~~[ESP]~~
Tuve que abrir los ojos, y con los dedos quitarme los mechones de cabello mojado que me cegaban para saber que era lo que me privaba de seguirme mojando. Cerca de chocar, unos zapatos estaban en frente de los míos, y conforme fui levantando la mirada, ya me iba haciendo a la idea de quién se trataba; unos jeans grises y una ancha chaqueta negra cubrían del frío al cuerpo de aquella chica que, viéndome desde arriba con una mirada de reproche, traía un paraguas que, a muy duras penas, nos cubría a los dos, y con su mano desocupada cargaba una gorda maleta de viaje.
—Te ves horrible—dijo, tan directa y cruda como solo ella podía.
—Gracias. Tú tampoco estás nada mal.
Haciendo un esfuerzo por no quitar la protección encima de mí, se posicionó al lado mío, chocando nuestro hombros por consiguiente. Quise imitarla y centrar mi vista al frente, sobre las calles empapadas, y los carros que se veían a la lejanía. Pero me fue imposible no mirarla de reojo; noté al instante que el paraguas no cubría nuestros cuerpos de forma equitativa, pues su hombro izquierdo yacía desprotegido de la lluvia.
—¿Qué haces aquí? —pregunte.
—A mí me corresponde hacer esa pregunta. ¿Piensas que estar aquí sentado sin alguna clase de protección contra la lluvia es normal? Lo de antes lo decía en serio, te ves patético con toda tu ropa mojada. Hazme el favor, y tan pronto regreses a casa, date un buen baño de agua caliente. ¿Entendido?
Se formó una avergonzada sonrisa en mis labios tras escuchar su regaño.
—Sí. Eso haré.
—Más te vale. ¿Qué diablos haces aquí de todas formas?
Enderece mi postura, pero un suspiro pesado escapándose de mi boca borro cualquier intento de mostrarme dominante de mis emociones.
—No lo sé. Quizás supe que ibas a estar aquí. Dentro de unas horas es tu vuelo, ¿No?
—Bien pude haber seguido de largo y dejarte solo.
—Sí. Pero sé que no lo hubieras hecho.
Contrajo su saliva y emitió un sonido ahogado de queja. El ruido de las suaves ventiscas, la lluvia y el tránsito disminuyeron su intensidad en mis oídos, los cuales estaban enfocados plenamente en la chica pelinegra a mi lado.
—Quizás debí haberlo hecho—volteo a verme, y finalmente abandonamos las sutilezas. Nuestras miradas se encontraron, y dentro de la dureza que ella intentaba simular, pude discernir ciertos matices de preocupación genuina—. Nada impedirá que tome ese avión. Mi decisión ya está tomada. ¿Comprendes eso?
Me causaba gracia el como, ni siquiera en esas circunstancias, abandonaba su actitud cuidadora. Misma actitud que, aunque agradecí, me producía una inmensa vergüenza, y en ese momento, me hizo asentir con inseguridad.
—Entonces... ¿Por qué sigues haciendo estas estupideces?
Por instinto, en un vano intento de disminuir la presión generada por su pregunta, desvíe la vista de ella y la volví a centrar en los alrededores. Desde la acera en la que estábamos, fui poseedor de un amplio rango de visión sobre la clase de autos, camiones y motos que atravesaban las calles. Muy a lo lejos, un taxi encaminándose hacia nuestra dirección se hizo notar. No necesite de alguna confirmación para saber que ese taxi no nos ignoraría.
—Porque creo que podré cambiar algo—dije de manera derrotista y volví a mirarla—. Me gustaría creer que puedo cambiar algo. Y, oye, quizás no puedo evitar tu partida, pero al menos retenerte por unos minutos para que compartieras un último momento conmigo. Así que, de cierta forma, lo logre, ¿no crees?
La sonrisa holgada que tardo en mostrarme no desvío mi atención de la humedad en la que sus ojos, paulatinamente, se estaban envolviendo.
Y como si el destino confabulara con ella, la parada inmediata y el rechinar del claxon del mismo taxi visualizado segundos antes absorbió mi atención. Para cuando retome mi observación a ella, había terminado de pasarse los dedos por las mejillas. Acto seguido, quito el paraguas de encima de nosotros. Las nubes oscuras seguían presentes, pero de ellas ya no caía ninguna gota.
—Es hora—dijo ella, levantándose con resiliencia.
Quise decir algo, pero cualquier palabra mínimamente decente y formal que deseaba emitirle, murieron en el nudo formado en mi garganta. Quise, a su vez, levantarme, y tomarla de la mano, impedir su marcha. Pero mi racionalidad me impidió hacerlo. ¿Qué ganaría con eso? Nada, y agachar la mirada era lo único que me correspondía.
Sin embargo, la caída de un paraguas cerrado y por ende disminuido de tamaño sobre mi regazo, me hizo levantarla de nuevo. Ella, se alejaba en dirección al taxi, arrastrando la maleta con rueditas.
—Quédatelo. Atesóralo como un último recuerdo.
Cuando llego al final de la acera y llevo sus dedos a abrir la puerta trasera del carro, me despoje de cualquier tapujo y esas palabras que tanta vergüenza me provocaron decir, salieron.
—Que voy a hacer... ¿Qué voy a hacer sin ti?
Abrió la puerta como si mi pregunta no hubiera supuesto gran aflicción en ella. Con suma tranquilidad, me dedico una última cálida sonrisa, aquella que tantas veces me ha salvado.
—¿Quién dijo que no estaré contigo?
Y tras decir eso, subió su maleta al asiento, y posteriormente se subió ella. Me quedé el suficiente tiempo ahí, incauto, para visualizar el auto hasta su completa desaparición en el horizonte.
No sé cuánto tiempo estuve ahí sentado, con el paraguas sostenido con fuerza entre mis palmas, pero logré estar el rato necesario para ver al grisáceo de las nubes, borrarse y dar paso a un resplandeciente cielo azul. Las calles y las casas mojadas de la cercanía fueron golpeadas por los fuertes rayos del sol que llegaron para aligerar el clima. Mismo sol, encargado de inundar mi rostro en un aro de calor y secarme mis prendas y piel inundadas.
Mismo sol, que me permitió ver el cielo azul que dentro de poco un avión surcaría, llevándose mis anhelos consigo.
~~[ENG]~~
—You look awful— she said, as direct and raw as only she could.
—Thank you. You don't look bad either.
Making an effort not to remove the protection on top of me, she positioned herself next to me, bumping her shoulder into mine. I wanted to imitate her and focus my gaze straight ahead, on the soggy streets, and the cars in the distance. But it was impossible for me not to look sideways at her; I noticed instantly that the umbrella was not covering our bodies equally, as her left shoulder lay unprotected from the rain.
—What are you doing here?— I asked.
—Do you think sitting here without some kind of protection from the rain is normal? I meant what I said before, you look pathetic with all your wet clothes. Do me a favor, and as soon as you get back home, take a nice hot bath. understood?
An embarrassed smile formed on my lips after hearing his scolding.
—Yes, I will.
—You better. What the hell are you doing here anyway?
I straighten my posture, but a heavy sigh escaping from my mouth erased any attempt to show myself dominant of my emotions.
—I don't know. Maybe I knew you were going to be here. It's your flight in a few hours, isn't it?
-I might as well have gone ahead and left you alone.
—Yes. But I know you wouldn't have.
He contracted his saliva and made a choked sound of complaint. The noise of the soft blizzards, rain and traffic diminished in intensity in my ears, which were fully focused on the black-haired girl next to me.
—Perhaps I should have done it—she turned to look at me, and we finally abandoned the niceties. Our gazes met, and within the hardness she was trying to simulate, I could discern certain shades of genuine preoccupation—. Nothing will prevent me from taking that plane. The cards are already on the table and my decision has already been made. Do you understand that?
I was amused at how, even in these circumstances, he did not abandon his caring attitude. The same attitude that, although I was grateful for it, caused me immense embarrassment, and at that moment, made me nod with insecurity.
—Then... Why do you keep doing these stupid things?
Instinctively, in a vain attempt to diminish the pressure generated by her question, I averted my eyes from her and refocused them on the surroundings. From the sidewalk we were on, I was possessed of a wide range of vision over the kind of cars, trucks and motorcycles that traversed the streets. In the distance, a cab heading in our direction came into view. I didn't need any confirmation to know that this cab would not ignore us.
—Because I think I can change something—I said defeatedly and looked back at her—. I'd like to think I can change something. And, hey, maybe I can't stop you from leaving, but at least hold you for a few minutes so you could share one last moment with me. So, in a way, I succeeded, don't you think?
The loose smile she was slow to show me did not divert my attention from the wetness in which her eyes were gradually becoming enveloped.
And as if fate was in cahoots with her, the immediate stop and honking of the same taxi cab visualized seconds before absorbed my attention. By the time I resumed my observation of her, she had finished running her fingers across her cheeks. She then removed the umbrella from above us. The dark clouds were still present, but not a drop was falling from them.
—It's time—she said, rising resiliently.
I wanted to say something, but any minimally decent and formal words I wished to utter to her died in the lump formed in my throat. I wanted, in turn, to get up, and take her by the hand, to stop her from leaving. But my rationality prevented me from doing so. What would I gain by doing so? Nothing, and looking down was the only thing I could do.
However, the fall of a closed and thus diminished umbrella on my lap made me pick her up again. She was walking away in the direction of the cab, dragging the wheeled suitcase.
—Keep it. Treasure it as a last souvenir.
When I reached the end of the sidewalk and took his fingers to open the back door of the car, I stripped myself of any concealment and those words that caused me so much embarrassment to say, came out.
—What am I going to do... What am I going to do without you?
She opened the door as if my question had not caused her great distress. With the utmost tranquility, she gave me one last warm smile, the one that had saved me so many times.
—Who said I won't be with you?
And after saying that, she put her suitcase on the seat, and then she got in. I sat there long enough, unwary, to watch the car until it completely disappeared over the horizon.
I don't know how long I sat there, umbrella held tightly in my palms, but I managed to sit there long enough to see the grayish clouds fade away and give way to a glowing blue sky. The streets and the wet houses nearby were hit by the strong rays of the sun that came to lighten the weather. Same sun, in charge of flooding my face in a ring of warmth and drying my flooded clothes and skin.
Same sun, which allowed me to see the blue sky that soon a plane would cross, taking my longings with it.
INSTAGRAM: @migueru_shitagaki
✏️Texto escrito por @migueldelli
📸Fotos editadas en Canva