Un día normal de trabajo, estando en la oficina, llegó mi jefe algo desesperado, porque su esposa había traído una gata nueva al hogar, ya eran muchos animales los que ella albergaba y él estaba algo molesto por su costumbre de albergar gatos y perros en casa.
Contrariamente, en mi casa no se tenían mascotas, hubo varios pajaritos que, algunos escaparon y otros murieron, por lo que mi hijo y sobrinitos estaban empeñados en que trajera un perrito a vivir con nosotros.
La dificultad de encontrar la mascota adecuada, el tiempo, y lo molesto de tener un perrito que requiere paseos matutinos, entre otros cuidados que ellos solo le darían con la emoción de su llegada, pero que luego quedaría a mi cargo o al de mi hermana, nos hacían negarnos a esa posibilidad.
Pero entonces se presentó esta oportunidad, interrogué a mi jefe acerca de las costumbres de la minina, su aseo, su alimentación y decidí que era hora de tener una mascota.
Sin previo aviso me presenté en la casa con mi querida y tierna Dulcinea, su anterior dueña nos llevó hasta la puerta del edificio, se despidió de la manera más dulce, le tomó fotos, y le envió desde la alfombra donde dormir, la comida, sus juguetes, todo lo que pudiera necesitar. Además me hizo prometerle que la tendría al tanto del desarrollo de su preciosa gatita.
Al llegar a casa con ella, la primera reacción de los niños fue de decepción, pensaron al verme con algo peludo cargadito, que se trataba de un perrito, y al comprobar que no era así sus expresiones no se hicieron esperar: “¿Una gata?”, “¡No vale, yo pensé que era un perrito!”, “No me gusta”, “no la quiero”.
Ella, presintiendo que no era bienvenida, se mantenía en un rincón de la casa, apenas se movía y no se atrevía a pasar de la sala al pasillo. Se instaló debajo del sofá algunas horas, para luego poco a poco comenzar un lento recorrido.
Al día siguiente ya lograba cruzar el pasillo hacia la cocina, y los chicos comenzaron a acariciarla muy poco a poco, luego la cargaban y se peleaban por tenerla. Hasta el mayor de ellos, ya un adolescente comenzó a tener muestras de cariño con ella.
Comenzamos a buscar un nombre para cambiarle el que tenía, surgieron algunos como Andrómeda, Estrella, Cleopatra, pero al final decidimos dejarle su nombre original, ya que de hecho era demasiado Dulce, haciendo honor a su nombre, que además es histórico, (siendo el mismo de la novia imaginaria del Quijote de La Mancha, de Cervantes) .
Pasó el tiempo y se ha convertido en un miembro más de la familia, todos la alimentan y se preocupan por ella, es como un peluche con vida que todos cargan y acarician, y ella obviamente se deja querer…
Un diciembre salió de casa, pensamos que se había reunido con sus compañeros de juegos en el patio, pero no regresó. Al día siguiente comenzamos a preocuparnos cuando no se presentó a reclamar desayuno, y comenzamos a buscar en todo el edificio y en los edificios vecinos.
La conserje del edificio de al lado me comentó que alimentaba a varios gatos que se acercaban a su puerta en la noche, y esa noche fuimos a ver si ella se acercaba. No fue así. A medianoche escuchamos su maullidos en el segundo piso y la vimos atascada en unos bloques de ventilación, la rescatamos, la bañamos y alimentamos, y nunca más se ha alejado, más allá de casa de los vecinos, a donde siempre se acerca a provocar al perro, que la corretea y la hace entrar agitada a la casa buscando refugio.
Y esa es la forma en la que llegó Dulcinea para quedarse en nuestras vidas, haciendo que cada miembro de la familia sienta la preocupación por ella, y disfrute su compañía.
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