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La tierra, en su infinita sabiduría, reclama lo que le pertenece, y al final de nuestros días, inevitablemente regresamos a ella. Este reclamo es universal; nadie está exento de su llamado.
Para vivir en armonía, debemos aprender que somos parte de un sistema mucho más grande que nosotros mismos. Cuando digo "aprender", lo hago con total convicción, ya que a menudo nos consideramos superiores a todo lo que nos rodea, incluso a nosotros mismos.
Este sentimiento de superioridad surge del miedo existencial que sentimos al aceptar nuestra pequeñez ante la vastedad de este planeta, tan inmenso y genuino.
A pesar de esta realidad, continuamos luchando entre nosotros por la diversidad y la igualdad de derechos. Sin embargo, hemos sido tan necios que nuestras confrontaciones han causado daños a todo lo que nos rodea.
Nuestros prejuicios y la necesidad de sentirnos superiores nos llevan a actuar de maneras que perjudican a los demás. Nos autodenominamos justos y soberanos, humildes y generosos, y nos esforzamos por destacar como seres buenos.
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Esta necesidad cotidiana de prevalecer y de gritar "aquí estoy" ha dado lugar a sociedades enormes, incluso gigantescas, que ignoran y desprecian el entorno en el que nacemos, vivimos y eventualmente morimos. Solo nos importa el "ahora" del "yo".
Es fundamental que nos unamos desde el respeto y actuemos con justicia. No basta con sentir solidaridad o ayudar al prójimo en tiempos de desgracia; tampoco son suficientes los proyectos económicos a largo plazo si la opulencia se convierte en un término que solo denota presencia.
Seamos sinceros y reconozcamos que la tierra está reclamando, a través de sus acciones, una humanidad más consciente de las necesidades existenciales de los demás.
Cada desastre natural, en comillas, es el resultado de un sistema que ha arrojado a las personas a lugares vulnerables, donde solo aquellos que no han podido encontrar refugio en áreas seguras sufren las consecuencias.
El poder ha marcado, a lo largo de los siglos, dónde viven aquellos que tienen todo y aquellos que no. Sin embargo, hermanos del mundo, la tierra reclama, y como mencioné antes, nadie está exento de sufrir en carne propia este reclamo.
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Aun creyendo que estamos lejos de cualquier anomalía, estamos sujetos a cambios climáticos, al aumento del nivel del mar debido a los movimientos de las placas tectónicas, a erupciones volcánicas, deslizamientos de tierra, inundaciones y incendios.
La tierra exige que sus habitantes comprendan que la fragilidad de su sistema es resultado de un transitar sin respeto por parte de la humanidad.
Nos hemos apropiado de sus recursos, hemos alterado sus sistemas, desforestado, urbanizado y destruido sin cesar, todo mientras la contaminación crece en forma de desechos que se acumulan en impresionantes basureros o se vierten en nuestros ríos, lagunas y mares.
No nos importa el futuro de este inmenso hogar que se nos ha prestado para vivir, y para que también vivan nuestros descendientes. No es casualidad que las antiguas sabidurías compararan al creador con la madre tierra, y que se nos enseñara a vivir en comunión, con respeto y cuidado.
Ante la desgracia, no debemos culpar a nuestra tierra ni al creador. Es urgente replantear nuestras acciones. Solo así podrán descansar nuestros muertos ante cada catástrofe terrenal.
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Pido disculpas si mis palabras hieren o molestan a alguien; esta es simplemente una reflexión nacida del dolor y la indignación al ver que siempre son los que menos tienen quienes más sufren y quienes menos dañan.
Es esencial que tomemos conciencia de nuestra relación con la tierra y con los demás. La lucha por la igualdad y la diversidad no debe llevarnos a la confrontación, sino a la comprensión y la empatía.
Debemos reconocer que todos somos parte de un mismo tejido, y que nuestras acciones tienen repercusiones en el bienestar de nuestro entorno y de las generaciones futuras. La tierra nos ha brindado un hogar, y es nuestra responsabilidad cuidarla y protegerla.
La historia nos ha enseñado que los desastres naturales no son meras coincidencias, sino el resultado de un desequilibrio que hemos creado. La explotación de recursos, la contaminación y la falta de respeto hacia el medio ambiente han llevado a la tierra a un punto crítico.
Si no cambiamos nuestra forma de interactuar con el mundo, el reclamo de la tierra se intensificará, y todos, sin excepción, enfrentaremos las consecuencias.
Es momento de actuar con responsabilidad y de reconocer que la lucha por la justicia social y ambiental está interconectada. No podemos seguir ignorando el sufrimiento de aquellos que son más vulnerables.
La solidaridad debe ir más allá de las palabras; debe traducirse en acciones concretas que promuevan un cambio real.
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The earth, in its infinite wisdom, claims what belongs to it, and at the end of our days, we inevitably return to it. This claim is universal; no one is exempt from its call.
To live in harmony, we must learn that we are part of a system much larger than ourselves. When I say “learn,” I do so with full conviction, for we often consider ourselves superior to everything around us, including ourselves.
This feeling of superiority arises from the existential fear we feel in accepting our smallness in the face of the vastness of this immense and genuine planet.
Despite this reality, we continue to fight among ourselves for diversity and equal rights. However, we have been so foolish that our confrontations have caused damage to everything around us.
Our prejudices and the need to feel superior lead us to act in ways that harm others. We call ourselves righteous and sovereign, humble and generous, and strive to stand out as good beings.
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This daily need to prevail and to shout “here I am” has given rise to huge, even gigantic, societies that ignore and disregard the environment in which we are born, live and eventually die. We only care about the “now” of the “I”.
It is essential that we unite with respect and act justly. It is not enough to feel solidarity or to help others in times of misfortune; neither are long-term economic projects enough if opulence becomes a term that only denotes presence.
Let us be sincere and recognize that the earth is demanding, through its actions, a humanity that is more aware of the existential needs of others.
Every natural disaster, in quotes, is the result of a system that has thrown people into vulnerable places, where only those who have not been able to find refuge in safe areas suffer the consequences.
Power has marked, over the centuries, where those who have everything and those who do not live. However, brothers of the world, the earth claims, and as I mentioned before, no one is exempt from suffering in their own flesh this claim.
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Even if we believe that we are far from any anomaly, we are subject to climate change, sea level rise due to tectonic plate movements, volcanic eruptions, landslides, floods and fires.
The earth demands that its inhabitants understand that the fragility of its system is the result of mankind's disrespectful transit.
We have appropriated its resources, altered its systems, deforested, urbanized and destroyed without ceasing, all while pollution grows in the form of waste that accumulates in impressive dumps or is dumped in our rivers, lagoons and seas.
We do not care about the future of this immense home that has been lent to us to live in, and for our descendants to live in as well. It is not by chance that the ancient wisdoms compared the creator with mother earth, and that we were taught to live in communion, with respect and care.
In the face of misfortune, we must not blame our earth or the creator. It is urgent to rethink our actions. This is the only way our dead will be able to rest before every earthly catastrophe.
I apologize if my words hurt or upset anyone; this is simply a reflection born of pain and indignation at seeing that it is always those who have the least who suffer the most and damage the least.
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It is essential that we become aware of our relationship with the earth and with each other. The struggle for equality and diversity should not lead us to confrontation, but to understanding and empathy.
We must recognize that we are all part of the same fabric, and that our actions have repercussions on the well-being of our environment and future generations. The earth has given us a home, and it is our responsibility to care for and protect it.
History has taught us that natural disasters are not mere coincidences, but the result of an imbalance that we have created. Resource exploitation, pollution and lack of respect for the environment have brought the earth to a critical point.
If we do not change the way we interact with the world, the earth's claim will intensify, and we will all, without exception, face the consequences.
It is time to act responsibly and to recognize that the struggle for social and environmental justice is interconnected. We can no longer ignore the suffering of those who are most vulnerable.
Solidarity must go beyond words; it must translate into concrete actions that promote real change.
Excelente el enfoque que le diste a tu publicación.