Marzo del año 1975, tengo siete años. Mi mamá tiene que ir otra vez al hospital, mi hermano la va a acompañar y mi papá trabaja en la carpintería. Yo aún no sé que ella tiene cáncer, solo que va al hospital muy seguido, pero esta vez no hay quién me cuide ni me pueden llevar.
—Si te animas a quedarte solo unas horas, solito, a la vuelta te compro un autito, de los caros, los de colección...
—Bueno... —le digo— pero uno de policía (nunca había tenido uno hasta ese entonces).
—Es un trato, Dante —responde mamá, muy débil.
Es la primera vez que siento la soledad, enciendo la tele, pero solo hay un noticiero, en blanco y negro. Los demás canales aún no comienzan a transmitir. Pero al menos, hay algo de ruido y no tengo tanto miedo. El autito valdrá la pena, y también la espera. De tanto en tanto hablo solo o trato de cantar, para que la casa no se sienta tan sombría.
A las horas veo por la ventana que mamá regresa del brazo de mi hermano, de su sesión de quimioterapia. Pero no olvidó el regalo; el autito se ve impecable, en su cajita; es azul, de policía, y es de los que se abren las puertas, de colección.—¿Me prometes cuidarlo? Salió muy caro... —dice.
—Es un trato, mami; ¡siempre estará conmigo!
—Bah... no sé por qué te lo digo, si luego lo dejarás tirado por ahí —dice antes de tirarse en la cama.
—Dije que te lo prometo —repito— ya vas a ver que lo cuidaré.Hoy, exactamente cuarenta años después, aún conservo aquel autito que más de una vez le mezquiné a mis hijos. Soportó cuatro décadas, docenas de mudanzas y toda una vida adulta. Supongo que no vale un peso, pero para mí significa la promesa inquebrantable de un niñito de siete años.
¿Viste ma’? Esa fue una de tus últimas visitas al hospital antes de que el Señor te sanara... y mi primer encuentro con la soledad.
que hermoso ! le felicito me hizo llorar. @paty2017