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En el proceso de reconexión con mis raíces más profundas, me sumerjo en la tarea de cultivar mi esencia en su estado más puro. Aquí, en el lugar que llamo hogar, se yergue majestuoso un árbol de ortiga, cuya presencia vigorizante me recuerda la vitalidad intrínseca de la naturaleza que nos rodea.
Es en el diálogo silencioso con estas criaturas del reino vegetal que estoy adquiriendo la habilidad de comunicarme más allá de las palabras, de escuchar los secretos susurrados por el viento que me guían hacia la esencia misma de la vida.
El desafío de apartar la mirada del mundo digital, de desviar mi atención hacia lo que verdaderamente importa en mi existencia, implica una renuncia progresiva a una parte de mí que se disipa en la vorágine de información y distracciones virtuales.
Sin embargo, en ese proceso de desapego hacia lo superfluo, encuentro la recompensa de reencontrarme con mi verdadero ser, de hallar la autenticidad perdida en la maraña de estímulos digitales.
Cada vez que desvío mi enfoque hacia lo esencial, hacia lo que nutre mi espíritu y mi ser, me encuentro a mí misma de nuevo, enriquecida y fortalecida por la conexión con lo genuino.
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La presión de mantener una presencia constante en las redes sociales, de alimentar la voracidad de seguidores ávidos de contenido efímero, me sumió en un estado de ansiedad y dudas.
La necesidad percibida de ser relevante en un mundo virtual que demanda atención constante me llevó a cuestionar mi propia valía, a temer la pérdida de algo que en realidad nunca fue esencial para mi verdadero ser.
El temor a perder seguidores, a no ser lo suficientemente visible en el tumulto digital, me envolvió en una espiral de preocupaciones que ahogaban mi creatividad y mi autenticidad.
Fue en un instante de claridad, en un despertar liberador del corazón, que la perspectiva cambió. La revelación de que compartir una obra de arte, una expresión del alma, con unos pocos seres humanos no disminuye su belleza ni su valor, sino que lo potencia al convertirse en un acto de generosidad y conexión auténtica con aquellos que comparten mi camino.
La autenticidad de compartir desde el corazón, de expandir los límites de mi ser a través de la creatividad, me permite amar a otros seres humanos a través de lo que mejor sé hacer: expresar mi alma a través del arte.
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Comprendo la necesidad de construir comunidades, de cultivar espacios de conexión y pertenencia para sostener nuestros trabajos y compartir nuestras historias con el mundo.
Es maravilloso poder llegar a un público amplio, impactar a muchos con la fuerza de nuestro carácter y la profundidad de nuestras historias, sin embargo, al final del día, en la calma de la noche que precede al descanso, lo verdaderamente valioso, lo que perdura más allá de las vanidades del mundo, es aquello que llevamos en nuestras manos, en nuestro ser auténtico y profundo.
En el crisol de la existencia, donde se funden las experiencias y los aprendizajes, descubrimos que la verdad más pura, la esencia más genuina de nuestro ser, reside en la capacidad de crear, de amar, de trascender las limitaciones mundanas y abrazar la plenitud de nuestra existencia.
En ese santuario interno que es nuestro ser, en esa chispa divina que nos anima, encontramos la verdadera riqueza, la autenticidad que nos define y nos eleva más allá de las apariencias efímeras del mundo material.
En esa conexión con nuestra esencia, en el acto de compartir desde el corazón, encontramos la plenitud y la dicha que trascienden las vanidades del mundo exterior.
In the process of reconnecting with my deepest roots, I immerse myself in the task of cultivating my essence in its purest state. Here, in the place I call home, a nettle tree stands majestically, its invigorating presence reminding me of the intrinsic vitality of the nature that surrounds us.
It is in silent dialogue with these creatures of the plant kingdom that I am acquiring the ability to communicate beyond words, to listen to the wind-whispered secrets that guide me to the very essence of life.
The challenge of looking away from the digital world, of diverting my attention to what really matters in my existence, implies a progressive renunciation of a part of me that dissipates in the maelstrom of information and virtual distractions.
However, in this process of detachment from the superfluous, I find the reward of rediscovering my true self, of finding the authenticity lost in the tangle of digital stimuli.
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Each time I shift my focus to what is essential, to what nourishes my spirit and my being, I find myself anew, enriched and strengthened by the connection to the genuine.
The pressure to maintain a constant presence on social media, to feed the voracity of followers hungry for ephemeral content, plunged me into a state of anxiety and self-doubt.
The perceived need to be relevant in a virtual world that demands constant attention led me to question my own worth, to fear the loss of something that was never really essential to my true self.
The fear of losing followers, of not being visible enough in the digital melee, enveloped me in a spiral of worries that stifled my creativity and authenticity.
It was in a moment of clarity, in a liberating awakening of the heart, that the perspective changed. The revelation that sharing a work of art, an expression of the soul, with a few human beings does not diminish its beauty or value, but rather enhances it by becoming an act of generosity and authentic connection with those who share my path.
The authenticity of sharing from the heart, of expanding the limits of my being through creativity, allows me to love other human beings through what I do best: expressing my soul through art.
I understand the need to build communities, to cultivate spaces of connection and belonging to sustain our work and share our stories with the world.
It is wonderful to be able to reach a wide audience, to impact many with the strength of our character and the depth of our stories, yet at the end of the day, in the calm of the night that precedes rest, what is truly valuable, what endures beyond the vanities of the world, is what we carry in our hands, in our authentic and profound selves.
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In the crucible of existence, where experiences and learnings merge, we discover that the purest truth, the truest essence of our being, lies in the capacity to create, to love, to transcend worldly limitations and embrace the fullness of our existence.
In that inner sanctuary that is our being, in that divine spark that animates us, we find the true richness, the authenticity that defines us and elevates us beyond the ephemeral appearances of the material world.
In that connection with our essence, in the act of sharing from the heart, we find the fullness and joy that transcends the vanities of the outer world.
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