Su fe era más fuerte que el amor que sentía por su amiga de toda la vida? Y sintió que su vocación, a la que se había aferrado durante años, comenzaba a desvanecerse.

Ella al fin levantó el rostro y se topó con la mirada de Rubén. Se veía muy frágil. El aire entre ellos pareció volverse denso. Los ojos de Jade reflejaban ahora un deseo de entender. Los de Rubén parecían querer llegar al final de la lucha.

Rubén recordó aquellos días en que él y Jade se reunían en el patio de la iglesia, esos días en los que ella le confesaba sus deseos y temores más profundos y él rezaba en silencio por su felicidad. Para Jade, él era su único y gran amigo. ¿Qué sucederá con Jade cuando ya no esté a su lado?, se preguntó, mientras una punzada de dolor le atravesaba el pecho.

Esa noche Rubén no durmió. Pasó horas arrodillado en el suelo de su sencilla habitación a oscuras, clamando en silencio por respuestas, mientras recordaba palabras de los sermones de los domingos sobre el amor y el sacrificio. Pero, ¿sería lo suficientemente valiente como para sacrificar su amor por Jade por su devoción a Dios? Al amanecer, finalmente se levantó del suelo, sintiéndose invadido por la indecisión. Miró hacia la ventana de madera por donde ya empezaban a filtrarse algunos rayos de sol y, por primera vez, tuvo la seguridad absoluta de cuál era el camino que debía tomar.

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Varios años más tarde, Rubén se encontraba frente a la iglesia a la que había acudido tantos domingos cuando era joven. Sintió nostalgia y felicidad a la vez. El motivo de su visita era la peregrinación en honor a la Virgen de la Medalla Milagrosa. Rubén ya era todo un sacerdote y caminaba junto al pueblo para pedir la salvación. Entonces, de forma inesperada, se topó con los ojos de una bella mujer que lo miraba desde la distancia. Se trataba de Jade. Los años habían pasado, pero no por ella, seguía igual que la última vez que la vio. Se miraron con complicidad, hasta que una niña pequeña corrió hacia ella y le reclamó atención. Rubén sintió una paz infinita y un gran amor.

《Dios te bendiga por siempre》, susurró.

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Fin

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Translation by deepl
**Image was taken by me