Las ganas de quedarse en aquel lugar, eran más pesadas que las largas horas de aquella noche. Parecía que las gotas de la lluvia caían más lento que nunca, como cada piscar de sus ojos al ver que, aquel momento por el que tanto había esperado, no llegaría.
Las estrellas, solo miraban con resignación el momento. Aún mantenían sus luces atentas, para guiar a quién avivaría de nuevo la luz en su interior, que lo haría de nuevo sonreír, que lo hiciera mantenerse vivo, al menos por algún espacio de tiempo.
Las flores en sus manos, comenzaban a mirar a todos lados. Cada suspiro, cada suplicio, cada ensueño perdido con el paso del viento, hacía que cada una de ellas fuera perdiendo su color, sus pétalos, su ganas de mantenerse con vida.
Dentro de sí, su corazón se hacía aún más pesado, cada latido, se había sincronizado perfectamente con el tiempo del reloj. Cada segundo, una esperanza que se perdía, cada minuto, las ilusiones se irrumpían, dejando en agonía sus sentimientos.
Gotas de lluvias, densas y frías, escondían perfectamente las gotas cálidas, nobles, cargadas de sentimientos que salían de su corazón, gotas que se perdían sin ningún sentido para nadie.
Las luces del lugar titilaban.
Hasta que ya no dieron más de su luz, así como sus ilusiones
Ismael D. Rodríguez
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