Una terrícola en Titán - Capítulo diecinueve

in CELF Magazine15 days ago

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Imagen editada con Canva. Fuente de la imagen: Pexels

La sorpresa enseguida se presentó en la mirada de Ennio, como si no esperara esas palabras. Yo estaba consciente de que había hecho un movimiento peligroso al decirle sobre mis sospechas; para arreglar rápidamente este descuido, opté por decirle una mentira muy descarada: “Hay rumores en la corte de que aún no le he entregado hijos al general. Por mi parte, Ennio, ten por seguro que hago todo lo que puedo para cumplir con mi deber”.

Con notable incomodidad, mi suegra musitó con un hilo de enojo: “Maldita Ecclesía… De seguro fue ella…”

“¿Ecclesía? ¿Qué tiene que ver ella en todo esto?”

Un silencio pesado surgió entre nosotras. Observándola con detenimiento, surgieron en mi mente varias ideas. Sabía que Ennio no veía con tan buenos ojos a Ecclesía; si la toleraba era por su posición como favorita del emperador y como amante “oficial” de su hijo. Era llamativo que enseguida pensara en ella tan pronto mencioné esos supuestos rumores. ¿Acaso sabía que Adelbarae le contaba todo a Ecclesía? Era posible; de otro modo, no estaría demostrando ese sentimiento de desdén hacia la mujer que le había robado el corazón a su hijo, al menos no delante de mí, la esposa oficial.

“Con respecto a lo de Titán, he escuchado en el harén que es el destino predilecto de los clanes militares para todas aquellas mujeres que no han parido herederos”, añadí con cautela.

Con visible hartazgo ante mis palabras, Ennio me respondió: “Güzelay, no hagas caso a esos rumores que buscan perjudicar la imagen de la familia. No hay tal plan de dejarte a tu suerte en Titán; lo que has escuchado en el harén son solo mentiras que los eunucos inventan para asustar a las chicas”.

“¿O sea que tampoco es cierto que se nos obliga a hacer pasar la muerte de nuestros bebés como un accidente en dado caso de que no sean varones?”

Ennio me miró con perturbación y exclamó: “¡¿Qué?! ¡Por la diosa, no! ¿Qué tanto enseñan en el harén en estos días para que saquen semejantes suposiciones?”

“Me han contado que eso es muy común en los clanes militares”.

“¡Esos malditos eunucos…! Solo enfócate en tu deber y olvídate de lo demás. Si escuchas algún rumor, mantente callada y apártate de quienes lo digan; infórmale a Adelbarae de lo ocurrido para que él arregle la situación. Es más, yo misma me encargaré de hablar con él y pedirle expresamente que termine su relación con Ecclesía para evitar más rumores indeseables”.

“Bueno, me alegro de haber aclarado esos puntos. Ahora, solo quiero aclarar que no seré responsable si el bebé es una niña; no sé cómo funciona la biología saturnina, pero en la Tierra, es el espermatozoide del hombre el responsable de designar el sexo del bebé. Por lo tanto, si tanto ansía la familia un heredero varón, la probabilidad de que lo sea es un cincuenta y cincuenta”.

“Como sea; solo asegúrate de quedar embarazada lo más pronto posible”.

Asentí con fingida obediencia, asegurándole de que haría hasta lo imposible por quedar encinta.

Con una mezcla de preocupación y satisfacción, Ennio dejó la taza en la mesa, se levantó y se marchó sin despedirse. Cuando la puerta se cerró tras ella, intenté aguantarme la risa hasta que Aghar entró.

“Ennio está muy perturbada. ¿Qué le has dicho?” me preguntó, divertida, mientras se sentaba junto a mí.

Solté una carcajada y le conté lo sucedido. Aghar, estupefacta, externó su preocupación por semejante movimiento, pues eso podría en sobre aviso a los Borg y destrozaría la fachada de esposa melancólica que había construido con esfuerzo. Con tranquilidad, puse una mano sobre la suya y le dije: “Lo sé. Sin embargo, hubo algo muy interesante en medio de nuestra conversación. Ella rápidamente culpó a Ecclesía desde el momento en que hice la mención de los supuestos rumores. Eso, mi querida amiga, quiere decir que sabe más de lo que aparenta respecto a la relación de su hijo con esa mujer”.

“En este caso, habría que ver cómo actuarán los Borg ahora que los has destapado”, dijo Aghar. “Quizás terminen por abandonar la idea y opten por algo más discreto. No sería la primera vez”.

“De eso no lo dudo ni un momento, mi querida Aghar. Ni un momento”, concluí mientras bebía lo que quedaba del té.

Una selva… Árboles gigantes de todo tipo. Árboles frondosos, de un color verde vibrante, filtrando una luz esplendorosa. Aire puro. El trinar de las aves…

Estiro los brazos, doy una, dos, hasta tres vueltas, sonriente. Nunca me había sentido tan libre, tan feliz entre estas maravillas de la naturaleza.

Sin embargo, un rugido me detuvo súbitamente, y la sensación de paz que sentí de inmediato se transformó en horror. Miré para todos lados, buscando la fuente de ese sonido, viendo cómo las aves huían. Y no fue hasta que me di la vuelta que descubrí unos ojos horrorosos, de color amarillo, observándome como si fuera una presa.

Me eché para atrás. Quise gritar, pero de mi garganta no salió nada. Solo silencio…

Abrí los ojos y me levanté bruscamente. El corazón palpitaba con fuerza y el sudor empezaba a caérseme por el cuello. Miré para todos lados; estaba en mi habitación, aunque eso no me producía ningún alivio.

¿Qué significaba aquel sueño?, ¿qué era esa criatura?, ¿y qué era ese lugar?

Tuve que hacer ejercicios de respiración profunda para calmarme. Intenté pensar con lógica y razón. Quizás mis sueños eran representaciones de todas esas historias que había escuchado sobre Titán durante la cena en el comedor imperial anoche.

“Sí, tiene que ser eso”, me dije a mí misma mientras me dejaba caer en la cama. “Debe ser eso…”

Desvío mi mirada hacia la ventana; los colores del amanecer estaban empezando a mostrarse en el horizonte. Pronto tendría que empezar a preparar mi equipaje para el viaje; partiríamos a Titán al amanecer del día siguiente, según me informó Adelbarae anoche.
Con honestidad creo que no llevaré mucho equipaje. Digo, si me van a abandonar en una luna llena de criaturas peligrosas o a matarme en medio de una cacería. O quizás me droguen en cualquier momento y me dejen atada en un árbol, como carnada para atrapar a alguna de esas bestias peligrosas. ¿Quién sabe? Quizás con suerte termine yo por ser “enviada” a rastrear algún animal junto con algunos cazadores experimentados que estarían más preocupados por su propia seguridad.

Son muchos los escenarios que se me vienen a la cabeza, lo sé, pero debo estar preparada para todos ellos. Mi abuela solía decirme que en la vida debes tener hasta tres planes más uno de emergencia, pues uno nunca sabrá qué tanta cosa te pondrá la vida en el camino.

Sonreí con tristeza mientras me acercaba a la ventana.
Mi familia… Ellos estarán buscándome sin cesar, sin perder la esperanza de encontrarme. Lo sé porque los conozco; no son personas que se rindieran fácilmente a pesar de la adversidad, en especial mi abuela, quien con insistencia me decía que siempre observara de manera cuidadosa todo lo que me rodeaba, que estuviera alerta.

Razón no le faltaba. En nuestro país, las desapariciones de mujeres era una situación rampante, sobre todo si las desaparecidas eran menores de 18 años. Los que se dedicaban al tráfico de mujeres utilizaban toda clase de trucos para atraer a sus víctimas, desde las redes sociales hasta las aplicaciones de citas. Lo peor era que muchas veces las autoridades dejaban morir el caso unos pocos meses después, sin esforzarse en encontrar más pistas, dejando a las familias a su suerte.

Unos golpes me sobresaltaron.

“¿Quién puede ser a esta hora?”, murmuré mientras me levantaba y me colocaba una prenda para cubrirme. “¿Quién es?”

“Soy yo, Ralna”.

¿Qué querrá?, pensé mientras le abría la puerta. Con una mirada seria, la saludé y le pregunté en qué podía ayudarla.

Mi cuñada me miró con incomodidad. Parecía que le habían informado de algo desagradable. O quizás le habían ordenado algo que no quería hacer, porque enseguida me dijo que necesitaba hablar conmigo. Curiosa, la hice pasar y le ofrecí un asiento.
“Quería… Quería disculparme por el incidente de ayer”, me dijo con dificultad. “Fue muy… Fue muy desatinado de mi parte haber comentado sobre tu amiga sabiendo que es un tema sensible para ti”.

La observé con detenimiento, dudando de su sinceridad.

En los dos años que llevo en este planeta y con esa familia, Ralna nunca fue amable. Siempre encontraba la oportunidad de burlarse de mis orígenes terrícolas, con esas ínfulas de superioridad tan irritantes que ganas no me faltaban de darle un puñetazo. No, francamente sus disculpas eran forzadas por intereses que no me apetecía averiguar en ese momento.

“No te preocupes. Todos tenemos un mal día en algún punto de nuestras vidas”, le contesté con fría cordialidad.

Ralna me miró como si hubiera esperado otra contestación; quizás no esperaba esa cordialidad de mi parte. ¿Qué más podía hacer yo en este caso?, ¿portarme como una víctima y pelearme con ella en pleno comienzo del día? No le iba a dar ese gusto. Levantándome de mi asiento, le dije: “Agradezco que te hayas tomado la molestia de venir hasta aquí, Ralna. Es muy amable de tu parte querer zanjar este asunto incómodo por el bien de la familia”.

“Y a ti por escucharme”, respondió ella con cierta parquedad mientras se levantaba. “Te veo en el desayuno, Güzelay”.

Asentí sin decir nada más.

Cuando se fue de mis habitaciones, lancé un hondo suspiro. Al sentarme en la cama, empecé a reflexionar sobre este encuentro inesperado.

Como mencioné antes, Ralna no era una persona que pidiera disculpas; para ella, reconocer sus propios errores la hacía ver débil e inferior, y una oportunidad para sus enemigos de explotar esa debilidad. O como decía mi padre, es una estúpida malcriada a la que nunca le dijeron “no”, y mucho menos le enseñaron a pedir perdón.

Estoy segura de que Ennio y Niloctetes tuvieron algo que ver con esto, sobre todo Ennio, quien no deseaba enemistarse con los Von y Getz, a quienes veía como una posible familia candidata para asegurar el futuro de Ralna… Aunque dudo mucho que la duquesa tuviera a Ralna en el mejor de los conceptos.

Si quieres leer los primeros capítulos de esta historia, puedes encontrarlas tanto en este espacio como en Wattpad