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Y allí estaba ella, en los escalones de una de las puertas que permanecen cerrada en la Catedral de Mérida, alrededor de ella picoteaban otras palomas sin prestarle mayor atención, parecía cansada de una vida plagada de plumas y aire, del ir y venir y del aleteo constante, cansada de picotear arroz y cositas del piso, y de dormir entre tantas otras como ella en lo alto de algún ventanal de la iglesia, parecía un suicidio, pero lo dudo, no había evidencia; solo estaba su cuerpo y su carita boca abajo y sus ojitos cerrados, como queriendo decir se acabo, es hora de descansar, su color combinaba con las chispas del granito; y aunque sin vida poso para mi se veía hermosa.