Y ahí estaba yo, justo frente a quien era mi enemiga en esta guerra y que aún así amaba con toda el alma pero, ¿como no amar a alguien que te mantuvo cautivo y que aún siendo su enemigo te cuidó como a alguien especial? Quizás fue simplemente el síndrome de estocolmo que se apoderó de mi cuerpo, alma y mente.
Dicen que en la guerra no hay espacio para el amor y los sentimientos, pero en ese contexto de tanta muerte, dolor y ruidos estar juntos era simplemente un escape a tanto caos, yo sabía que este momento llegaría, sabía que ella sentía cosas por mí y también sabía que tendría que disparar en algún momento,sabía que después de abrazarla para protegerla de las bombas, tendría que apuntarme justo en el pecho,sabía que estaba cavando mi propia tumba pero, así es el amor y se tiene que vivir sin miedo
Sabía que después de pasar tantas cosas juntos ella no tendría intenciones de disparar, pero a veces no es lo que quieres, si no lo que toca y a ella le tocaba disparar.
-¡Estoy listo!- Le dije, abrí mis brazos como cuando estaba preparado para abrazarla, pero esta vez era distinto, la frase final no sería abrázame, sería ¡Dispara!
Miré sus ojos fijamente y note cómo se inundaban con lágrimas...
-¡Te amo!- Se escuchó en todo el lugar, seguido de la primera detonación.
¡Jamás te voy a olvidar! También se hubiese escuchado, pero el impacto no me dejó terminar la última palabra y un segundo antes de que la última bala atravesara mi pecho y cayera en el piso me gritó:
-¡Te amo pero, primero yo!-
Afortunadamente ninguna bala fue letal al menos para mí, pero para mi corazón ese "primero yo" fue más que letal...
Fue mi aprendizaje de guerra.
Cuando la intuición hable, calla, escucha y actúa, en guerra solo te tienes a tí, dispara sin mirar a los ojos, dispara sin gritar nada porque aún cuando el corazón gritó ¡te amo! le dispararon a quema ropa.
Richard Suarez