Uno de los temas más repetitivos es la crianza, la cuál gira entorno a la disciplina y todo lo que a través de ella se puede inculcar para fomentar un comportamiento correcto en los niños para que crezcan lo más sano y responsables posible.

Mas sin embargo el respeto y los valores son muy importantes en nuestras vidas, ya que hablar de disciplina no significa hablar de castigo. Más bien, se trata de orientación y corrección que los padres aplicamos en beneficio de nuestros hijos y en beneficio de la unidad familiar.

Ahora bien en esta publicación compartiré anécdotas específicas de cómo la disciplina me ayudó a darme cuenta de la importancia de las conductas y comportamientos que adquirí a medida que crecí. En primer lugar, debo decir que la verdadera protagonista que me inculcó la disciplina desde pequeña fue mi abuela como ya antes lo he contado. Mi abuela me enseñó mucho, al menos durante los primeros 14 años de mi vida y todavía aprecio ese hecho y lo recuerdo con gratitud. Cuando estaba en el kinder, una cosa que mi abuela me decía y siempre repetía era: "Debes respetar a tu maestro". Eso significa escuchar al maestro, no alzar la voz y portarse bien. Para ser honesto, nunca tuve un problema con esto cuando era niña, pero de vez en cuando tenía discusiones con otros niños por mi actitud bastante asocial. Una vez una niña intentó quitarme un juguete y mi reacción fue darle con los pies. Obviamente esto causó algún daño, así que llamaron a mi abuela pues en una residencia pequeña todos nos conocemos o nos conocíamos porque ya de ese lugar solo quedan los recuerdos, volviendo al tema mi abuela tenía una personalidad fuerte, pero siempre buscaba la manera de explicarme las cosas en todo o sino un trapaso terminaba siendo la solución a mis malas decisiones y dónde aprendí una gran lección que es no golpear a los compañeros de clases, no recuerdo en absoluto si llegue a excusarme pero desde niña entendí que no debía tratar mal a nadie y debía respetar siempre. Este consejo me fue de mucha ayuda porque en mi familia la mayoría de mis primas eran niñas y siempre las traté con el amor y respeto que se merecen. Esto les ayudó a mostrar respeto hacia sus mayores e incluso hacia los extraños que encontraban en el autobús o en lugares públicos. Gracias a esto, he desarrollado una actitud pacífica y rara vez me meto en discusiones o conflictos con los demás. Debo admitir que perdí la paciencia con alguien de vez en cuando, pero nunca se convirtió en algo importante o peor.

Cuando entré en la adolescencia, las cosas no progresaron me encerraba más en mi círculo y mis dos únicas verdaderas amigas se convirtieron en mis pasatiempos favoritos. Nunca me consideré una niña creativa o con problemas, pero cuando se trataba de utilizar el computador, esa era mi pasión. Un día en la escuela no entregué mi tarea a tiempo, pero en este caso fue más importante porque era un desafío. Por supuesto mi abuela se enojó cuando se enteró de esto, pero sabía que lo que pasó fue por la cantidad de tiempo que pasé jugando. Recuerdo sus palabras: "Hay tiempo para todo". Luego explicó que todo requiere equilibrio e incluso enfatizó la importancia de tener hábitos de estudio, porque esa era otra cosa yo intentaba hacer las tareas pero primero tenía que llorar por alguna razón que ahora de adulta creo que fue innecesario.