Reencuentro
Hacia un lado, la nostalgia, y en la otra única dirección, la esperanza, son evocadas por el olor de las imágenes.
Rivadavia y Nazca.
El reencuentro se acerca. La primera vez también era un reencuentro, quién sabe de qué eterno tiempo.
Otra dimensión.
Los sentidos son solo nuestros.
Dieciséis pasos antes del puesto de diarios fue cuando adiviné tu segundo nombre.
Esos dieciséis movimientos de nuestros pies, ejercidos sincronizadamente quién sabe cuántas veces, acaso sobre invariables huecos, encajando en porosidades casi subterráneas de idéntica manera, pronunciándose cual firmes raíces que nos conectan con lejanos árboles amigos.
Lo cíclico nos abarca.
Y, en simultáneo, una galaxia de posibilidades se nos presenta.
Aunque, indagando algo más (otra vez los olores), son solo dos.
Un beso o un abrazo.
Medialunas o torta.
Café o té.
Amor o distancia.
Los repetidos olores del pasado. El número 35648 de la escala olfativa de los castores y el 8065 de los felinos son percibidos por nosotros como el mismo: el que recuerda a la siempre misteriosa plaza cuando no estamos en ella. Ya sea en su invocación matinal: bajo un sol tímido (el fuego que no quema) y frente a la brisa de los negocios abriendo sus persianas, o nocturna: donde se oyen parpadear las luces de los automóviles y semáforos, el olor es unívoco. O son dos.
Al alejarnos un poco del mutuo centro del universo, de la esquina mágica, no por ello dejan de entrecruzarse nuestras joviales vanidades.
Si bien es real que el ansioso pulso va cediendo hacia cauces melosos y perpetuos en los que el estar juntos se hace costumbre.
Después, alguna herida.
Traducida en largos metros, se impone como otra nueva dimensión que nos azora.
En la forma de una grieta desértica entre dos abismos acuáticos.
Que pueden tomar el color de sonrientes cascadas o de fútiles lágrimas.
El sonido del agua será una decorosa sinfonía o un murmullo enloquecedor según qué virtuosismo se adopte para padecerlo.
Es el agua que no moja.
Cuando todo esto termina, cuando ya sufrimos todos los dolores del tiempo, a los que nos hallamos habituados (conocemos al tiempo más que nadie y, a la vez, menos que ninguno; sí, el tiempo es nuestra esencia: lo hemos decidido).
Cuando ya sufrimos todos los dolores del tiempo: tan reiterados que devienen rutina, fría y predecible, mecánica por cierto, advertida matemáticamente; una aflicción aguda y punzante que aceptamos reflejando absoluta indiferencia, impasibles, habiéndola mensurado hasta el milímetro y cuya aritmética, en conclusión, no nos afecta.
Es el dolor que no hiere.
Cuando todo esto termina: y por fin, tras arduas épocas, en las que los deseos entrelazados, esbozados hora a hora, esperando parcamente que el otro sienta igual, lanzados al viento con la ilusión de un vuelo acertado; los deseos, entrelazados, son verdaderas montañas, gigantescas, irreductibles ya, a pesar de los intentos, indeformables ya, pese al instinto estético.
Nos acercamos entonces cuando el tiempo, nuestra esencia, lo permite (¿una definición de destino?), al recíproco epicentro.
¿Qué habrá hoy en la esquina?
¿Qué promociones, novedosos productos, qué palomas; qué gente circulará en este día singular?
Lo indudable es que advino el momento de la emoción, en el que las palpitaciones reciben la adrenalina. Se colma de expectativa y el ímpetu es capaz de derribar aquella montaña de deseos y desmenuzarlos, visualizarlos individualmente y disponerse a cumplirlos; siendo que desbordando estas inmensidades subyace el impulso, el nervioso latido de las sensaciones que nos llevan una vez más a la misma situación, en el mismo lugar, pero con infinita sorpresa.
Es el amor, que ama.
Solo dos caminos podemos recorrer: el tuyo o el mío.
Y elegimos transitar ambos, en uno único.
Reunion
On one side, nostalgia, and in the other direction only, hope, are evoked by the smell of the images.
Rivadavia and Nazca.
The reunion is near. The first time was also a reunion, who knows from what eternal time.
Another dimension.
The senses are ours alone.
Sixteen steps before the newspaper stand was when I guessed your second name.
Those sixteen movements of our feet, exercised synchronously who knows how many times, perhaps over invariable hollows, fitting into almost subterranean porosities in the same way, pronouncing themselves as firm roots that connect us with distant friendly trees.
The cyclical embraces us.
And, simultaneously, a galaxy of possibilities presents itself to us.
Although, digging a little deeper (again the smells), there are only two.
A kiss or a hug.
Croissants or cake.
Coffee or tea.
Love or distance.
The repeated smells of the past. The number 35648 of the beavers' olfactory scale and the 8065 of the felines are perceived by us as the same: the one that reminds us of the always mysterious square when we are not in it. Whether in its morning invocation: under a shy sun (the fire that does not burn) and in front of the breeze of the stores opening their shutters, or at night: where we hear the lights of cars and traffic lights blinking, the smell is univocal. Or there are two.
As we move a little away from the mutual center of the universe, from the magic corner, our jovial vanities do not cease to intertwine.
Although it is real that the anxious pulse is yielding towards mellow and perpetual channels in which being together becomes a habit.
Then, some wound.
Translated into long meters, it imposes itself as another new dimension that awes us.
In the form of a desert crack between two aquatic abysses.
That can take the color of smiling waterfalls or futile tears.
The sound of the water will be a decorous symphony or a maddening murmur depending on which virtuosity is adopted to suffer it.
It is the water that does not wet.
When all this ends, when we already suffer all the pains of time, to which we are accustomed (we know time more than anyone else and, at the same time, less than no one else; yes, time is our essence: we have decided).
When we already suffer all the pains of time: so reiterated that they become routine, cold and predictable, mechanical by the way, mathematically warned; a sharp and piercing affliction that we accept reflecting absolute indifference, impassive, having measured it to the millimeter and whose arithmetic, in conclusion, does not affect us.
It is the pain that does not hurt.
When all this ends: and finally, after arduous times, in which the intertwined desires, sketched hour by hour, waiting for the other to feel the same, thrown to the wind with the illusion of a successful flight; the desires, intertwined, are real mountains, gigantic, irreducible already, in spite of the attempts, undeformable already, in spite of the aesthetic instinct.
We approach then, when time, our essence, allows it (a definition of destiny?), to the reciprocal epicenter.
What will be on the corner today?
What promotions, what new products, what pigeons; what people will be circulating on this singular day?
There is no doubt that the moment of emotion has arrived, when the palpitations receive the adrenaline. It is filled with expectation and the momentum is able to bring down that mountain of desires and crumble them, visualize them individually and get ready to fulfill them; being that overflowing these immensities underlies the impulse, the nervous beat of the sensations that lead us once again to the same situation, in the same place, but with infinite surprise.
It is love, which loves.
There are only two paths we can take: yours or mine.
And we choose to travel both, in a single one.
Fotografía / Photograph:
Publicación / Publication: piqsels.com
Licencia / License: De dominio público, CC0 / Public domain, CC0
Traducción / Translation: DeepL.com
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Muy bueno el poema, me alegra que hayas vuelto a publicar en hive. Mis recuerdos de Nazca y Rivadavia son mucho menos poéticos que los tuyos... 😅 Esta parte me pareció genial 👏:
Abrazo. !PIZZA !LUV
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¡Muchas gracias por tu valoración! Sí, Buenos Aires en general está bastante agitada. !PIZZA
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