Fuente
La miro triste con su caminar lento hacia el infinito como buscando algo que llene su vida, su espacio. Se encuentra muy sola, la llamo y la vuelvo a llamar. La mujer no quiere volver y continúa con su lento caminar hacia espacios desconocidos, espacios sin luz y sin sombra. Quiero acompañarla, la sigo por el sendero incierto de su vida. Ella voltea y con lágrimas en sus ojos me indica que no. Ahora las lágrimas queman, con desespero, mi rostro.
En ese momento recuerdo el origen de su amargura y tristeza. Me traslado al bello campo donde vivía, soñaba y sonreía, Realizaba las labores del campo con el viento acariciando su alma, el trinar de bellos pájaros alimentaba a su espíritu y el verdor de las praderas la abrazaba y le daba consuelo, las aguas cristalinas de un hermoso riachuelo la invitaban a retozar, a impregnar su cuerpo con fragancia de rosas y violetas que viajan a flor de agua buscando a quién acariciar.
De la ciudad llegó aquel hombre, alto de buena presencia y cuando miró el brillo de los luceros hermosos de ella se prendó de la joven más bonita de aquella estancia. Ella no sabía de galanteos y se sonrojaba cuando él le decía bella y palabras bonitas.
Poco a poco entre la aurora y el ocaso de la región campestre fue surgiendo un romance puro, tierno y de gran sinceridad. En los parajes lejanos bajo la sombra de bellos árboles, cerca del riachuelo y con la melodía cómplice de las aves.
Se consumió aquel amor que quemaba su pecho, sus entrañas. Lo dio todo sin temor, sin malicia, todo por amor y disfrutaba al máximo. Ya cae la tarde y con ella cae la inocencia de la bella dama. Emprende el regreso a la vieja casucha de aquella estancia. El viejito y la viejita la esperaban sabían lo acontecido y la tristeza en sus miradas, cansadas, se reflejaba como el reflejo oscuro de las ramas de aquellos árboles en las aguas cristalinas del riachuelo que triste también estaba.
Pasado un mes, se marchó el hombre, estaba huyendo, y se llevó su inocencia pero no pudo llevarse la vida que dejó en el vientre de ella. Elena, lloraba desconsolada, no creía en tanta maldad y falsedad. Se iba para el riachuelo con su simiente creciendo. Buscaba alivio para su alma, vivía en una oscura soledad. Los viejitos callaban, lloraban pero no reprochaban nada. Roberto su eterno enamorado sentía por lo que ella pasaba y junto con los viejitos, en un rincón de la cocina, lloraba. Hablaba con ellos y les decía: "por favor, hablen con ella. Díganle que la amo, la quiero, la admiro y la respeto". La pareja de ancianos, simplemente callaban y abrazaban a Roberto; que tan bien se portaba con ellos.
Pasa el tiempo y Roberto habla con la bella dama, ya de tres meses de embarazo, "sé que estas sufriendo y dentro de ti un ser creciendo, un ser que necesita de su padre y de su madre, que lo quieran, que lo mimen, lo protejan y le enseñen lo bello del amanecer, olvídate de ese hombre, él no va a volver, no me quieras ahorita te lo ruego, solo déjame estar contigo y con tu niño o niña, sigue amando a ese hombre, no importa, sé que con mi cariño, mi bondad y con mi amor, algún día me vas amar.
Nunca lo amó, tampoco lo aceptó; pero él, fiel siempre la ayudó y con el transcurrir del tiempo, Luis, el hijo de Elena, cazaba con Roberto. Para Luis, Roberto era su padre, a quien amaba, respetaba y con quien creció. Pero en muchas ocasiones, confundido se preguntaba: ¿Por qué no vive con mi madre? Con el pasar de los años, Roberto, ya no mozo, se casó. Ese día Elena, supo lo que perdió, en la soledad de su cuarto lloró. Luis buscó a Roberto y le dijo: "te felicito papá, te quiero mucho; pero no sé qué pasó". El padre contestó: "Hijo, no preguntes, hoy eres un hombre y de tu madre un tesoro".
Elena se despidió de su hijo e inició su lento caminar por aquellos senderos donde no hay atrás. Solo existen espacios que no se pueden palpar, solo existen espacios que no se saben dónde están. Roberto con tristeza la miraba y la quiso acompañar. Ella muy triste se volvió y llorando le indicó que no. Los viejitos esperaban a su hija, sabían lo acontecido. Luis muy triste miraba a su padre que estaba como perdido.
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