Ser creativo implica: saber pensar con rigor, con libertad interior, sin sometimientos a tópicos y prejuicios, de forma ajustada a las exigencias de la realidad. Tener sensibilidad para captar y apreciar justamente los valores. Una persona dotada de esta forma de creatividad, tiene poder de discernimiento, se esfuerza por consolidar convicciones éticas y se propone ideales elevados. Posee lucidez para jerarquizar los valores.
Si ponemos en juego un estilo de pensar profundo, riguroso sistemático, estaremos en disposición de adquirir un conocimiento sólido de las cuestiones que más preocupan al hombre de hoy y más incidencias tienen sobre la juventud y la configuración de la sociedad. El tipo de saber sobre la vida humana y cuanto ella implica, no se puede conseguir por vía de la mera información de forma rápida, fácil, inconexa, sin una orientación bien meditada. Sino más bien es el fruto de todo un proceso de formación que supone aprender a pensar con rectitud.
Es conocer lo que es nuestra propia realidad, las realidades que nos rodean. Por último aclarar que esto que nos proponemos no es sencillo, pero es vital porque cuando no pensamos con rigor, nos convertimos en analfabetos de segundo grado, estamos expuestos a la manipulación, al intrusismo, al reduccionismo.
La creatividad en el pensar tiene dos adversarios terribles que se ayudan entre si: el intrusismo y la manipulación. Actualmente todo el que dispone de un medio de comunicación se siente investido de un derecho ilimitado y absoluto a emitir toda clase de opinión acerca de ética, religión, política, sociología, antropología, pedagogía; aunque no tenga los conocimientos indispensables para ello. Se convierte así en un intruso. Se entiende la libertad de expresión como un salvoconducto para todo tipo de injerencia en campos del saber que solo revelan su secreto a quienes les dedican mucho talento, tiempo y esfuerzo.