Soy Helena y tuve un tumor. [ESP-EN] / I’m Helena and I had a tumor1

Saludos a todos. Desde ya, gracias por leerme.
Hoy quiero compartir con ustedes la historia, que en algún momento fue “la historia de mi vida”.

Soy Helena y tuve un tumor a los 18 años

Cuando era niña y estaba entrando a la adolescencia, no tuve “la charla” ni con mamá y mucho menos ni con papá, esa que trata de los “hechos de la vida”. Así que lo poco que sabía tuve que investigarlo por mi propia cuenta: libros, conversaciones con amigas (todas eran mayores que yo) y un poco también de sacar mis propia conclusiones, que, debo decir, estaban muy lejos de la realidad.

Ya todas habían cruzado el umbral de la adolescencia y yo aún seguía detrás, pero eso no me preocupaba. Pero, cuando pasó... a mis 12 años, los consejos fueron que debía ser más aseada, que tenía que tener cuidado. No se me dijo del dolor, no se me dijo de las hormonas y cambios temperamentales, no se me dijo que estaba bien pedir una pastilla, que me inflamaría, que me dolerían partes de mi cuerpo que nunca antes dolieron.
No me dijeron que estaría sensible, que lloraría más o que me aferraría a la poesía como ruta de escape. La lectura lo fue todo. ¿Quién con 7 años lee completa Romeo y Julieta en periodo de vacaciones escolares? ¡Yo! Esos eran mis juegos y vaya que me divertía.

Al salir del liceo, de esa etapa de bachillerato, entré a la universidad con tan solo 15 años. Mirando atrás, todos mis cambios fueron bruscos, solo tuve que adaptarme y listo. Era fácil antes, ahora me pienso bien cada cambio.

Recuerdo que estudiaba Ingeniería en Computación y que trabajaba al mismo tiempo, me iba muy temprano y llegaba súper tarde y esa fue mi rutina por algunos años.
Esto me hizo independiente, viajaba sola, con una pequeña mochila y un libro para leer, y un cuaderno para escribir alguna poesía que viniera a mí, gracias a algún paisaje hermoso que veía.

Yo, a mis 18 años.

Y fue en uno de esos viajes cuando comenzó aquella pesadilla.
Me encontraba en Los Teques, estado Miranda. Cuando un dolor de vientre tan fuerte y pronunciado, me tiró al suelo. Mis ojos se exaltaron a no saber lo que me pasaba, el dolor no me dejaba pensar, solo miré a la persona que estaba conmigo, quien me sentó hasta que pude relajarme.

Al día siguiente, fuimos a un ambulatorio, un pequeño centro de asistencia médica donde la atención no fue muy buena, debo decirlo, pero me hicieron un ecograma donde se evidenció un quiste en mi ovario izquierdo, el cual aseguraron que con tratamiento podría disolverse y no me daría mayores problemas.

Recibir ese diagnostico estando fuera de casa, 18 años, piensas que es el fin de tu vida. Investigas en internet, ves las fotos, miras la información y quedas peor. Tu mente vuela, tus ojos lloran. Así que yo quería aliviarme un poco y volver a casa, contarle a mi mamá y ver qué podíamos hacer.

Consultamos otro médico, con otros exámenes, mismo diagnóstico.
Al ser esta etapa una muy dolorosa en mi vida, debo confesar que hay cosas que he olvidado, que no recuerdo muy bien.

Entre tantas cosas, recuerdo que el tiempo pasó, que me acostumbré a las menstruaciones dolorosas, con abundantes descargas y casi paralizantes. Recuerdo que no recibí ningún tratamiento porque era muy costoso, mis padres no podían, ni yo trabajando podía. Y eso quedó así.
A veces creemos que ignorando un problema ya no lo vamos a tener ahí, ya no nos va a perseguir ni molestar.

Bastaron menos de 3 años para que todo empeorara.

El “pequeño quiste” había triplicado su tamaño y para este tiempo, ya se había “comido” mi ovario izquierdo. Una nueva horda de exámenes y de citas médicas, otro martirio, casi un viacrucis.

Ahora el diagnóstico era otro: operarme y quitarme el ovario izquierdo teniendo 20 años.
Una operación era mucho más costosa que el tratamiento inicial. Hice bingos, ventas de comida, cualquier cosa que pudiera generar los recursos para poder seguir haciéndome exámenes y encontrar algún lugar para operarme.

Mi mejor amigo me hizo esta publicación.

Toqué puertas en instituciones gubernamentales. No me quedé quieta, mi mamá iba conmigo a todos lados. Hasta que un hermano de un tío putativo, me ayudó a aclarar la pesadilla, llegamos a un convenio, que yo al ser actriz de teatro (hablaré de esto en otro post) podía canalizar mi operación si al recuperarme me presentaba en varios eventos sociales y políticos. No lo pensé, la respuesta era mil veces sí. No había nada que pensar.

Yo, en el teatro. Obra: Rucaneando con Nazoa.

Obra: Los Muertos las Prefieren Gordas.

Recuerdo que el día de la operación, ya no contaba con nada de dinero, tuve que viajar a otra ciudad donde sería la operación. Y ese día no me pudieron operar. Sentada en la sala de espera me puse a llorar todo lo que no había logrado llorar antes. Era todo, era el fin, era ese día o ningún otro porque ni para comer ni para regresar a mi ciudad teníamos suficiente dinero mi mamá y yo.

Y una señora, cuyo nombre no recuerdo, se acercó a mi mamá y ella le contó lo que pasaba. (Dios, se me llenan los ojos de lágrimas en esta parte), y esta señora sin conocernos, nos montó en su carro, nos llevó a su casa, nos dio comida, nos dio una habitación para descansar y al otro día nos llevó al hospital de vuelta. Sin duda alguna, ángeles que se nos presentan en el camino en forma humana, que se conduelen del sufrimiento ajeno, o simplemente una persona normal que para mí fue un ángel por todas sus atenciones y por ser la única mano amiga en un momento donde yo ya estaba desesperada.

Al día siguiente, era el día. Llegamos temprano, ingresé rápidamente.
Recuerdo que hacía mucho frío, que la ligera bata quirúrgica no era suficiente. Fueron todos muy amables. Anestesia de la cintura para abajo y quedé despierta, viendo a través de la lámpara en el techo todo lo que me hacían, porque, déjenme decirles que en ese momento mi morbo por ver que eso salía de mi cuerpo era increíble. Yo quería ver que lo sacaban, que lo botaban, de hecho, quería tenerlo en un frasco de vidrio y ver el causante de años de sufrimiento.

Me extirparon el ovario izquierdo en lo que se conoce como una Ooferectomía izquierda, me quitaron parte del útero para ver si no había daños o lesiones. Pero no lo vi, al huésped indeseado que surgió de mi cuerpo en mi cuerpo, al causante de que mi vida estuviera en riesgo y mi deseo latente de ser madre.
Solo extrajeron una pequeña muestra para la biopsia donde se evidenció que, satisfactoriamente, no era algo maligno.
Mi cuerpo ya tenía otra gran cicatriz, una similar a la de la cesárea gracias a ese tumor. Ahora, venía el tiempo de sanar, de sacar el tumor de mis pesadillas y de mi cabeza.
Y cuando pensaba que lo peor había pasado, los síntomas volvieron…

I’m Helena and I had a tumor. [EN]

Hello, everyone! Thanks for reading.
Today I want to share with you the story, which at some point was "the story of my life": I’m Helena and I had a tumor when I was 18.

When I was a child and I was entering adolescence, I did not have "the talk" with mom and much less with dad, the one that deals with the "facts of life". So what little I knew I had to investigate on my own: books, conversations with friends (they were all older than me) and a little bit of drawing my own conclusions, which, I must say, were far from reality.

They had all crossed the threshold of adolescence and I was still behind, but that didn’t worry me. But when it happened... when I was 12, the advice was I had to be cleaner, careful. I was not told about the pain, I was not told about the hormones and temperamental changes, I was not told that it was okay to ask for a pill, a painkiller, that my belly would be inflame, that it would hurt parts of my body that never hurt before. They didn’t tell me I would be sensitive, cry more, or cling to poetry as an escape route. Reading was everything. Who at the age of 7 reads full Romeo and Juliet on school holidays? Me! Those were my games and yes, I did have fun.

When I left high school, I entered college at the age of 15. Looking back, all my changes were abrupt, I just had to adapt and ready. It was easy before, now I think every change well.

I remember studying computer engineering and working at the same time, leaving very early and arriving super late and that was my routine for a few years. This made me independent, I traveled alone, with a small backpack and a book to read, and a notebook to write some poetry that came to me, thanks to some beautiful landscape I saw.

Me, When I was 18.

And it was on one of those trips that that nightmare began. I was in Los Teques, Miranda state. When a belly pain so strong and pronounced, I threw to the ground. My eyes were exalted not knowing what was happening to me, the pain did not let me think, I only looked at the person who was with me, who sat me until I could relax.

The next day, we went to an outpatient clinic, a small health care center where the care was not very good, I must say, but I had an ultrasound where a cyst was evident in my left ovary, which they assured that with treatment it could dissolve and would not give me any major problems.

Getting that diagnosis when you’re away from home, 18, you think it’s the end of your life. You research on the internet, you see the photos, you look at the information and you get worse. Your mind flies, your eyes cry. So I wanted to lighten up a little and go home, tell my mom and see what we could do.

We consulted another doctor, with other tests, same diagnosis. Being this stage a very painful in my life, I must confess that there are things that I have forgotten, that I do not remember very well. Among many things, I remember that time passed, that I got used to painful menstruations, with abundant shocks and almost paralyzing.

I remember I didn’t get any treatment because it was very expensive, my parents couldn’t, and I couldn’t work. And that was that. Sometimes we think that ignoring a problem we will no longer have it there, it will no longer persecute or bother us. It took less than three years for everything to get worse.

The "small cyst" had tripled in size and by this time had already "eaten" my left ovary. A new horde of examinations and medical appointments, almost like a crucifixion. Now the diagnosis was different: operate and remove my left ovary when I was 20. An operation was much more expensive than the initial treatment. I did bingos, food sales, anything that could generate the resources so I could keep getting tested and find somewhere to operate.

I knocked on doors in government institutions. I didn’t stay and wait, my mom went with me everywhere. Until a brother of a putative uncle, helped me to clarify the nightmare, we came to an agreement, that I to be a theater actress (I will talk about this in another post) could channel my operation if to recover I presented myself in various social and political events. I didn’t think about it, the answer was a thousand times yes. There was nothing to think about.

I remember that on the day of the operation, I no longer had any money, I had to travel to another city where the operation would be. And that day they couldn’t operate on me. Sitting in the waiting room I started crying everything I hadn’t been able to cry before.
It was everything, it was the end, it was that day or any other because neither to eat nor to return to my city we had enough money my mom and I. And a lady, whose name I don’t remember, came up to my mom and she told her what was going on. (God, my eyes fill with tears in this part) And this lady without knowing us, she rode us in her car, took us to her house, gave us food, gave us a room to rest and the next day took us back to the hospital. Without a doubt, angels who present themselves to us on the road in human form, who are driven from the suffering of others, or simply a normal person who for me was an angel for all his attentions and for being the only helping hand at a time when I was already desperate.

The next day, it was the day. We arrived early, I entered quickly. I remember it was very cold, the light surgical gown was not enough. They were all very kind. Anesthesia from the waist down and I was awake, seeing through the lamp in the ceiling everything they did to me, because, let me tell you that at that moment my curiosity to see that it was coming out of my body was incredible. I wanted to see it removed, that it was thrown away, in fact, I wanted to have it in a glass jar and see the cause of years of suffering.

I had my left ovary removed in what is known as a left ovary ooferectomy, part of my uterus removed to see if there was no damage or injury. But I didn’t see it, the unwanted host that came from my body in my body, the cause of my life being at risk and my latent desire to be a mother. They only extracted a small sample for the biopsy where it was shown that, satisfactorily, it was not something malignant.

My body already had another large scar, one similar to that of the cesarean section thanks to that tumor. Now, it was time to heal, to get the tumor out of my nightmares and out of my head.

*And when I thought the worst was over, the symptoms came back... *

Gracias por leerme. Se viene la segunda parte.