Nacimos de nuestros padres
y aunque nos comparen,
surgimos como individuos
y no como pares.

Es increíble lo pequeño que somos,
en la inmensidad del universo,
y lo vasto que somos,
para lo ínfimo de los átomos.

Es asombroso que nuestros cuerpos,
provengan de una microscópica partícula,
que, al comenzar su desarrollo,
nos permite vivir, aprender
y también fallecer.

¿Pero que nos hace ser?...
Nuestra esencia al parecer,
proviene de un lugar por conocer,
que no todos llegamos a ver.

La fuerza que nos impulsa,
varía, según como se usa,
y su origen,
va más allá de las calorías que consumimos
o del tiempo que dormimos.

Lo cierto es,
que poseemos un cuerpo para sentir,
un espíritu que nos impulsa a seguir
y un alma que es nuestra esencia para vivir.
El cuerpo,
nos mantiene en este mundo,
conectando con nuestra alma
a través de la mente humana,
dejando a nuestro ser,
percibir para aprender,
y así, poder llegar a florecer.

El espíritu,
mantiene la fuerza del alma y el cuerpo,
a través de un vínculo energético,
que en todos no es idéntico;
Como energía,
el espíritu no se debilita o fortalece,
por el contrario de lo que parece,
sí lo pueden hacer nuestras conexiones,
internas o externas.

El alma,
tan intangible como sabemos,
no sólo conecta con nuestro organismo,
es capaz de formar lazos con otras almas
a través de diferentes vínculos,
y esa capacidad, permite a nuestro ser,
formar parte de otros, sin permanecer,
llegando así, a trascender.

La llave para vivir,
se encuentra en nuestro ser,
la fuerza para girarla,
en nuestro espíritu,
y el cerrojo para abrir,
en nuestro cuerpo.

Somos más que la suma de las partes.

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