El deseo no es un camino unidireccional. Es un ramaje de complejidad que nos impulsa a actuar, y otras veces nos dificulta la visión. Puede transformarse en una idealización tan peligrosa que, al alcanzar lo deseado, nos priva del placer. Otras veces, nos mueve incansablemente desde el punto de la frustración hasta el símbolo del logro con sentido. Eros confesó en su partida: "La naturaleza del deseo es misteriosa".