[ESP-ENG] "Relato de un Azotador" (Cuentos para Fin de Año) 🎆 // "Relato de un Azotador" (Tales for New Year's Eve) 🎆.

in Writing Club3 years ago

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Foto Original del Canal // Original Picture.

Hola amigos de Hive! Con motivo de la finalización del año, y las navidades, tomé la decisión de complacer a varios usuarios de la plataforma que me pidieron hiciera una recopilación de publicaciones de cuentos cortos de mi autoría. El objetivo de esta compilación, es crear una fuente de historias cortas, con las cuales amenizar las tardes y noches que nos aguardan del 2021. Cerrando de manera literaria, con mis mejores escritos, apreciados por ustedes mismos. Es para mí un gran placer, presentarles a continuación “Relato de un Azotador”, enmarcado en el género erótico, espero lo disfruten.

Hello friends of Hive! On the occasion of the end of the year, and Christmas, I decided to please several users of the platform who asked me to make a compilation of publications of short stories of my authorship. The purpose of this compilation is to create a source of short stories, with which to liven up the afternoons and evenings that await us in 2021. Closing in a literary way, with my best writings, appreciated by yourselves. It is a great pleasure for me to present "Relato de un Azotador", framed in the erotic genre, I hope you enjoy it.

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Diseño Original del Canal // Original Design.

"Relato de un Azotador"

En estos tiempos ya nadie recuerda lo que verdaderamente significa la palabra azote. Y es que, en resumidas cuentas, la palabra no hace justicia al efecto del mismo. Algunos creen que es un castigo para aquellos niños que se portan mal, otros que es una simple manía ridícula. Sin embargo, es la mayor forma para dar rienda suelta y homenajear a la parte más digna, más refinada y más generosa de la mujer: sus nalgas. Lo admito, mis palabras podrían sonar como las de un pervertido de aquellos que solemos juzgar día a día. Más en mi teoría de placer, me baso en un simple y único detalle, el ser humano es el único animal dotado de nalgas, los animales en general, presentan lo que llamamos cuartos traseros. Nosotros y en mayor exuberancia las féminas, tenemos esa arrogante y adorable redondez que atrae, que despunta, que invita y provoca. Las mujeres con vil maestría, han logrado llegar a adquirir la forma de unas curvas deliciosas, atractivo irresistible para las manos de cualquier hombre.

Es por tanto que debemos tener cuidado. Porque azotar, no es golpear sin medidas a lo cavernícola, provocando más daño que placer. El azote debe ser una mezcla perfecta entre acariciar y violar al mismo tiempo. No recuerdo en mis años de vida, algo más placentero que unas nalgas que se sacuden bajo la fuerza de una mano precisa, endureciendo la carne trémula y delicada de aquella hembra en cuestión, provocando como reacción manifiesta el suplico por otro golpe preciso en sus nalgas. El efecto es tan poderoso, que lleva al comportamiento femenino a la entrega total. Azotar el culo de una mujer, me atrevo a señalar, es como hacer el amor mientras se observan sus efectos.

Expuesta la idea, me gustaría hacer un poco de historia de como llegué a tales conclusiones. Admito que azotar fue una práctica que conocí por accidente. Algo al estilo de científicos como Arquímedes o Newton, lo hice en bañeras y huertos respectivamente. Fue durante aquel memorable cumpleaños, cuando con mis dieciocho años había optado por perseguir el placer como objetivo general de mi vida.

La gran parte de mis amigos solo eran capaces mediante muchos días de suspiros e intentos baratos de seducción, conquistas breves de muchachas jóvenes, para un mediocre objetivo de besos entrecortados y sobeteos después de horas y horas de películas, bailes y cualquier herramienta de aquellos miserables. En mi caso, no me tomé aquellas molestias, fui directo al grano como cualquier libertino de manual. Contraté a una meretriz para satisfacer mis necesidades.

Su nombre si la memoria no me falla, era Paola, bueno su nombre artístico según ella. Curiosamente conseguí su dirección gracias a mi abuelo, quien contribuyó en gran medida en mi educación y futura depravación. Paola era una muchacha despampanante de unos veinte años, con senos como cilindros que me hacían sujetarme para no deslizar mi cuerpo hacia lo profundo de su sexo. Sexo que rebosaba en labios rojos, carnosos y suaves, que convergían en aroma a coral y dulce. Más superado todo en conjunto, por su fantástico trasero. Ella lo sabía y presumía de el en todo momento. Adoraba mirarla con aquellas telas impías, que marcaban lo ajustado de aquella zona, moldeando dos generosos globos que sobresalían desde sus caderas, balanceándose mientras se movía. En la mayoría de oportunidades que iba en su encuentro, solo se colocaba unas bragas, las cuales formaban una tira de nilón transparente que suavizaba a la perfección, aquellas esferas lechosas, perfectamente formadas.

Resultaba en deleite visual aquella imagen de hembra, que resplandecía por detalles como su vello púbico en llamas, adornando sus carnosos labios, su ansiosa raja, su voluptuoso valle oceánico y por detrás, sus apetecibles medias lunas que contoneaban como bailarinas al compás de un tango embelesador. En resumen, Paola trastornó mi mente y no lograba arrepentirme de los gastos que me ocasionaba cada semana que acudía a su regazo. Es importante destacar que era una profesional de impacto, que cumplía cada uno de mis singulares caprichos al ritmo de las monedas que salían de mi billetera. Caprichos que iban desde el “chino”, en el que la mujer dobla las piernas hasta la cadera, de manera que toque sus nalgas con los talones; o la “rana nadando”, en que la colocaba boca abajo y me envolvía con las piernas; además de la “misteriosa”, en la que hacíamos el amor en una silla de madera, la cual chillaba a nuestro compás, con ella dándome la espalda para apreciar la majestad de su espalda culminada en la imperial masa trasera; siendo nuestro colofón la “cubana”, en dónde vaciaba mi carga blanca y ardiente en aquellos pechos radiantes y deseosos de líquido.

Ningún capricho le era imposible, era una funcionaria al servicio del sexo, que incluso adoraba las novedades y creaba aportes para variar las posiciones de amor, todo acompañado obviamente de una sustancial paga extra. Pero lamentablemente, todo caía en el olvido gracias a mi mayor frustración, la regla de oro de las prostitutas de no correrse. Tal regla me hacía sentir miserable, solo pensar en sus delicadas palabras, sus ánimos, las respuestas chistosas y vagos intentos por consolarme debido a la indiferencia de sus corridas, no hacían más que deprimirme. Solo era un joven, no entendía que ella, era una prostituta, que realmente al no correrse, era más honesta que la amante que finge hacerlo. Y generalmente, damos demasiada valía a tal aspecto, que en verdad, esconde que el placer nunca se encuentra dónde los sexólogos afirman que debe estar.

Como en aquella tarde, dónde Paola estaba sentada a horcajadas sobre mí. Yo me encontraba tumbado en la cama, esperando sus movimientos, por lo que ella guió mi sexo con las manos hasta su gruta escarlata. Parecía una repetición cualquiera de nuestros encuentros, entré en ella con su movimiento de vaivén, mientras me susurraba cosas, logrando el objetivo de atraerme de nuevo hacia aquel trance maravilloso. Pero sin darse cuenta, mi cuerpo arqueado facilitaba el agarre de mis manos sobre sus suaves curvas neumáticas, cuando de repente levanté la mirada hacia mi dulce amazona. Tenía la expresión vacua de alguien que está pensando en otra cosa. Quizás estaba decidiendo que cenaría esa noche o recordando algún trágico recuerdo que la colocó en esa situación. Al ver tal desfachatez con respecto a lo que estábamos haciendo, me enfurecí. Cobrando vida propia, mi mano se levantó y golpeó a la prostituta en el trasero. Nunca había azotado a ninguna mujer, nunca lo había pensado, incluso al leer sobre eso o verlo apenas me excitaba.

El resultado fue asombroso, Paola se echó para adelante y sus ojos se iluminaron. Inclinándose sobre mí, apretó sus labios sobre mi boca y metió su lengua, explorándome, electrificándome. Repetí la acción, dándole un azote más fuerte y centrado sobre sus dos nalgas. Acto seguido Paola empezó a gemir, tembló encima de mí y su sexo se volvió denso como el trópico. Ya no podía controlarme, azoté ese culo, que cedía a mi goce ilimitado, ardiendo bajo mis palmas. Paola acompañaba mi disfrute con feroces gemidos indistinguibles de sus falsos gritos de placer. Estaba extasiado. La habitación ardiendo en ganas, los ruidos de la calle y la húmeda cama, dejaron de existir. Estaba pegado a aquellas nalgas, enrojeciendo su esplendor bajo mis manos. La eternidad, descubrí, era aquel culo que bailaba bajo mis palmas. Paola se retorció, suspiró y jadeó, se empaló en mi sexo, estando tan abierta que mis testículos hubieran entrado sin problemas. Terminando en una explosión que desconocía de ella, me cubrió con un flujo de lava, chillando como loca hasta el límite de su voz. Yo le respondí disparando mi leche en ráfagas que parecían durar eternamente.

Cuando recobré el sentido, en las calles, lejos del espectáculo de fluidos del cuarto de Paola, quien decidió no cobrarme aquella tarde, volví a mis adentros y reflexione sobre mi futuro. Mis relaciones normales con las mujeres parecían de repente carentes de sentido. Había descubierto un raro y grato placer en el azote; era algo superior a mí. Solo me arrepentía de una cosa: había azotado aquel culo sin que yo pudiera verlo, de forma que no pude contemplar que aspecto tenía. La imagen me perturbó la imaginación todo el día, soñando en como sería, si volviera hacerlo, pero esta vez, observando el movimiento de sus nalgas desde detrás, dibujando mi gesto como una película a cámara lenta, para saborearlo mejor, excitado hasta el punto de casi no poder andar. Solo quedaba una solución, dar rienda suelta al azote, no solo con Paola, sino para siempre, recobrar tal instinto animal, que todo hombre tiene, el instinto de tener la carne en nuestras manos. El instinto de azotar.

"A Flogger's Tale"

These days no one remembers what the word "scourge" really means. In short, the word does not do justice to its effect. Some people think it is a punishment for misbehaving children, others think it is just a ridiculous mania. However, it is the ultimate way to unleash and pay homage to the most dignified, the most refined and the most generous part of a woman: her buttocks. I admit, my words might sound like those of a pervert of those we tend to judge from day to day. But in my theory of pleasure, I base it on a simple and unique detail, the human being is the only animal endowed with buttocks, animals in general, present what we call hindquarters. We, and in greater exuberance the females, have that arrogant and adorable roundness that attracts, that stands out, that invites and provokes. Women, with vile mastery, have managed to acquire the shape of delicious curves, irresistible attraction for the hands of any man.

It is therefore that we must be careful. Because spanking is not to hit without measures in the caveman way, causing more harm than pleasure. Spanking should be a perfect mix between caressing and raping at the same time. I do not remember in my years of life, something more pleasurable than buttocks that shake under the force of a precise hand, hardening the trembling and delicate flesh of that female in question, provoking as a manifest reaction the plea for another precise blow on her buttocks. The effect is so powerful that it leads the female behavior to total surrender. Spanking a woman's ass, I dare to point out, is like making love while observing its effects.

Having stated the idea, I would like to give a little history of how I came to such conclusions. I admit that flogging was a practice I came across by accident. Something in the style of scientists like Archimedes or Newton, I did it in bathtubs and orchards respectively. It was during that memorable birthday, when with my eighteen years I had chosen to pursue pleasure as the general goal of my life.

The great part of my friends were only capable through many days of sighs and cheap attempts of seduction, brief conquests of young girls, for a mediocre objective of half-hearted kisses and fondling after hours and hours of movies, dances and any tool of those wretches. In my case, I didn't take that trouble, I went straight to the point like any textbook libertine. I hired a whore to satisfy my needs.

Her name, if memory serves me correctly, was Paola, well her stage name according to her. Oddly enough I got her address thanks to my grandfather, who contributed greatly to my education and future depravity. Paola was a stunning girl in her early twenties, with breasts like cylinders that made me hold on so as not to slide my body deep into her sex. Sex that brimmed with red, fleshy, soft lips, which converged in the scent of coral and sweet. More surpassed all together, by her fantastic ass. She knew it and flaunted it at all times. I adored looking at her with those ungodly fabrics, which marked the tightness of that area, molding two generous globes that protruded from her hips, swaying as she moved. Most of the times I went to meet her, she only wore panties, which formed a strip of transparent nylon that perfectly smoothed those perfectly formed milky spheres.

It was a visual delight that image of a female, which shone for details such as her flaming pubic hair, adorning her fleshy lips, her eager slit, her voluptuous oceanic valley and behind, her appetizing half moons that wiggled like dancers to the beat of a ravishing tango. In short, Paola upset my mind and I could not regret the expenses she caused me every week I went to her lap. It is important to note that she was a professional of impact, who fulfilled each of my unique whims to the rhythm of the coins that came out of my wallet. Whims that ranged from the "Chinese", in which the woman bends her legs up to her hips, so that I touch her buttocks with my heels; or the "swimming frog", in which I placed her face down and wrapped her legs around me; and the "mysterious", in which we made love on a wooden chair, which squeaked to our rhythm, with her turning her back to me to appreciate the majesty of her back culminating in the imperial rear mass; being our culmination the "cubana", where I emptied my white and ardent load in those radiant breasts and desirous of liquid.

No whim was impossible for her, she was a functionary at the service of sex, who even loved novelties and created contributions to vary the love positions, all obviously accompanied by a substantial extra pay. But unfortunately, everything was falling into oblivion thanks to my biggest frustration, the golden rule of prostitutes not to cum. Such a rule made me feel miserable, just thinking about her delicate words, her encouragement, the joking answers and vague attempts to console me due to the indifference of her cumming, did nothing but depress me. I was just a young man, I didn't understand that she was a prostitute, that really by not cumming, she was more honest than the mistress who pretends to do it. And generally, we give too much value to such aspect, which in truth, hides that pleasure is never found where sexologists say it should be.

As in that afternoon, where Paola was sitting astride me. I was lying on the bed, waiting for her movements, so she guided my sex with her hands to her scarlet grotto. It seemed like a repeat of any of our encounters, I entered her with her back-and-forth motion, as she whispered things to me, achieving the goal of drawing me back into that wonderful trance. But without realizing it, my arched body was facilitating the grip of my hands on her soft pneumatic curves, when suddenly I looked up at my sweet amazon. She had the vacant expression of someone who is thinking about something else. Perhaps she was deciding what she would have for dinner that night or recalling some tragic memory that placed her in that situation. Seeing such brazenness about what we were doing, I became enraged. Taking on a life of its own, my hand rose up and smacked the prostitute on the ass. I had never spanked any woman, never thought about it, even reading about it or seeing it barely turned me on.

The result was amazing, Paola leaned forward and her eyes lit up. Leaning over me, she pressed her lips over my mouth and thrust her tongue in, exploring me, electrifying me. I repeated the action, spanking her harder and more focused on both her buttocks. Then Paola began to moan, she trembled on top of me and her sex became thick as the tropics. I could no longer control myself, I whipped that ass, which yielded to my unlimited enjoyment, burning under my palms. Paola accompanied my enjoyment with fierce moans indistinguishable from her false cries of pleasure. I was ecstatic. The room burning with desire, the noises of the street and the damp bed, ceased to exist. I was glued to those buttocks, reddening their splendor under my hands. Eternity, I discovered, was that ass dancing under my palms. Paola squirmed, sighed and gasped, impaled herself on my sex, being so open that my testicles would have entered without problems. Ending in an explosion I was unaware of from her, she covered me with a lava flow, squealing like crazy to the top of her voice. I responded by shooting my cum in bursts that seemed to last forever.

When I came to my senses, out on the streets, away from the fluid spectacle of Paola's room, who decided not to charge me that afternoon, I turned inward and reflected on my future. My normal relationships with women suddenly seemed meaningless. I had discovered a rare and pleasurable pleasure in spanking; it was something beyond me. I had only one regret: I had spanked that ass without my being able to see it, so I could not contemplate what it looked like. The image disturbed my imagination all day long, dreaming of what it would be like, if I did it again, but this time, watching the movement of her buttocks from behind, drawing my gesture like a slow motion movie, to savor it better, excited to the point of almost not being able to walk. There was only one solution left, to give free rein to the whipping, not only with Paola, but forever, to recover that animal instinct, that every man has, the instinct to have the flesh in our hands. The instinct to whip.

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inCollage_20211223_185850413.jpg Compilación de algunos cuentos de mi autoría // Compilation of some stories of my authorship.


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