La carta jamás entregada

in Cervantes2 years ago

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La carta jamás entregada

Bleefor, 37 años

Después de estar cansado admirando las estrellas que levitan dentro de esa nebulosa encontrada en el estrellado cielo, lo impropio sale al reflejo de ésta.

− Allí habitan los más recónditos secretos.

− Disculpa ¿Qué dijiste? – Respondí y pregunté con mi voz a la par de mi nerviosismo.

− No voltees − Susurra con calma y serenidad, aunque con la nota de firmeza en sus palabras.

En ese momento suspiré, se suponía que estaba solo, aunque me resultaba esa voz tan familiar. Entre mi respiración entrecortada, exasperé con desesperación. Me precipito a voltear sin contar segundos y no hay nadie, mi corazón cesa y la palidez se me quita.

Me incliné en el césped húmedo, corroborar lo que había visto era cónico − o al menos así lo percibían mis ojos −, hinco mi rodilla para poder sostenerme al levantarme, lo hago poco a poco en ese transcurso. Escucho;

− Nos vemos luego. − A lo lejos, la misma voz familiar.

Sin decir ni una palabra me estremecí, y con menuda rapidez me dirigí a la casa, entré y el temor de que alguien estuviera allí me invadió. Jugarretas del colmo, empiezo a caminar hacia la sala de estar, al pisar un tablón de manera sé ha rotó, me dado el golpe extremadamente fuerte, ocasionándome un déjà vu.

«Bleefor, otra vez llegando a la casa alcoholizado, siempre haces desastre, ¡Vete de esta casa!». Surgió esa voz en mi cabeza.

Tengo recuerdos borrosos, con pestilencia a mí. Mis pies se arrastraban, no estoy concretamente seguro si le respondí, todavía con la tónica dominante de mi embriaguez, reminiscencia de estar en el cuarto, estar con los nudillos rotos, al frente de la cocina y el último recuerdo fue vomitando en el sofá, sólo sé que esa mañana amaneció con unos moretones en los brazos, ella me dijo que se había caído. Al saber que el barandal de la escalera estaba roto, vi lo descuidado que he sido.


Jhon Covac, 27 años

«Esta semana ha habido tormentas, y son ocasionadas por las olas de vapor, que transmiten los ríos y lagos cercanos, a las ciudades de Estambul, Bursa, Esmirna, Atalaya, siendo azotadas por esta crisis que han desamparados a varias familias de los suburbanos».

− Apaga eso, no quiero saber más desgracias –. Voz que con un vacío que no cesa.

− Diría más desgracias son ustedes que le pagamos por no hacer nada − Tono hostil, precipitándose al juzgarnos.

− No te crezcas mucho, que tuviste la carrera de tu vida, pero nunca resolviste un caso de la zona − pronunció esa palabra combinada con cierta ira y desaire.

Se hizo un silencio en la sala, los únicos presentes decidimos vernos las caras como estúpidos por tres largos minutos, hasta qué, por magia o casualidad, suena el teléfono de forma escandalosa. Me dirijo a tomarlo y contesto;

− Hola, ¿Quién es?, ¿Qué necesita?, Comando policial de Tragel.

− Revisa el correo, llegará una carta − Tono lúgubre.

− Disculpe está equivocado − Firme a mi respuesta.

− Creo que te conviene muchísimo más que a mí − Siguió insistiendo.

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Sin decir absolutamente nada, me dirigí hacia afuera, me percato hacia los alrededores y no había nadie − un poco desolado para la hora −, abro el buzón con suma delicadeza, no se veía nada, pasé la linterna con una lentitud para observar, en el borde inferior se veía una carta arrugada, pasé detenidamente a guardarla.

Volví a hurgar la calle en donde no se encontraba ningún alma. Entre fingiendo desinterés en todo lo que había pasado. Todos vieron una faceta distinta, pero al mismo tiempo, no le prestaron atención. Siendo las once, casi media noche, me temía que algo sucediera, en un comando policial ¿Qué puede pasar? No lo sé, pero quisiera o no, tengo turno completo, así que, tengo que esperar hasta la siete.

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Sentarme en la silla del sheriff, esa que se estira más de lo normal y rechina por su antigüedad, dónde lo que se solía hacer, era dormir. Mi trasero al sentir la madera anticuada se acomodó al ajuste del mueble, con la misma manera me recosté, al pasar de minutos, segundo o horas, no estoy seguro, empiezo a divagar una sola cosa por mi cerebro ¿Qué tiene esa carta? En todo eso se desenvolvía todo un hilo de interrogantes; ¿Quién la envío? ¿Con qué fin la envío? ¿Me estarán jugando una broma? Todas las preguntas tenían la misma respuesta, abrir la carta.

Me posé sobre el escritorio, saqué la carta de mi bolsillo, esta carta había atizado mi alma de leño, dándole sentido a una urgencia de duda, estando muy arrugada, intenté acomodarme el tupé poniéndola en un estado presentable. Aunque parecía un poco descolorida, se notaba que tenía unas manchas marrones de café, al abrir quedo con un insólito y profundo vacío de preguntas, lo que contenía la carta era...


Bleefor

Otra mañana fría, dónde ni el hedor de la ropa quita lo arcaico que despedaza mi alma. Veo el deslumbrar por mi ventana, quisiera decir que es calidez, pero es un temprano amanecer en estado yerto, el muérdago que coleccionaba por apego a lo que representaba, solo estaba seco. Coloqué a hervir el agua, como lo suele ser en lo rutinario, me pensaba exaltar a no encontrar nada en la hielera, pero ni ánimos a seguir, al sonar ese silbido de la olla hervir, me acerco con rapidez, mi ineptitud causó que me quemará con el agua, tomar café nunca había sido tan amargó cómo esta mañana, sorbo tras sorbo, acabe mi pequeña taza y, sin nada que desayunar, me obligo a salir al pueblo.

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Al salir del carro, viendo qué se conseguía en el tenderete, un gato negro salió del container de basura que poseía este comercio, me miró como si fuera un demonio, se erizó de manera defensiva, saliendo y huyendo al instante… ¡Vaya suerte la mía! Ni los animales me quieren. Paso las puertas eléctricas y me encamino hacia la dispensa, ver carnes de todo tipo me puso indeciso, entré en un lapso de 20 segundos, que se me nubló la mente.

− Bleefor, ¿otra vez carne de res?, ¿No piensas innovar?, Por eso nuestra relación está tan muerta − Decía una voz con un tono ligeramente molesto y con aire de decepción.

− ¿Sabéis algo? ¡No compraré nada! − Mi rostro blanco se enrojeció en cólera

− Al final, ¡eres el único que come en esa miserable casa! – Dijo alguien.

Mi rabia me consumió en ese momento y tiré todo el carrito en pleno mercado y me marché directo hacia la licorería de la calle de atrás.

− Señor, señor.

− Disculpe, ¿Que desea?

− Me puede dar un espacio, para tomar un pescado.

Sin volver a cruzar palabra con ese muchacho, me guíe al despacho, preferí agarrar enlatados que son menos frecuentes en mi dieta, compro y al salir me encuentro un viejo conocido.

Tan formal como para una entrevista de trabajo, pero tan informal como para una parrillada.

− Tokken, hermano ¿Cómo estás? - Después de mucho tiempo mi tono sonó amable.

− Bleefor, bien hermano la vida no me ha tratado mal, cuéntame ¿Sigues jugando póker? - Un poco extrañado me trasmitía esa faceta.

− Desde que dejé de tomar, no he querido volver a lugares así.

− Es mejor así, y ¿Margot?

Aspiré, un minuto muy profundo
− Van tres años, desde que se marchó, no he vuelto a saber de ella − Sentí todo tan pesado e incómodo.


Jhon Covac

Montado en la patrulla en pleno medio día, un poco deslumbrado, despistado por la vía y fijado en que no cometieran una infracción, dónde veo pasar una camioneta roja con un señor alrededor de los cuarenta años, aspecto escandinavo, aunque más allá de lo que pude notar no presté más atención. Tomo el volante con firmeza, conduzco directo a una cafetería afuera de la ciudad.

Al llegar parece haberse cometido un delito, me hago el atento por un instante, mientras pasaba el alboroto para poder almorzar en paz. Dicen que hubo un disturbio, que un hombre golpeó a otro, el victimario huyó en una moto blanca y el otro seguía allí inconsciente, al denotar que era un caso cerrado, me hice el desentendido.

Al pasar como déspota, todos miraron feo, yo disimulé como pude, agarré la carta, y saco el contenido de la mesa. Traía unas fotos, una pareja sentados en una casa con modelo de antaño, en la otra había una foto de los mismos seres, por la parte de atrás una dirección, era de una cabaña que pertenecía a un alrededor de la ciudad. Y entre murmullos de mis labios, delatando mi pensamiento, digo: «Nunca lo he visitado, pero sé dónde es».

Sentía el deber de averiguar, ¿Qué ocurrió con estas fotos y dirección? Llegó una señorita alta con cabello castaño, a colocarme a babear por sus menudas piernas, estropeando la situación.

− Oficial, ¿Cómo está? – Dice ella, con una voz leve, pero seductora.

− Disculpe señorita, ¿Qué desea? – Respondo, directo y suspicaz.

− Siendo usted el emisario de la justicia, quiero saber su estado anímico – Entrompando con un peso más de contumaz.

− Yo estoy bien, pero disculpe me tengo que retirar – Digo yo, otorgándole ese toque de crueldad.

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Quería mantenerme a raya, más la incertidumbre que me ocasionaba esta carta no era normal. Ella sin ser discreta me toma de la muñeca, y con esos labios rojos apetitoso, cambia el tono, dice;

− Necesito que entiendas la gravedad de la carta que te mandé − Tan seria y fúnebre.

Tragué saliva, dejé de ser despectivo, y me puse atento y recíproco a su voz.

− Creó que ya estamos en la misma sintonía – Respondiendo con mi voz tediosa de “sabelotodo”.


Bleefor

Visitar una librería, algo que no hago en años, al parecer los libros contemporáneos no están. Voy pasando por estantería, una tras otra, solo consigo libros actuales ¡Leer los libros de ahora apesta! Hablar de sexo y romance son su único enfoque.

− Pues es lo único que no podía faltar en una relación − Ese susurro que suena a melancolía, pero tan familiar.

Giro, y al no ver nadie ni atrás ni adelante, decido pegar un gritó; «¿Quién eres?» Al saber la soledad que habita este lugar y no recibir respuesta, la inquietud sazona mi alma.

Me poso sobre el sillón, comienzo a leer párrafo con detenida paciencia y atención hasta que;

− ¿Por qué llegas a esta hora imbécil? – Decía una voz, con toques de agresividad

Todo tan borroso, me enredo con mis pies, mi coordinación estaba hecha un desastre, soñoliento, veo el retroceso de lo que pasó esa noche, momento que estuve caminando con una botella, otro estuve parado en la cocina y ella en sometiendo con una mano en mi cara, llorando a todo pulmón, con esa cara de decepción.


Jhon Covac

Pisar esta madera hueca, que cruje con el más mínimo toque, asusta, pero hay que ser indagador. Una puerta corrediza, al entrar se veía intacto, muy polvoreado, pero si en su estado original.

− ¿Te vas a quedar afuera? – Dice ella, sosteniendo mi mano con cierta inseguridad.

− Voy a ir solo por mí – Respondo con una tembladera en mi voz.

Al encontrarnos en la sala unos muebles, con colores tenue, unos manchones rojos en el suelo, el tapiz viéndose lleno de polvo y los barandales de la escalera rotos. Seguimos buscando algo que se viera raro, hasta que vimos pedazos de cabello castaño, un poco extraño, todo se tornaba más tétrico al momento que vimos papeles hechos añicos, junto a más manchones rojos oscuros. Había una puerta que daba con un patio y por la ventana se asomaba la laguna, preferí encaminarme a ver el segundo piso, al observar la alcoba vuelta un desastre, vasos partidos, más salpicaduras rojas, al acercarme pude notar que era como sangre coagulada en la pared, callé para no preocuparla.

– Oye, mira lo que conseguí – Decía ella con audacia y perspicacia.

– Enséñame – Dije yo, curioso de lo que se encontraba.

Me muestra una carta; por fuera se veía un nombre, pero al saber que no teníamos orden de allanamiento, la apresuré para que nos fuéramos rápido. Su terquedad de que había algo más en esa casa no cesaba, aun así, gané la contienda y pude sacarla de ese espantoso lugar.

Se acerca una persona, teniendo una forma de saber que andábamos merodeando, es un viejo con un chaqueta marrón y camisa blanca, nos mira feo antes decir;

– ¿Ustedes qué hacen aquí? – Decía el viejo con el tono en alto, mas también intrigado.

– Mucho gusto soy Jhon, el sheriff de la ciudad y vine hacer una investigación en este hogar.

– Señor oficial, esta casa está abandonada hace tres años – Diciendo bajamente y con la rigidez en sus hombros, decayó.

– ¿Qué ha sucedido aquí? – Pregunto ligeramente intrigado.

– Aquí vivían dos extranjeros, uno llamado Beelfor, o befor, algo así – Respondió sin mucha certeza en el nombre que mencionaba.

– ¿Por casualidad no se llama Bleefor? – Sale ella, siempre de intrépida.

– Continúe – Decía yo, mientras le lanzaba una mirada a ella, suplicándose que se callase.

– Vivían una pareja de casados; el esposo Bleefor y su esposa Margot, hace tres años se marchó la esposa y 3 meses después, él dejo de vivir en esta casa –Continuando hacia un tonar vacío.

– ¿Sabe algo más al respecto del paradero de los dos? – Indagando, viendo cuánto sabría.

– Él, según rumores, está en las afueras de la ciudad en una casa vieja, parte de lo que sé, aunque ni idea a dónde se dirigió la esposa – Dando una expresión sincera.

– Gracias por la información, ya nos marchamos – Incliné la cabeza y agarré a esta mujer por el brazo, parecía una niña malcriada.

Apenas al tomar carretera, me empieza a repetir el motivo de la carta ¿Qué me hizo estar dentro de este royo de estaño que entre más sé, más confundido estoy?

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«Hace unos años atrás, Margot a través de sus cartas que mandaba a mi madre, que en ese entonces eran amigas desde pequeñas, le contaba que sufría abusó físico de su esposo, que era alcohólico, nos contó que se quería ir y dejarlo. Nos preguntó si contaba con nuestra ayuda, mi madre estaba muy de acuerdo, incluso mi padre quería apartar un cuarto para ella. Ellos nos dijeron que se vendrían un tres de mayo, pasó y transcurrieron semanas, mi madre comenzó a llamar a su casa, nadie contestaba, no había línea, veíamos las noticias a ver si le había pasado algún accidente, pero no supimos nada de ella» …

Asentí a todo lo que dijo, y mis labios empezaron a tartamudear;

− Lee la carta, supongo que hablas ese idioma −. El contexto lo volvía todo más oscuro de lo normal.

− Ok, lo haré – Dijo ella decidida.

2 de mayo

“Voy a llegar un poco tarde mañana, porque tengo que atender a la basura que tengo como marido, espérame en el terminal. Besos.”

Atentamente: Margot

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Bleefor

Espasmos en la pierna, caminar se hacía una tortura, siendo tarde ya se refleja una única sombra, de una mujer esbelta, intentaba ignorar eso. Me coloque en la puerta del patio y entre lapso de 20 segundos, comienza a darme una jaqueca intensa, en la cual vuelve aparecer esa voz familiar.

− Tarde o temprano, sabías que lo ibas recordar − Decía entre carcajadas, una forma maquiavélica de torturar.

− Cállate, cállate ¡Maldición! – Rogándole que se callara.

Empecé a ver unas escenas de mi vida, en retrospectiva, cada gritó, cada golpe, hasta que mi cerebro empezó a reproducir con detalles. Un día con exactitud, volvía a mi hogar a las dos y media de la madrugada, tropecé con el buzón, salta una carta de allí y la leo, con menuda rapidez, mi ira se desató. Partiendo la puerta, corrí hacia la escalera, al estar a un escalón caigo de rodillas haciendo una fisura, pero la rabia se encarnó en mí, al verla allí dormida, jalé la sábana, cayendo ella y con un gritó; «¡AAAAAH!», se retumba del dolor.

− ¡Zorra! ¡Me vas abandonar, después de haber dado todo! − La ira en mis ojos engullía con las llamas.

− ¡Maldito! − Palabras del impulso entre el dolor, el llanto y el odio.

− ¿Te vas a ir con alguien más? Dímelo golfa.

− ¡No basura! − Tomando un vaso de vidrio que se encontraba en la vitrina de la cama y lo lanzó, rompiéndolo en la pared.

− ¿Te vas a revelar? – Diciéndolo con un tono macabro.

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Un vaso de whisky que permanecía en la misma vitrina, recliné sus brazos a la misma vitrina y le di con el vaso hasta partirlo en sus manos. Entre lágrimas la sostenía por el cabello, bajaba por las escaleras con sonidos de un ánima que soltaba lamentos. Llegamos a la cocina, ella se levantó, intentando forcejear, acto seguido empieza agarrarme el cabello y me da contra el taburete: «¡kapow! ¡Achís!» sonó el porrazo.

− ¡Abran la puerta! – Voces que se escuchaba en las afuera de la casa.

Estoy tan confundido, es un desastre, no sabía que era real y que era falso. Seguía mi jaqueca, mientras me agarro del cráneo, arranco mis pelos, arrodillado en el piso queriendo que terminará está alucinación.

− Esto es lo que te merece – Digo con la ira desencadenada.

− Perdóname, no te voy a dejar − Me suelta entre quejidos y pesadumbre, hundida en llanto.

La arrastré por su cabellera, atravesé la puerta del patio, la dejé en suelo, agarré una pala y un solo trompazo en ella bastó para dejarla inmóvil en el suelo. Incliné el cuerpo hacia la orilla de la laguna y cayó sin ninguna dificultad.

− ¡Abre la puerta! – Sonaban de nuevo, esta vez más fuertes.

Anonadado entré en lo que mi mente tanto suprimía, recordando el día después que amanecí confundido, pensando que me había dejado.

− Ellos ya están aquí, estás condenado, esté es tu fin mi amor – Decía, con un tono triste.

Entendí, que esa voz tan cruel, tan anonadadora, triste y familiar era Margot…

− Al suelo, esto es un arresto, soy el Sheriff Jhon Covac, se le es acusado por el asesinato de la señora Margot Blanco.


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