El olor a leña quemada hizo que me despertara en medio de una colina cubierta de nieve con sinuosos picos de un blanco que nunca habían visto mis ojos caribeños acostumbrados a playas y arena fina. Alrededor habitaba una espesura infinita de árboles, de los que pude deducir eran pinos poblados de una gran capa de nieve que parecía haber caído hace décadas. Me dirigí a la punta del peñasco buscando un lugar acogedor a donde dirigirme por lo menos a pedir ayuda o un teléfono para llamar (no se a quien en aquel lugar remoto) y a su vez pensaba que seguramente debía estar muy al norte o muy al sur del hemisferio. Mi nariz enseguida percibió algunos olores particulares y mis ojos se movieron instintivamente hacia una pequeña cabaña humeante con luces encendidas con un pequeño lago semicongelado a su derecha y una persona dentro de esta mirando hacia el cielo; como abstraída, lo que me llevo a hacer lo mismo. Por unos cuantos minutos, o tal vez horas, me quede sumergida en un mar de colores estelares que fluían hacían un lugar desconocido por los humanos y del que sabíamos algunas cosas. Mis escasos conocimientos de aquel fenómeno me hacían reír, conocimientos que ni recordaba cuales eran. Yo sabía poco o nada sobre las auroras boreales; un espectáculo que había visto en películas y en documentales de NatGeo. A pesar de haber pasado un tiempo distraída con aquello me espabilé para ponerme en marcha hacia la cabaña. Mis pies empezaron a andar de una manera extraña, mi boca y nariz no dejaban de babear y jadear en ocasiones y no paraba de pensar en la comida que me ofrecerían cuando llegase, además del olor extraño en el ambiente que me tenía pensativa casi desde que abrí los ojos. Aquel olor era característico de los caninos, sobre todo cuando pasaban algún tiempo sin que su amo los bañara. Mi intuición percibía unos ojos azul electrizantes escondidos en algún sitio de aquel bosque. Sin embargo, apuré el paso, pero mientras pasaba por el lago decidí parar un rato para tomar agua helada y descansar. Al asomar mi rostro al agua pude ver mi reflejo en medio de aquellas luces flotantes mientras mis ojos verdes se abrían como platos y el corazón empezaba a latir de forma estrepitosa; mi pecho hacia ruidos que nunca había oído. No creía lo que veía, la lengua se me seco y tuve que moverme, todavía en Shock, para ver mis brazos que ahora eran grandes patas blancas delante de mí. Mire el lago de nuevo, la cabaña que no podía ya visitar, mis patas gruesas y peludas, el cielo que sentía me hablaba en una lengua extraña y solo pudo salir de mi hocico un instintivo y desgarrador ‘Aauuuuuuuu…’ que disminuía y volvía a tomar fuerza cada diez segundo. Aun me sentía incrédula, perdida, desesperada, angustiada pero un sonido a lo lejos hizo que mis largas orejas se pusieran en alerta máxima como cuando los soldados se ponen firmes y saludan a su general cuando lo ven entrar. El sonido venia una y otra vez del espeso bosque de pinos y era el mismo que había hecho unos minutos antes. Pensé que posiblemente había más como yo, que debía encontrar mi manada y seguir mi ruta; mi camino desconocido. Me encamine esta vez hacia los pinos. Al principio trotaba y luego empecé a correr emocionada porque sabía que me esperaban ahí, que no estaba perdida y que tenía un hogar. Mientras hacía esto un sonido particular que provenía del cielo hizo que me detuviera justo en la entrada del bosque. Observé hacia el cielo y las alas de aquella impetuosa águila que me seguía solo pudo darme más confianza. Y antes de seguir a mi destino volví a lanzar hacia la infinidad de la vía láctea un último aullido; posiblemente de felicidad. Al entrar todo se volvió oscuro y espeso; sentía como si avanzara, pero no caminando. Mis parpados se movían con desespero hacia todos lados como si lo hicieran a la velocidad de la luz. La respiración se volvió lenta, los ojos se abrieron pausadamente y mi corazón quedó decepcionado al ver las cuatro paredes sin vida de mi habitación.