Fuente/Source
Español
El Halo (parte 5)
Como todas las mañanas, Edith se sentó al borde de la cama, deseando que el día terminara, que su periodo de vigilia fuera casi imperceptible, para así poder entrar nuevamente en la inconciencia del sueño. Para que se acortara en un día más el tiempo que le faltaba para completar su autoinfligida tortura, la tortura de permanecer en este aterrador mundo, que parecía enloquecer a todo aquel que se atreva a permanecer en él, por más tiempo del debido.
Al igual que todas las mañanas, el frio suelo de la estación le hizo erizar la piel, se puso de pie y observó por la ventana la resplandeciente superficie verde azulada de Quimera, veintinueve mil años habían pasado de su descubrimiento y seguía siendo tan desconocido como la primera vez, tan misteriosamente estéril, cuando debería estar rebosante de vida y a la vez portador de la única forma de vida tan intrigante e incomprensible que resultaba perturbadora.
Hoy, como una vez cada mes, debía descender a la superficie de Quimera, debía enfrentar su irracional miedo por aquellas criaturas, aparentemente inertes e inofensivas, pero que las leyendas, forjadas por miles de años, describían como asesinas silenciosas, capaces de infundir la locura en quienes se aproximasen a ellas.
El pequeño transporte automático, descendió en la costa de uno de los pequeños continentes, las imágenes de las cámaras de la estación y los satélites de vigilancia, mostraron como, extraños y masivos flujos de cristalodermos, parecían confluir en aquel único lugar, algo que nunca antes se había reportado, en los miles de años de observación, de las diversas academias, que habían dedicado infinidad de tiempo y recursos para estudiarlos.
Edith, bajó de la nave embutida en un traje hermético, uno diferente a los usados por sus antecesores, no era la primera en portar uno de estos, pero si una de los primeros. A diferencia de casi todos los otros observadores que había tenido el planeta, el traje que Edith portaba la aislaba, completamente de cualquier frecuencia electromagnética, y poseía una IA y un esqueleto robótico, que, ante cualquier muestra de comportamiento irracional del portador, y tras sedarlo, asumiría el mando y lo llevaría de regreso a la nave.
Para Edith, la experiencia de estar en el interior del traje, era como la de usar cualquier otro, sin embargo, las imágenes que veía y los sonidos que percibía, no eran otra cosa que las frecuencias de luz visible y sonido, que eran reconstruidas digitalmente por la IA, para garantizar el filtrado de cualquier frecuencia parásita que pudiera tener un efecto nocivo sobre el portador del traje.
Todas estas medidas se habían tenido que tomar, dada la recurrencia de trastornos mentales, en los encargados de monitorear a los cristalodermos, lo que muchos psiquiatras habían atribuido al aislamiento del planeta, pero otros achacaron a la posible presencia de emisiones electromágnéticas, aun no identificadas que pudiesen, de alguna forma, afectar al cerebro.
Al estar entre los cristalodermos, Edith, repentinamente, percibió algo que nunca antes había sentido, una particular vibración de baja frecuencia que no podía escuchar en el traje, pero que, sí embargo, podía sentir atravesar todo su cuerpo, toda la costa y las pequeñas colinas que la bordeaban estaban cubiertas por aquellas peculiares criaturas con forma de columnas de cristal, que ahora parecían resonar.
―WILBUR, ¿hay alguna frecuencia de sonido audible o inaudible que estés limitando en este momento? ―preguntó dirigiéndose a la IA de su traje.
―Sí Edith, he detectado un sonido de baja frecuencia inaudible, que está siendo emitido desde todas las direcciones, lo he limitado pues como no es audible, no consideré necesario reproducirlo ―respondió la IA ―. Aunque no parece potencialmente perjudicial.
―Reprodúcelo, pero tradúcelo a una frecuencia audible por favor ―dijo Edith.
WILBUR siguió las instrucciones de Edith, y junto a la vibración que parecía atravesar sus huesos, un perturbador sonido, como un lamento se escuchó en su casco, era un sonido que iba y venía como si fuese llevado por las olas de un mar.
―Es como si cantaran… ―dijo Edith
―El sonido se mueve en un amplio rango de frecuencias bajas inaudibles ―dijo WILBUR ―. Su volumen es tan elevado que, aunque no lo escucharía en circunstancias normales, podría sentir las vibraciones en su cuerpo.
―Puedo sentirlo, aun a través del traje, es sobrecogedor.
A decenas de miles de años luz de Quimera, en las proximidades de la región del halo, donde fueron descubiertos los restos de la flota de Andrómeda, una pequeña flota de quince naves, encabezadas por la Leónidas y su recién nombrado capitán, Oliver Almeida, salían de impulso, con intensión de explorar la zona.
Casi simultáneamente, tres naves alienígenas también salieron de impulso, a poco menos de ocho mil kilómetros de su ubicación, abriendo fuego de inmediato contra la flota humana, destruyendo al instante tres naves, esto, acompañado por un lejano e inaudible cantar, que sólo fue percibido por una humana.
English
The Halo (part 5)
As she did every morning, Edith sat on the edge of her bed, wishing that the day would end, that her period of wakefulness would be almost imperceptible, so that she could once again enter the unconsciousness of sleep. So that the time he had left to complete his self-inflicted torture, the torture of remaining in this terrifying world, which seemed to madden anyone who dares to remain in it, for longer than it should, would be shortened by one more day.
Just like every morning, the cold floor of the station made her skin bristle, she stood up and looked out the window at the glowing blue-green surface of Chimera, twenty-nine thousand years had passed since its discovery and it was still as unknown as the first time, as mysteriously barren, when it should be teeming with life and at the same time carrying the only form of life so intriguing and incomprehensible that it was disturbing.
Today, as once every month, she had to descend to the surface of Chimera, she had to face her irrational fear of those creatures, seemingly inert and harmless, but which legends, forged over thousands of years, described as silent killers, capable of instilling madness in those who approached them.
The small automatic transport descended on the coast of one of the small continents, the images from the station cameras and surveillance satellites showed how strange and massive flows of crystalloderms seemed to converge in that single place, something that had never been reported before in the thousands of years of observation by the various academies that had devoted countless time and resources to study them.
Edith came down from the ship in an airtight suit, one different from those used by her predecessors, she was not the first to wear one of these, but she was one of the first. Unlike almost all the other observers the planet had had, the suit Edith wore isolated her completely from any electromagnetic frequency, and had an AI and a robotic skeleton, which, at any sign of irrational behavior of the wearer, and after sedating him, would assume command and take him back to the ship.
For Edith, the experience of being inside the suit was like that of wearing any other suit, however, the images she saw and the sounds she perceived were nothing more than visible light and sound frequencies, which were digitally reconstructed by the AI to ensure the filtering of any parasitic frequencies that could have a harmful effect on the wearer of the suit.
All these measures had had to be taken, given the recurrence of mental disorders in those in charge of monitoring the crystalloderms, which many psychiatrists had attributed to the isolation of the planet, but others attributed to the possible presence of electromagnetic emissions, as yet unidentified, that could somehow affect the brain.
Standing among the crystalloderms, Edith suddenly sensed something she had never felt before, a particular low-frequency vibration that she could not hear in the suit, but which, nevertheless, she could feel going through her whole body, the whole coast and the small hills that bordered it were covered by those peculiar creatures in the shape of crystal columns, which now seemed to resonate.
-WILBUR, is there an audible or inaudible sound frequency that you are limiting at this time? -She asked turning to the AI in her suit.
-Yes Edith, I have detected an inaudible low frequency sound, which is being emitted from all directions, I have limited it as it is not audible, I did not feel it necessary to reproduce it, - replied the AI -. It does not seem potentially harmful, though.
-Play it back, but translate it to an audible frequency please, - said Edith.
WILBUR followed Edith's instructions, and along with the vibration that seemed to go through her bones, a disturbing, wailing sound was heard in her helmet, a sound that came and went as if carried by the waves of a sea.
-It's as if they were singing, -said Edith.
-The sound moves in a wide range of inaudible low frequencies, -said WILBUR-. Its volume is so high that, although you wouldn't hear it under normal circumstances, you could feel the vibrations in your body.
-I can feel it, even through the suit, it's eerie.
Tens of thousands of light years from Chimera, in the vicinity of the halo region where the remains of the Andromeda fleet were discovered, a small fleet of fifteen ships, led by the Leonidas and her newly appointed captain, Oliver Almeida, were leaving on impulse, intending to explore the area.
Almost simultaneously, three alien ships also came out of impulse, just under eight thousand kilometers from their location, immediately opening fire on the human fleet, instantly destroying three ships, this, accompanied by a distant and inaudible singing, which was only perceived by a human.
Gracias a todos por visitar mi publicación, espero sus comentario y agradezco su apoyo, hasta la próxima
Thank you all for visiting my publication, I hope your comments and I appreciate your support, until next time
Este post ha sido votado por el equipo de curación de Cervantes