Una terrícola en Titán - Capítulo seis

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Imagen editada con Canva. Fuente de la imagen: Pexels

Dos meses pasaron desde aquél encuentro. La Gran Concubina no ha vuelto a mencionar el tema de la boda, mucho menos ha comentado sobre Niloctetes. Solo una vez le pregunté a Zambo si sabía qué fue lo que sucedió después de que nos marcháramos de las recámaras de Su Alteza. Su respuesta fue más duda que certeza; ni él mismo sabía qué sucedió en nuestra ausencia, a pesar de que Aquilla, a quien la Gran Concubina le contaba todo, evitaba el tema cada vez que podía.

Las chicas y yo concluimos que el intercambio de palabras en mi ausencia no fue nada grato. Niloctetes era un anciano orgulloso de su linaje; quizás las palabras de la Gran Concubina hirieron su vanidad al grado de no poder decir nada en su defensa, sobre todo si sabía que él y su familia se habían ganado el desprecio de la hermana del emperador por unas cuantas palabras previas o por su actitud.

Una mañana, mientras nosotras estábamos en nuestras lecciones de literatura saturnina en una de las salas del harén, Aquilla interrumpió a Biala, la instructora, y pidió hablar conmigo de forma expresa. Intrigada, me levanté de mi lugar y me acerqué a Aquilla mientras mis compañeras comenzaban a murmurar entre sí. Con una leve reverencia, le pregunté en qué podía ayudarla. Aquilla me pidió que la siguiera a las cámaras de la Gran Concubina.

El silencio fue nuestro compañero en el viaje por los pasillos del palacio, en cuyas paredes doradas se observaban pinturas de guerras y conquistas. Cuando llegamos a las habitaciones de Meleke, ésta nos recibió con la seriedad de una madre a punto de dar una mala noticia a su hija. A su lado estaba Zambo y Handan, la anciana dama de compañía de la Gran Concubina.

Como en el harén, Zambo trancó con llave las puertas de las habitaciones y activó un silenciador. Con espada en mano, empezó a revisar toda la habitación en busca de alguna hendidura, pues era probable que algún espía del emperador o de algún noble estuviera espiándonos. Minutos después de colocar gruesos tapetes en las paredes, Meleke me invitó a sentarme en la misma mesa en donde había comido y bebido con Niloctetes meses atrás.
Tras beber un poco de té y galletas, Meleke fue directo al grano: “Te casarás con el hijo de Niloctetes en cinco meses”.

Contemplé a la Gran Concubina con horror mientras Meleke me explicó: “Al parecer la corte ha oído de ti, y muchos nobles querían añadirte a su… colección de esposas esclavas. Niloctetes se les adelantó para ver si podías serle de provecho; no quiere bastardos de Ecclesía en su linaje, pues eso sería tanto como traer deshonra a su propia casa”.

“¿Deshonra…? ¡Deshonra sería casarme con alguien que tiene fama de cruel y despiadado! ¡A saber Dios si su hijo golpea mujeres o que el resto de su familia me traten como a la condesa de O!”, protesté. “Además, como usted le dijo esa noche, ¿por qué la prisa? Su hijo prefiere y preferirá a esa mujer, la tal Ecclesía, por encima de mí; quizás ya hasta tuvo hijos secretos”.

“Eso es lo que le preocupa a Niloctetes”, confesó Meleke. “Es su peor temor”.

“¿Por qué?”

“Si Ecclesía llega a concebir un hijo secreto fuera de la línea imperial, la familia del supuesto padre tendría que recibir al infante y criarlo como suyo bajo la premisa de no revelar jamás el nombre de la madre. Si llegan a revelarlo, la familia podría ser despojada de todo poder y título. A Ecclesía se le perdonaría la falta, pero se le prohibirá acercarse a ese hijo ilegítimo; de no obedecer la orden imperial, sería despojada de toda dignidad y enviada a un convento”, comentó Aquilla.

“No entiendo. ¿Para qué quieren entonces una esposa esclava si de todos modos también ésta será desechada cuando decidan que ya no les es útil? He oído muchos casos de chicas del harén vendidas a burdeles una vez que paren a los herederos deseados. No creo que un hijo ilegítimo pueda causar problemas a los Borg”.

Tomándome de la mano, Meleke me dijo: “Tienes razón, Güzelay. No debería haber problemas con un hijo ilegítimo, pero Niloctetes no lo ve así. Cree que su mera existencia podría ser un desafío abierto e indeseado al emperador, un desafío que podría costarle a su familia toda dignidad y, en un caso muy extremo, la vida. Por eso quiere casar a su hijo lo más pronto posible; en cuanto se engendre un descendiente de forma inmediata, mejor”.

“¿Y no hay posibilidad de casarme con alguien más? ¿No puede el emperador intervenir en estos menesteres?”

La Gran Concubina suspiró con desgano. “Puede hacerlo, pero ya es demasiado tarde para eso. El emperador ya firmó el edicto que ordena una unión entre el general Borg y tú. De hecho, Niloctetes vendrá a verte con su familia mañana por la tarde, a la hora del almuerzo. La reunión será en los jardines del palacio. Yo estaré contigo para vigilar que todo vaya acorde al protocolo”.

Desvié mi mirada, intentando procesar la noticia lo mejor posible.

“Mañana…”, musité.

La sola idea de toparme otra vez con Niloctetes y el resto de su familia me revolvía el estómago. Ya me imagino toda clase de frases y groserías que me dirían, en especial el vejestorio de mierda de Niloctetes. Sin embargo, también debía pensar en cómo actuar ante la esposa y los hijos de esa familia; si por mí fuera, los mandaría a chingar a su madre, y me comportaría de forma tan grosera que no dudarían ellos en cancelar la boda y quejarse ante el emperador. Pero el asunto no es tan sencillo como aparenta, por lo que necesitaría reflexionar

“Haré lo posible por no dejarme llevar por las provocaciones de Niloctetes y su familia… Pero no prometo nada si en algún momento empiezo a responderles con impertinencia”, dije con resolución.

Meleke me miró con gravedad mientras Aquilla me respondía: “No sería prudente ponerte al tú por tú con ellos, Güzelay”.

“¿O sea que debo dejarme intimidar con esa gente? No soporto ni tolero a gentuza de mierda que se cree la gran cosa solo porque tienen dinero y poder. Si van a insultarme, responderé peor, y puede que termine por estamparle a alguien el puño”.

“Controla tu temperamento, Güzelay”, intervino Zambo. “Es cierto que hay personas como ellos que merezcan un puñetazo en la cara, pero primero debes conocerlos bien antes de asestar el golpe. Como te dijeron Aquilla y la Gran Concubina hace unos meses, actúa con astucia. Piensa y analiza a tus enemigos. Finge obediencia y lealtad a su causa, pero sé rebelde en tu corazón”.

“Ante todo, no les des herederos si tu deseo es escapar con vida”, recordó Meleke con sabiduría. “Los Borg no son nada tontos; saben que cualquier impertinencia de su parte sería una ofensa hacia la familia imperial. Por ese día pondrán sus máscaras de cortesía. Pero tu verdadero reto vendrá cuando te encuentres a solas con ellos después de la boda. Ahí, mi niña, es en donde entrarán tu inteligencia y tu capacidad para fingir algo que en verdad no eres ni serás. Mientras tanto, ve este almuerzo como una oportunidad para observarlos de forma superficial”.

De repente, un par de golpes sonaron en la puerta. Zambo se acercó, quitó el silenciador y lo guardó en sus bolsillos antes de abrirla. A la estancia entró un hombre de curiosos atavíos rojinegros; entre sus manos traía una pequeña caja de terciopelo negro. Inclinando levemente la cabeza ante la Gran Concubina, anunció: “El general Adelbarae Borg envía este regalo a su futura esposa, la dama Güzelay, con sus respetos y saludos”.

Miré a Meleke, dudosa si aceptar el regalo o no.

La Gran Concubina, con solemnidad, le ordenó al mensajero que abriera la caja. El hombre procedió, revelando ante nosotros un sencillo collar de oro con una media luna de cobre. Tomando el objeto, Meleke dijo con menosprecio: “Una simpleza en comparación con los collares caros que le otorga a la Alta Concubina cada vez que visita su lecho. Dile al general Borg que la dama Güzelay acepta el regalo… Y que la Gran Concubina esperaba algo más acorde a su protegida. Si puede regalarle a la Alta Concubina suntuosos collares, a su futura esposa le debe regalar algo mejor”.

El mensajero hizo una reverencia mientras se echaba para atrás, en obediencia a su orden.

Cuando la puerta se hubo cerrado, Zambo volvió a colocar el silenciador. Volviéndose hacia mí, Meleke me entregó el collar y me dijo: “Es un collar bonito, pero el mensaje detrás de este simple presente es significativo: Para él, solo serás una nota al pie. Una esclava que solo le producirá herederos”.

Miré con atención el collar. ¿Cómo algo tan sencillo y bonito podría ser el portador de un mensaje tan cruel como ese? Una esclava, una máquina para hacer bebés, una don nadie en su vida.

“¿Qué me aconseja hacer con esto, Gran Concubina?”, pregunté, volviéndome hacia ella.

“Póntelo. Dales por su lado. Finge que te gustó el regalo; alaba su “buen gusto”. A ellos les gusta mucho que digan que son los mejores de la corte. Juego con su ego un rato”.

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