¡La loca Críspula!, así la llamaban, pues cuando niña se le veía hablando sola. Aunque ella decía que “hablaba con sus hermanos”. De joven se le podía ver caminando a la orilla de la playa. Fue allí donde, de acuerdo a sus propios relatos, ella aprendió a leer y escribir sola.
–¿Y cómo fue eso Mamaúla? — le preguntaba su nieta.
–Bueno Mija — respondía. –Yo me iba por los lados de las ruinas del castillo, así pasaba el día. Y en ese arenal blanco, allí, los hermanos me escribían letras o palabras completas, así me enseñaron a escribir y a leer.
– ¿Y cómo eran esos hermanos? —le interrogaba.
Ella respondía que no los veía, que sólo presenciaba como se formaban las letras en la arena y escuchaba en su mente las voces del significado, ella sabía que eran ellos quienes querían que aprendiera.
Pues resulta esto curioso, ya que la Mamaúla era la quinta de once hermanos, y todos eran analfabetos a excepción de ella.
¿Cómo era posible que en esa península remota, de gente muy humilde, donde sus habitantes vivían del día a día, manteniéndose principalmente gracias a la pesca y a la explotación de la minas de sal, la loca Críspula haya aprendido a leer y a escribir sola?
Pero no era eso lo único curioso de ella. Pues la gente llegaba a su casa para que le santiguara a los niños que sufrían, según sus padres, del mal de ojo.
A lo que ella se reía a grandes carcajadas y decía – ¡Dame acá ese muchacho, que no tiene nada!, ¡Cómo le van a pegar mal de ojo a un muchacho tan feo!, ¡Mira como se está avispando! –Y le devolvía a un niño sano.
Ya de grande se mudó a otra ciudad. En ese tiempo era un lujo tener teléfono en casa. Y el correo, sino se extraviaba, podía tardar meses en llegar. Por lo que, para dar una noticia muy importante, lo ideal era hacerlo por medio del costoso telégrafo.
Ella continuaba hablando sola, ahora decía que veía y hablaba con los desencarnados. Una noche muy en particular, se fue a dormir temprano. Al otro día se despertó muy de madrugada, preparó su maleta y le dijo a su hija que se iba para su pueblo.
Ese pueblo quedaba muy lejos, a no menos de 10 horas de camino de donde se encontraba ella. Sin embargo, tenía que ir pues su hermano Goyo le había venido a avisar que él había fallecido.
La loca Críspula se marchó de viaje muy de mañana, aún sin haber salido el sol. Iba camino a su pueblo para llegar a tiempo al velatorio.
A las primeras horas de esa mañana, de urgencia entregaron en su casa un telegrama con el siguiente mensaje:
“Murio.anoche.mano.Goyo”
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