La anciana entró en la habitación con una bufanda de un gris desteñido que le tapaba parte de su blanca cabellera. Cargaba consigo un costal del mismo tono de negro del vestido que usaba y que le cubría casi todo el cuerpo, dejando ver únicamente la punta de sus arrugados dedos.
Después de cerrar la pequeña puerta detrás de ella, caminó posando más peso sobre la pierna derecha, hasta llegar a una silla detrás de una mesa de tablas agrietadas que se hallaba en medio de la sala.
El lugar era decorado por viejas paredes vacías, una gran vela encendida y cuatro sillas.
En la espaciosa estancia se hallaban sentados tres adolescentes. Uno moviéndose con inquietud a la izquierda, a la derecha descansaba una muchacha serena; y entre ellos, malhumorado, estaba el último joven.
Delgadas manos se entrelazaron para sostener un mentón que aún conservaba parte de la apariencia torpe de la infancia, pero que denotaba el obvio comienzo de la transición de niño a hombre. Ojos pardos se alzaron al frente, observando con recelo a la ama de aquella peculiar morada.
—¿Cuánto tiempo tenemos que quedarnos aquí?
—Solo esta noche —contestó esta, colocando su saco en el piso.
—¿Por qué no podemos irnos a nuestra casa? —reclamó él, bajando la cabeza y subiendo las palmas, hasta despeinar frustradamente los medianos y oscuros mechones que caían sobre su frente—. No digo lo siguiente por ofender, pero ni mi hermana ni yo la conocemos a usted muy bien.
—En eso tienes razón, niño. Ustedes no me conocen en lo absoluto —respondió ella, volviéndose en dirección al chico—. La verdad es que tengo una deuda que pagar con tu padre. Solo tienen que quedarse por hoy. Mañana podrán largarse a donde quieran.
La quieta chica al lado del muchacho contempló a aquella dama.
—Este lugar no parece muy fiable.
—Tu hermano y tú jamás encontrarán un lugar más seguro en todo el pueblo —declaró la señora con firmeza, seguidamente se sentó y abrió la bolsa delante de ella—. Hay tienen sábanas y almohadas. Tómenlas y pónganse cómodos. Traten de dormir tanto como puedan.
A una esquina, poniéndose de pie, el que había permanecido callado miró a la dueña de aquel extraño aposento con una tenue sonrisa, y si ella no hubiera notado la nerviosa manera en la que el rubio había estado actuando hasta hace un par de minutos, quizás hubiera logrado engañarla con el singular encanto que expresaban sus vívidos iris azules.
—Permítame ayudarle —pidió él con docilidad, tomando los cojines y viendo el frio suelo de hormigón—. Tratemos de descansar por ahora.
Segura de que ellos obedecerían, la mujer se acercó hasta el velón que estaba prendido dentro de un frasco de cristal sobre las maderas. Con el reflejo del fuego danzando sobre el tono ceniza de su vista y tomando un largo aliento, observó a cada uno de los jovencitos en el cuarto y exhaló, sumergiendo el recinto en completa oscuridad.
Detrás de la entrada y circulando la zona con cautela, una figura con ropas negras se hallaba encubierta por la penumbra. Apuntaba con sigilo un fusil a la entrada de aquel sitio. Asechaba, como un depredador cazando presas, a aquellos cuatro individuos.
The old woman entered the room wearing a faded gray scarf that partially covered part of her white hair. She carried with her a sack of the same shade of black as her long-sleeve, midi dress, that only revealed the tips of her wrinkled fingers.
Closing the small door behind her, she walked leaning more weight on her right leg, until she reached a chair in the middle of the room, behind a table of cracked planks.
The only visible things in the place where old empty walls, a large lit candle and four chairs.
Three teens were sitting in the spacious room. One moving restlessly to the left, to the right rested a serene girl; and between them was a grumpy one, the last young man.
Slender hands clasped together around a chin that still had some of the clumsiness of childhood, but that gave way to the beginning of adulthood. Raised brown eyes watched the mistress of that peculiar abode with suspicion.
“How long do we have to stay here?”
“Only for tonight, ” she answered, placing her bag on the floor.
“Why can't we go to our house?” He demanded, lowering his head and raising his palms, frustratingly messing up the medium-dark locks that fell on his forehead. “I do not say this to offend you, but neither my sister nor I know you very well.”
“You're right about that, kid. You really dont know me at all, ” she replied, turning to face the boy. “The truth is, I have a debt to pay to your father. You just have to stay for today. Tomorrow you are free to go wherever you want. ”
The quiet girl next to the boy looked up at the older lady.
“This place doesn't seem very reliable.”
“You and your brother will never find a safer place in the whole town,” the woman declared firmly, then she sat down and opened the sack in front of her. “There are sheets and pillows inside. Take them and make yourself comfortable. Try to sleep as much as you can.”
In a corner, standing up, the one who had remained quiet looked up with a faint smile, and had she not been paying attention to all of them, she wouldn't have noticed the nervous way in wich the golden haired boy was acting a couple of minutes ago, perhaps he could have succeeded in deceiving her with that singular charm of his lively blue irises.
“Allow me to help,” he said meekly, taking the cushions and looking at the cold concrete floor. “Let's try to rest for now.”
Certain that they would obey, the woman approached the candle that was lit inside a glass jar on the wood. With the reflection of the fire dancing on the ashy hue of her vision, she took a long breath, looking at each of the children in there and exhaled, plunging the room into complete darkness.
Behind the entrance of that place and cautiously circling the area, a figure in black robes was hiding in the shadows. Stealthily pointing a rifle at the door. He stalked, like a predator hunting prey, the four individuals inside.