La confianza es la seguridad de poder enfrentar una situación conocida o desconocida. Suele estar basada en el conocimiento de nuestras propias fortalezas, en el dominio de alguna ciencia o arte. Cuento una historia que muestra cómo el consejo de mi padre ayudó a consolidar mi confianza y cómo esto podría usarse para potenciar la confianza en los niños:

En mi adolescencia tuve serios problemas de timidez. Por esa razón, llegué a pasar algunas vergüenzas pequeñas y otras muy grandes. Me resultaba incómodo entrar en una sala llena de gente. El sólo hecho de que algunos voltearan a mirarme me provocaba indecibles sufrimientos. Aquello me sumía en un estado de alerta que me impedía concentrarme. Yo tenía problemas para socializar y probablemente no recibí ayuda oportuna.

Yo vivía con mi papá, mi mamá no estaba. Mi problema de timidez yo no lo hablaba con él. Además de que él era hombre, yo sentía que él no tenía la sensibilidad necesaria para entenderme. Un día, sin embargo, decidí enfocar el problema de una manera distinta y darle a mi padre el beneficio de la duda. Me forcé a recordar que él era mayor y que yo y que en este mundo, sin duda, él había visto muchas más cosas de las que yo había podido ver.

Así, andando con mi papá en la vieja camioneta, le conté sobre mi problema de timidez y sobre mi dificultad para interactuar adecuadamente con la gente. Le hablé de algo que yo llamé inexplicables explosiones de nervios en los momentos más impensables e incovenientes.

Mi anciano padre escuchó con paciencia. Nunca me interrumpió. Parecía que entendía perfectamente todo lo que yo le estaba diciendo. Parecía que tenía un as debajo de la manga, y que sólo estaba esperando una oportunidad para mostrarlo...

Terminé de hablar. Mi papá aún parecía meditar en el asunto. De pronto, abrió su boca y dijo: "Tienes que aprender a manejar"... En ese momento me convencí de que mi papá no estaba en capacidad de entender mi situación y mucho menos podía ayudarme. Pero no perdí oportunidad de tomar esa palabra sobre aprender a manejar. No era algo que él ofreciera con frecuencia. En las semanas siguientes estuve practicando tras el volante con mi papá.

En mi primer trabajo, como era de suponerse, me vi en aprietos muchas veces, pero me gané la simpatía de los que estaban cerca de mí. Mis compañeros ayudaron a hacer que el ambiente de trabajo fuera más llevadero. Era un pequeño progreso que yo no notaba al principio.

Mi poca capacidad para socializar me hizo ser más orientada al trabajo. Me volví una experta en ciertas actividades por las cuales siempre me buscaban y me consultaban. Me convertí en un punto de referencia importante para esos trabajos, lo cual activó mi confianza y la elevó hasta los cielos.

Aquí comencé a entender lo que trataba de enseñarme mi papá, lo que significaba aquello de "aprender a manejar". El sólo hecho de dominar algo, de saber bien cómo se hace, aumenta la confianza de cualquiera. En mi caso, la confianza terminó haciéndome una persona más sociable y desaparecieron por completo los miedos y las explosiones de nervios.

Desde entonces tengo la convicción de que a los niños hay que enseñarlos a dominar una ciencia o un arte, algo que logre capturar su interés, según lo que observen en él los padres o representantes. Béisbol, fútbol, natación, gimnasia, tocar un instrumento musical, cantar siguiendo a un director y aprendiendo a modular la voz, son algunas opciones. Hay muchas otras, lo importante es que el niño logre interesarse en la actividad, que al final va a terminar potenciando su confianza.