Miguel abrió los ojos. Estaba acostado sobre una especie de césped, pues sentía las pequeñas hojas rozando su cuerpo desnudo.
-¿Cómo llegué aquí? ¿Por qué estoy desnudo?- se preguntó aún en el suelo. Su cabeza le iba a estallar del dolor, y por más que intentaba recordar lo último que vio antes de aparecer aquí como por arte de magia, no podía. Era como si algo le impidiera saber cómo había llegado a aquel lugar.
Se sentó y observó a su alrededor. Era de noche, pero no había ni una sola estrella ni luna que iluminara nada. Sentía como varias hormigas recorrían su piel descubierta, hasta que una lo picó en la pierna, provocándole un escozor inmediato.
-¡Carajo! ¡Puta hormiga!- dijo, aplastando a los pequeños insectos, cuyos sobrevivientes huyeron despavoridos de su pierna desnuda.
Al abrir un poco más sus ojos verdes y adaptarse a la poca iluminación, se percató que estaba en algo similar a un bosque, porque lejos de él, como a unos cien metros, había un grupo de frondosos árboles que le rodeaban. Estaba en un claro de forma circular, y al parecer, era el único ser vivo en todo ese lugar -además de las hormigas y de una que otra ave que chillaba de vez en cuando-.
Con bastante dificultad logró ponerse de pie, y antes de que alguien -no sabía quién, pues no se veía ni un alma- lo viera en su traje de Adán, fue en dirección a los altos árboles que rodeaban el claro. La poderosa migraña tenía apoderado su cerebro, impidiéndole pensar bien.
'Ok. Relájate, Miguel. ¿Cómo llegaste aquí?' se preguntó mientras cerraba sus ojos y regulaba el ritmo de su respiración, intentando si con eso se le pasaría el dolor.
Miguel era alguien muy lógico y racional. Después de todo, era un cardiólogo, y uno de los mejores en la ciudad donde trabajaba. Las personas con problemas con el corazón acudían a él como a un salvador, poniendo su vida en las manos del hombre rubio, de tez blanca y ojos verdes.
Estaba tratando de recordar desde que despertó aquella mañana, pero lo único que lograba volvr a su memoria era que no había comido, luego de un agotadora guardia en el hospital. Pero eso era un recuerdo de hace una semana, no del día de hoy. Mientras se sumía en sus confusos recuerdos, apareció la luz. Varios faros similares a los de un estadio se encendieron alrededor del ancho bosque, resplandeciendo con una poderosa luz blanquecina.
-¿Qué es este lugar?- se preguntó mientras se ocultaba entre un arbusto. Era extraño que en un bosque hubieran luces así... A menos que aquel lugar no fuera un bosque completamente.
Miguel corrió en dirección a donde venía la luz del enorme faro, no sin hacer varias paradas debido a los martillazos que sentía en su cabeza. Podía sentir como crujían las hojas secas bajo sus pies, y sus oídos estaban llenos del ruido del bosque. Aunque estaba consciente de que era un humano desnudo, se sintió como un animal. Fue entoncs cuando chocó contra algo. Sintió como lo que fuera con que había impactado cayó al suelo al igual que él. Miguel cerró sus ojos, el dolor de cabeza se había intensificado luego del golpe.
-¡Fíjate por dónde andas, imbécil!- dijo una voz femenina que a Miguel le pareció demasiado familiar.
-¿Flora? ¿Eres tú?- preguntó Miguel, ajustando la vista hasta posarla en la chica tan desnuda como él que se estaba poniendo de pie en ese momento.
-¿Miguel? ¿Cómo llegaste aquí?- preguntó Flora, claramente sorprendida. Flora era una doctora que trabajaba en el mismo hospital que Miguel. Habían sido colegas desde hace unos cuatro años, por lo que se conocían bastante. Se podría decir que Flora y Miguel eran buenos amigos.
-No se. No recuerdo nada.- dijo Miguel levantandose del suelo. Miró a Flora, que tenía sus cabellos color bronce hacia adelante, cubriendo vagamente sus senos- ¿Y tú? ¿Sabes como llegaste aquí?-
-Ni idea. Me desperté en el suelo, desnuda y con un dolor de cabeza terrible. Estuve por unos minutos tratando de hallar donde estaba, cuando las luces se encendieron. Comencé a correr en dirección a la lámpara cuando me encontré contigo... De manera dolorosa, debo decir.- dijo ella, sonando divertida.
-Me alegro de que estés conmigo, aunque la verdad desearía que no estuviéramos aquí.- susurró Miguel, de pronto sintiendo escalofríos en la parte baja de la espalda. Pensó que estaba siendo observado por alguien más además de Flora.
Entonces, una voz masculina que parecía provenir de los mismos faroles llenó todo el silencio que había un rato antes. Tanto Flora como Miguel se sobresaltaron por el estruendo que hizo la voz.
-Buenas noches, señoras y señores. Sean bienvenidos al torneo de cacería. Les advierto: Corran por su vida, o morirán.-
De nuevo hubo silencio, y el corazón de Miguel comenzó a latir con fuerza. ¿Cacería? ¿De qué demonios...
Un disparo resonó en el bosque, y los gritos que parcían ser de otras personas se escucharon a lo lejos. La idea le vino a Miguel a la cabeza como un rayo. Cacería. Disparos. Gritos.
Era una cacería humana. Ellos, los desnudos, eran la presa.
De pronto, un ruido fuerte pareció estrellarse contra un árbol cercano a donde se hallaban los dos médicos, y Miguel tomó con fuerza el brazo de Flora y comenzó a correr, arrastrándola.
-¡Nos están cazando, Flora!- gritó Miguel mientras corría a toda prisa por el espeso bosque, sintiendo como las ramas de los árboles le arañaban todo el cuerpo.
-¿De qué estás hablando?- preguntó Flora con voz agotada. La delgada mujer no era aficionada a los deportes, en cambio Miguel practicaba atletismo regularmente.
-¡Van a matarnos! ¡Corre!-
Huyeron en dirección desconocida, mientras una ráfaga de balas los perseguía. Miguel estaba aturdido. ¿Por qué los estaban cazando? ¿Qué clase de juego macabro era este? Y lo peor de todo ¿Por qué lo había elegido a él? Era un ciudadano honorable, no engañaba a nadie y ayudaba a la comunidad. No merecía estar ahí.
Al cabo de un rato, los disparos cesaron, y Miguel se detuvo y soltó el brazo de Flora. El horror se apoderó de él cuando se dio cuenta que solamente había el brazo de la mujer. Había sido desprendido de alguna manera que él no logró darse cuenta. Quiso gritar, pero el saber que habían personas psicópatas aún detrás de él lo hizo tragarse el miedo. Flora, ¿Qué había ocurrido con ella?
Jadeó con fuerza, tratando de recuperar el aliento. La oscuridad se hizo de nuevo, y Miguel comenzó a tiritar. Hacía frío esa noche, y al sentirse tan impotente, unas lágrimas cayeron por su rostro. ¿Dónde estaba la salida? No quería morir. La idea de dejar de existir era el miedo más profundo de Miguel.
Los disparos volvieron, Y Miguel se dispuso a correr nuevamente. En eso estaba, cuando se topó con la silueta de alguien que corría en dirección contraria a él. Entonces un nuevo disparo, y la silueta cayó al suelo, muy cerca de los pies de Miguel. Se detuvo en seco, y vio al cazador... O mejor dicho, a la cazadora. Una mujer de unos cincuenta años, cabello oscuro y enmarañado y con ropa para salir a acampar. A pesar de estar ataviada de esa forma, la señora se veía de porte elegante, como si tuviera bastante dinero.
Había llegado el momento. Su hora era esta. la mujer lo apuntaba directo al pecho con una escopeta de cacería, como si él fuera un venado, un conejo, un simple animal.
-¡Por favor! ¡No me mates! ¿Qué hice para estar aquí?- suplicó Miguel, llorando fuertemente. Si, se veía cobarde, pero nada podía perder al estar a punto de morir- Miró hacia abajo, hacia el cuerpo del hombre muerto, su cara estaba echada hacia un lado, y Miguel lo reconoció enseguida. Era Carlos, otro de los médicos que trabajaba con él en el hospital.
Volvió a mirar a la mujer, que seguía apuntandolo. Esta vez, la mujer sonreía malévolamente. Miguel lo comprendió.
-¿Están cazando médicos?- dijo, secándose las lágrimas. La verdad, ya no tenía miedo.
-Si, la semana que viene serán profesores. Cacería de profesionales. ¿No es divertido?- dijo la mujer en un tono severo, eso fue lo último que Miguel logró escuchar antes que la mujer activara el gatillo.