Una terrícola en Titán - Capítulo cinco

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Imagen editada con Canva. Fuente de la imagen: Pexels

Una suave sacudida me sacó de mis sueños. Abriendo los ojos con pesadez, me encontré con la mirada del jefe de eunucos, a quien le llamaban Zambo. El hombre, de piel tan oscura como el ébano, sostenía en una de sus manos una vela de éter; a juzgar por su mirada, podría decirse que estaba sumamente preocupado.

“Zambo… ¿Qué sucede?”, musité, mientras me incorporaba.

“Levántate, pequeña terrícola. La Gran Concubina quiere verte ahora”.

“¿Ahora? ¿Por qué?”

“Tienes un visitante inesperado: Niloctetes”.

“¿Niloctetes? ¿Quién…?”

Me detuve en seco al caer en cuenta de quién estaba hablando Zambo. Niloctetes Borg, jefe de una de las familias más poderosas del imperio, el hombre que me pidió como esposa esclava para su hijo, el general Adelbarae Borg.

Del patriarca de esa familia escuché historias por parte de las sirvientas más antiguas del harén. Antiguo general del ejército saturnino, fue un hombre muy temido en los campos de batalla, quizás más despiadado que su propio hijo. Algunos rumores señalan que había matado él solo a un escuadrón de cincuenta hombres con espada en mano durante la cruenta guerra de conquista de Plutón, acontecido hace 20 años. Por ese hecho se ganó el mote del Fantasma de la Muerte.

Ahora, ya en edad avanzada, el sujeto en cuestión quería verme. ¿Por qué? La respuesta es una sola cosa.

“¿Acaso van a adelantar la boda hoy mismo?”, pregunté con preocupación mientras caminábamos por los pasillos del palacio.

“Aún no”, me tranquilizó Zambo.

Suspiré de alivio. “¿Entonces por qué quiere verme ahora? ¿No puede esperar hasta el día de la boda de su hijo, como demandan sus costumbres?”

“Para serte honesto, ignoro los motivos de su visita a esta hora. Es demasiado inusual que el patriarca de una familia noble exija ver a la futura esposa esclava antes de la boda, y mucho más que la Gran Concubina acceda a esa petición sin rechistar. Por lo general, la Gran Concubina nunca accede a peticiones de ningún tipo por parte de las familias nobles que considere inapropiadas o dañinas para sus protegidas; ni siquiera accede a las peticiones de sus sobrinos así de fácil”.

“Quizás el emperador le ordenó que accediera a la petición del hombre bajo algún tipo de amenaza”.

Zambo sonrió quedamente. “No lo dudes, Güzelay. Entre ambos hermanos hay una relación bastante complicada desde la muerte de Ilya. La Gran Concubina la quería como la hermana mayor que nunca tuvo”.

“Suena a que fue una buena persona”.

La mirada de Zambo se llenó de nostalgia, como si le hubiera tocado un punto sensible. “En verdad lo fue, pequeña terrícola”, me dijo en un tono suave. “A ella le debo mi vida. Estuve a punto de morir ejecutado por culpa de uno de los malditos hijos de Ecclesía, quienes habían intentado abusar de una chica del harén en las semanas previas a su muerte. Yo salí en su defensa, e intentaron acusarme falsamente. Ilya creyó en mi inocencia, y hasta proveyó pruebas contra sus sobrinos para poder exculparme”.

“Vaya… Sí que son unas fichitas esos muchachos, entonces. Digo, son gente abusiva”, aclaré.

“De que lo son, lo son… Pero no es momento de hablar de pasados, pequeña. Tu futuro pende de un hilo en este momento”.

Desvié la mirada hacia el camino, pensando en sus palabras. Las sirvientas más antiguas del harén hablaban de la difunta emperatriz como una mujer que luchaba con todo lo que tenía con tal de proteger a los más débiles, sin importar si eran locales o extranjeros. Aquilla me dijo justamente hoy en la mañana que Ilya solía visitar el harén a menudo, charlando tanto con la difunta Madre Emperatriz Adelaide, quien regía el harén, como con Meleke, quien designaba los nombres a las nuevas debido a su buena habilidad para juzgar a las personas. Meleke e Ilya eran grandes amigas desde que Ilya se casara con Ergane.

Su muerte fue sentida por muchas personas, en especial por el pueblo, las mujeres del harén, la misma Aquilla y Meleke, quien la lloró por días. No puedo imaginarme el dolor de perder a alguien que realmente se preocupaba por otros más que por ella misma, una persona que se dejaba querer. Una mujer carismática, como solían describirla las sirvientas. Tampoco podía imaginarme la indignación que muchos sintieron al enterarse de que el emperador simplemente diera la orden de olvidarse del asunto.

De hecho, me intriga ese detalle al por mayor. ¿Qué tanto sabía Ilya de Ecclesía que motivó al emperador detener toda investigación sobre su muerte?, ¿acaso tiene alguna participación en los negocios turbios en los que se involucraba la familia de su Alta Concubina, junto con otros nobles?, ¿o el hombre simplemente vio en ello la oportunidad de eliminar una amenaza a su poder absoluto?

Pronto llegamos a una puerta de color marfil con intrincados grabados de animales exóticos. Los guardias que la franqueaban nos miraron con seriedad antes de que uno de ellos abriera la entrada e ingresara para anunciar nuestra presencia.

Estuve a punto de ingresar, pero Zambo me tomó suavemente del brazo y me dijo: “Güzelay, antes de entrar ahí he de advertirte esto: Pase lo que pase, no caigas en las provocaciones de Niloctetes. No sabemos cuáles son sus intenciones con esta visita; sé cuidadosa en tus respuestas si él te pregunta algo. Por lo general sus comentarios sarcásticos son hirientes y ofensivos. Y si en algún momento tienes las ganas de llorar, guárdate las lágrimas para cuando estés sola, porque les darías más armas para humillarte”.

Asentí, en agradecimiento a sus palabras, mientras ingresábamos a las cámaras privadas de la Gran Concubina.

Debo decir que la estancia me recordó mucho a los escenarios de una telenovela turca que solía ver con mi madre y mi abuela todas las noches en la computadora. Sus paredes eran de un color azul combinado con verde, con motivos de lunas, soles y pequeños planetas con anillos Las paredes estaban adornadas con retratos y pinturas de paisajes. En el centro había una hoguera de éter encendida, la cual iluminaba parcialmente la habitación. Más al fondo, a la derecha, se encontraba un lecho con sus cortinas color blanco. A pocos metros de él había una mesa otomana y grandes cojines color verde; sobre ella se encontraban desplegados unas copas de vino y unos platos de fruta.

Encima de los cojines se encontraban sentados la Gran Concubina y un hombre de cabello plateado, rostro arrugado, y penetrantes ojos azules que parecían examinarme de arriba abajo, como si fuera un bicho raro de zoológico.

Menuda ficha de suegro el que me van a imponer, pensé con desagrado mientras hacía una leve reverencia a la Gran Concubina y al viejo general Borg.

“Así que esta es la virgen del harén”, dijo el hombre con una mezcla de curiosidad y sarcasmo, mientras bebía un sorbo de vino. “Debo decir que nunca me imaginé vivir tanto para conocer a una terrícola que se ha negado a los placeres de la carne sin ser monja. Tan bonita, tan vieja y tan aguantada”.

Viejo hijueputa, pensé con enojo mientras que la Gran Concubina, con desprecio evidente, le dijo: “Si has venido aquí solo a hacer comentarios sarcásticos y burlarte de esta pobre muchacha, Borg, mejor te hubieras esperado a la boda como se te ha ordenado. Además, no entiendo cuál es la prisa por casar a tu estúpido hijo si ya tiene a la Alta Concubina de mi hermano para que le engendre bastardos, si lo vemos por el lado de los nietos”.

Mis ojos se abrieron como platos ante las palabras de la Gran Concubina. Miré de reojo a Zambo; éste se contuvo de sonreír ante la respuesta de su señora.

Contuve el aliento mientras observaba a un Niloctetes francamente incómodo, como si le recordaran un asunto desagradable. ¿Qué le dirá Niloctetes a la Gran Concubina?, ¿la insultará también?, ¿le dirá alguna respuesta sarcástica ante el detalle que reveló delante de nosotros? Porque dudo que se atreviera a ignorar a la hermana pequeña del emperador, a la mujer que educará a la futura esposa esclava de su hijo, ¿o sí?

“Le ruego me disculpe, Su Alteza”, dijo al fin el general con un leve asentamiento de la cabeza en señal de sumisión. “No fue mi intención sonar grosero en su presencia”.

Con indiferencia en su mirada, Meleke le dijo: “No es a mí a quien deberías pedirle disculpas, Borg, pero no te preocupes. A esta muchacha ya le advertí lo que se espera de ella en tu familia. ¡Que la Madre de Luz, Madre de Sombra la guarde de cualquier cosa que pueda sucederle con esa serpiente cerca!”.

La mirada del anciano fue de absoluta seriedad mientras que Meleke se volvía hacia mí y me dijo: “Observa bien a este anciano, Güzelay de la Tierra. Es el padre de tu futuro amo. Procura prepararte bien para los días que vienen con él; estarás sola en el camino, pues a la serpiente que enfrentarás tiene sangre en las manos”.

Con un gesto, quizás por compasión o como un recordatorio a Niloctetes sobre quién manda aquí, Meleke nos despidió, quedándose a solas con Niloctetes. Agradecida de no tener que presenciar aquella lucha despiadada de poder, incliné mi cabeza en señal de respeto y me eché para atrás lentamente antes de darles la espalda y salir de la habitación.

Al día siguiente, mientras desayunaba con mis compañeras, narré lo sucedido en los aposentos de Meleke. Algunas me dijeron que tomara en cuenta el consejo de Meleke, pues no será ni la primera ni la última vez que escuchara comentarios crueles por parte del patriarca de los Borg; incluso me advirtieron de que cuidara mis espaldas de la esposa de Niloctetes, Ennio, y la hija menor de ambos, Ralna.

“Anoche tuviste suerte de que la Gran Concubina estuviera ahí para cerrarle el hocico al viejo impertinente”, me contó Aglaia. “Si hubiese sido lo contrario, hasta saldrías llorando de la pura indignación como le sucedió a la esposa esclava del conde de O. Dicen que sus comentarios fueron tan indignantes que la pobre mujer, ansiosa de retirarse, tuvo que pedirle de rodillas a su esposo de que le permitiera marcharse”.

“Ya puedo imaginarme la clase de comentarios que habrá dicho el vejestorio desgraciado”, respondí. “¿Y el conde qué hizo?”

“El conde se enfureció contra el viejo Borg; incluso tuvo que retirarse con su esposa esclava. Pero no creas que el tipo la trataba bien; su familia la trataba más como una criada que como un miembro de la misma, como suele suceder en la alta sociedad cuando se trata del matrimonio servil. Sobre lo que sucedió después esa noche hay varios rumores; algunos dicen que la dejó con moretones, y otros más señalan que esa misma noche se deshizo de ella vendiéndola al burdel de otro noble”, respondió Fennah.

Desvié mi mirada, seria y pensativa. Si aquella pobre mujer terminó en un burdel solo por suplicarle a su amo que le permitiera marcharse del baile, ¿qué será de mí entonces si en algún momento me dejaba llevar por los impulsos y agrediese al anciano o a alguien de tan bonita familia? ¿Qué será de mí si me defiendo de esa gente con uñas y dientes?, ¿qué futuro tan sombrío se me esperará con esa gente?

Tenía que escapar de este palacio a como fuera. Y pronto.

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