Cuando en mi juventud comencé a relacionarme de modo más dedicado con la pintura, en clave de espectador interesado, descubrí al gran pintor del Impresionismo, Claude Monet, de cuya obra, hasta donde pude observarla en revistas o libros de pintura –que entonces llegaban a mi país (Venezuela) a precios accesibles–, quedé prendado.

Monet pintando en su jardín de Argenteuil, por Pierre-Auguste Renoir (1873) - Fuente - Dominio público

Como ocurre, supongo, en la relación de todo interesado en una obra y entre esta y su autor, al cabo de un tiempo volví a visitar la obra accesible de Monet, ya gracias al servicio de internet, y específicamente Google.

Por cierto, quien diera origen al término “impresionismo” para bautizar a esa corriente pictórica nacida y desarrollada en Francia entre 1870 y 1880, con su cuadro Impresión, sol naciente (1872), se alejará de ella con sus obras de la última década del siglo XIX y de años siguientes.

¿Qué me atraía de su obra ahora? Al conocer un poco más acerca de su vida y la evolución de su pintura, destacaron para mí dos líneas fundamentales de su búsqueda: la incidencia de la luz en el cambio de los objetos y la captura de la transparencia en los espacios naturales, ambas, por supuesto, a través de la mirada del observador (pintor).

Monet había dicho: “El motivo es para mí del todo secundario; lo que quiero representar es lo que existe entre el motivo y yo”. Considero que sus búsquedas expresan esta conciencia, aunque no se abandona la exploración en el objeto o motivo mismo.

Dos recursos fueron capitales en lo que alcanzara en tales indagaciones. El primero, la práctica decidida de “la pintura al aire libre”, con la que fue consecuente hasta el final una vez que la asumió, aspecto que ha hecho que la crítica sostenga que Monet fue el más puro de los impresionistas, pues este ejercicio implicaba el contacto directo con los efectos de la luz.

Claude Monet y su esposa sobre la barca atelier, por Edouard Manet (1874) - Fuente - Dominio público

El segundo, haber tomado (de uno de sus maestros) la modalidad de la “serie”, que ya había iniciado hacia mitad de la década de 1860, pero que pasará a ser el tipo de pintura de todo el desarrollo de su obra a partir de 1890. Las “series” le permitirán materializar sus indagaciones de la luz, en primera instancia, ya que suponen el ejercicio de modo consecutivo, a lo largo de los días, de ese cambio que produce la luz en el objeto mirado; lo que se completará en lo que he llamado “transparencia”.

Con la reproducción de algunas de sus pinturas a continuación, trataré de ilustrar lo que esbozo, sin ninguna pretensión de originalidad, pues ya ha sido estudiado por la crítica.

Impresión, sol naciente (1872) - Fuente - Dominio público

En cuanto a los efectos modificadores de la luz en los objetos, la serie que más me cautiva es la de la Catedral de Ruan, realizada entre 1892 y 1894, con traslados hasta esa ciudad y estancia frente a la catedral en diferentes horas del día. Lo que maravilla de la serie es como Monet logra “desmaterializar” la presencia de la fachada de la catedral, proponiendo una “disolución de las formas”, aspecto que será mal visto por críticos de su momento, pero que constituye uno de sus aportes a la pintura.

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