Hola Hivers, hoy les traigo una de las cartas escritas por mi madre en tiempos de su juventud al amor de su vida. Este es una de las primeras escrituras realizadas por ella de muchas otras cartas que jamás fueron enviadas. Como ella no está familiarizada con la tecnología actual, me permitió compartir por esta vía esas letras que escribió hace muchos años con el corazón.

Fuente: Pinterest

Yo paranoide y tú tan lejos:

Hoy es uno de esos días en que necesito escucharte decir que me extrañas mucho, y aunque en estos tiempos suenen casi cursis, solo soy capaz de sentirlas si son dichas por ti, porque son precisamente frases como esas las que nos apuntalan la existencia cuando sentimos que vamos en picada. “Perdón, solo estoy siendo reflejo del resentimiento de escuchar mentiras y a veces me doy la tarea de curtirme del valor de no creer ni siquiera la verdad más bien nacida para no dolerme”. Fueron tantos años diciendo verdades tan grandes que un día ya no supimos cómo enfrentarlas, y sin percatarnos que también existe la palabra olvido, le sumamos a todo lo vivido para convertirnos grandemente, quizás como propia defensa, en pasado y ahora, al unísono con los años me carcome el imperioso deseo de volver a ser joven y rebobinar una de las más lindas historias que nunca fue escrita para continuar viviéndolas contigo.

Estoy neurótica, paranoide, hipersusceptible y a veces, demasiado triste. Es en días como hoy que solo consigo convencerme que nunca has dejado de ser parte mía, permitiéndole a mi estado de ánimo que me deje invocar un solo nombre (el tuyo). No dejo de molestarme al notar una vez más que ya no estás para escuchar cuando me quejo, acurrucarme en tu pecho (para mi sagrado) y encontrar el verdadero sosiego que me hacía sentir realmente el ser más grande, firme y fuerte del universo. Recuerdo que decías que no habías conocido en tus años a una persona como yo, aun sabiendo con tanta certeza que soy capaz de llorar con lágrimas ajenas.

A veces nos creemos intocables cuando vemos las crudezas desde fuera. Yo misma he dicho frases como: -Los años nos endurecen y los golpes nos crecen-. En cambio, he llegado a creer cuando me ha tocado tan cerca, que el tiempo a veces se detiene en la niñez, aletargando inmadurez e inocencia y nos hace eternamente indefensos. Nunca llegamos a crecer, nunca encontramos el reposo a las ideas o el sosiego al carácter. Vivimos en la indetenible montaña rusa que sujeta a duras penas el subir y el caer, sin tener apenas tiempo de detenernos a sujetar las razones que más añoramos para no dejarlas escapar.

Dame una vez más la razón. Vive el blanco y negro presente rezagándote un espacio en el pasado y mira cómo te fuiste y siente como junto a ti partieron un montón de ilusiones que parecían la perfecta postura de nuestras vidas que hoy quizás ya ni recuerdas. ¿Te das cuenta qué de tanto crecer con los años se nos “olvida” incluso las más importantes puntadas de lo que siempre fue nuestra sagrada verdad?... Si fuésemos tan fuertes, tan adultos y maduros, recíprocos y firmes, hoy no estuviese yo paranoide y tú no estarías tan lejos.

Fin…..