Estimados lectores, había anunciado una segunda microficción acerca del insigne escritor español Francisco de Quevedo (ver la primera aquí). Como las anteriores, se forma de una dinámica intertextual (o transtextual); al final doy las referencias. Espero que la puedan apreciar.
Es septiembre de 1645 y presiente que son sus últimos días u horas. El convento de los padres dominicos de Villanueva de los Infantes está más solitario y silencioso que nunca. Allí está, retirado, luego de su presidio en otro frío convento.
Su memoria está ocupada por los sinsabores de los últimos seis años, entre ellos la traición de uno de sus dizque amigos. No puede olvidar el maltrato, desde su rudo apresamiento y la confiscación de sus libros. Recuerda haber escrito: "Fui traído en el rigor del invierno sin capa y sin una camisa, de sesenta y un años, a este convento Real de San Marcos, donde he estado todo este tiempo en rigurosísima prisión, enfermo con tres heridas…". Y ahora siente que esas tres heridas vuelven a abrirse: la de la vida, la del amor, la de la muerte. ¿Alguien lo poetizará luego?
Sabe que su vida ha estado marcada por el atrevimiento, el desorden, la caustica crítica, la imaginación libérrima, el juego del poder, y ha tenido acérrimos enemigos. Nada más ejemplar que lo recogido en el título de aquel libelo que lo condenaba: El tribunal de la justa venganza, erigido contra los escritos de Francisco de Quevedo, maestro de errores, doctor en desvergüenzas, licenciado en bufonerías, bachiller en suciedades, catedrático de vicios y protodiablo entre los hombres. ¡Qué modo tan erudito de ejercer la difamación! ¡Ah, el miserable Luis Pacheco de Narváez!
Y el amor, tan suma de contradicciones… El estigma del misógino para quien ha dedicado a la mujer y al amor lo mejor que ha podido escribir. Flora, Lisi, Jacinta, Aminta, Dora, ¿existieron o las imaginó? Su soltería, sus andanzas libertinas con las chicas de los lupanares, o el amancebamiento con alguna casada o viuda, también lo condenaba ¡Qué paradoja el amor, la vida!
Rememora con tanto cariño aquellos versos de su soneto "Amor constante más allá de la muerte", que ojalá permitan recordarlo entre sus lectores:
"Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado."
Devaneos de su estado. Le perdonarán los siglos, los hombres, su imagen tan querida del polvo, de la ceniza, tan bíblica y tan universal, pero más, que el amor lo haga perdurar.
Y, como siempre la muerte, a ese mar al que nos lleva este río, Don Manrique, pensó. "tanto penar para morirse uno", ¿lo cantará alguien? El sentimiento o la idea de la muerte había estado en él, más con los tempranos fallecimientos de su padres y de su querida hermana. Tan cerca, en tantos lamentables acontecimientos. No la había eludido. Por eso la lectura de uno de sus queridos pensadores, Séneca, le había animado a escribir:
Fuera verdad entera si dijeras has muerto y mueres; lo que pasó lo tiene la muerte, lo que pasa lo va llevando. Morirás. Desde que nací lo sé, por eso lo espero y no lo temo. Morirás. No dices bien: di que acabaré de morir y acertarás, pues con la vida empecé la muerte. Morirás. Me dices lo que sé y callas lo que no sé, que es el cuándo. Morirás.
Recuerda, revive por su memoria. Se tranquiliza después de alcanzar su pensamiento sobre la tercera herida. Por la pequeña ventana del convento, entra una luz tenue. Las manos de alguien cierran sus ojos y cubren su rostro con una manta cálida.
Referencias:
Hernández, Miguel (1998). El rayo que no cesa. España: Edit. Losada.
Quevedo, Francisco de (1999). Antología poética. España: Edit. Boreal.
https://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_de_Quevedo
https://wordpress.danieltubau.com/la-muerte-de-francisco-de-quevedo/
https://www.diariodeleon.es/articulo/afondo/arbol-genealogico-quevedo-ve-luz-primera-vez-ano-1721/20080204000000945892.html
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