El otro está allí para enseñarnos que tan valiosos somos cuando estamos tristes, para regalarnos esas palabras de aliento que nos hacen entender que no todo es dolor, que todo pasa, que nada dura para siempre y que volveremos a sonreír. El otro está allí para darnos una mano amiga cuando la necesitamos, cuando no podemos solos, estos serían mis vecinos. También el otro está allí para hacernos reír con sus ocurrencias y hasta para decirme “que viva la vida y que no deje que la vida me viva”. El otro está allí para enseñarnos valores con su comportamiento, de hecho, cuando me he dado cuenta de ello, he llegado a apreciarlo más y hasta se ha ganado mi admiración. Gracias al otro, he aprendido a adoptar una excelente postura profesional en mi sitio de trabajo, a ser más organizado y a dar siempre lo mejor de mí en cada actividad que realizo.

El otro está allí para reprender de forma amable cuando cometo una imprudencia sin querer y para decirme que debo ser más discreto para evitar hacer sentir mal a otros. También está allí para decirme que no hay que subestimar a la gente, y sé, que es algo que debo corregir. En estos días, me pasó, hice un comentario jocoso respecto a una frase que dijo un compañero de trabajo y enseguida “el otro” me dijo “nunca subestimes a las personas, pueden sorprendernos en relación a los lejos que pueden llegar. Aunque lo había dicho en broma, enseguida reflexioné, el otro estuvo allí para hacerme recapacitar porque nos dejamos llevar por las apariencias. Es algo que debo corregir y le agradezco al otro por hacérmelo saber.