El monstruo del lago. 1. El caballero / @juagarsa*
Saludos steemians, gracias a la oportunidad que me brinda la revista de Arte y Literatura Periplos, presento la primera parte de El Monstruo del Lago, una serie de relatos que continuarán la historia en futuras entregas.
Espero que lo disfruten.
El monstruo del lago
1. El caballero
El guantelete de hierro y óxido se retorcía de lado a lado, justo delante de su cara. La manopla escamada rechinaba en el aire y de vez en cuando producía algún chasquido al chocar con las moscas de mayor tamaño. A pesar de la suave brisa que levantaba, el mundo seguía pesado como un yelmo de piedra.
El caballero golpeó con el estribo el duro abdomen de su caballo. Lo suficiente como para avanzar un par de metros, apartarse del sendero y cubrirse bajo la sombra de los árboles. Su piel rezumaba por todos y cada uno de los poros, pero era el brillo de su armadura el que podría traerle mayores problemas si alguien se percataba. Innecesarios problemas, si le preguntaban. Sobre todo ahora que se veía tan cerca del final. Lo notaba en el picor bajo su coraza. En el pelo de la nuca que se le erizaba sin saber muy bien por qué. Se arrancó el guante de la izquierda, el de dedos rígidos, y le pasó la mano por las crines a su caballo como debía hacer cada cinco minutos si quería mantenerlo tranquilo. Más de cien moscas levantaron el vuelo y un par de ellas acabaron presas dentro de su armadura por el hueco abierto entre el metal y la carne.
Pero esta vez algo más que zumbidos se propagaron en el aire. Algo más que el viento o el cantar de los pájaros. Algo humano. Un soplido. Un quejido.
El caballero tanteó el pomo de su espada y miró a su alrededor, entre las ramas más bajas y el gris de los troncos. Alguien andaba cerca, escondido en lo más profundo de aquel bosque. Seguramente buscando lo mismo que él. Seguramente pensando lo mismo que él.
Esperó.
Otro soplido. Otro quejido. Ese alguien tenía gran dificultad para respirar. El caballero volvió a apaciguar a su montura y se calzó el guantelete. Contaba con cinco minutos. Cuatro cincuenta y ocho, para ser exactos. Desmontó con dificultad y sus escarpes se hundieron en la blanda penumbra, entre el barro y las hojas muertas. Desenvainó cuidándose de no hacer ruido con el filo. Sintió en sus brazos el peso de la espada, y en sus piernas, el cansancio acumulado.
Y volvió a esperar.
Tercer soplido. Tercer quejido. Parecían venir de algún lugar a su derecha, de detrás de un viejo árbol de tronco grueso y raíces enmarañadas. Aguantó la respiración. Un paso. Otro. Una gota de sudor resbalando por la frente. Un latido desacompasado. Una neblina color ceniza tan confusa que ni siquiera ella sabría dónde va o de donde vino. El caballero se movía lentamente, rodeando el árbol, evitando el musgo traicionero que se extendía por la base y los tentáculos de madera oscura. Ganaba ángulo con cada zancada, sus ojos arrancándole detalles a la corteza húmeda. Le pareció intuir una bota gastada que temblaba con cada bufido. Una capa de tela blanquecina enroscada en la pernera y en el lodo. Se paró de golpe. Notó algo a su espalda, una alteración casi imperceptible de presión en el aire que, como a una estaca, lo clavó en el suelo. Imbécil, se halagó, una emboscada. Giró sobre sí mismo blandiendo la espada, pero no vio a nadie. Aguzó el oído. Cerró los ojos. Ruido de pasos amortiguados. Un murmullo. El picaporte de la puerta. Su madre.
—¡Pausa! —su visor saltó por los aires y con él volaron también los auriculares, los mandos —¿No sabes llamar?
La mujer ignoró sus palabras, se arrodilló sobre la cama vacía y varios cojines cayeron al suelo.
—¿Cuánto tiempo llevas jugando, Antoine? —subió la persiana, el cuarto se inundó de un sol prohibido que quemaba la piel del adolescente, blanca como las sábanas.
—Poco... —respondió éste al rato, tapándose con la mano unos ojos hinchados. Miró hacia abajo y se dio cuenta de que se había vuelto a orinar encima. Cuesta mucho quitarse la armadura, pensó.
—Cuánto —repitió la mujer.
—¿En quitarme la armadura? —preguntó él desconcertado, cubriéndose sus partes con uno de los cojines que aún quedaban en la cama.
—Que cuánto has jugado, no te hagas el loco.
Un soplido. Un quejido.
— No lo suficiente... —murmuró al fin.
*@juagarsa. Nacido en España en el ´75. Aficionado en el arte de juntar letras.
Jajaja. Fenomenal! Nunca he podido desarrollar el gusto de los juegos de video, y creo que a estas alturas de mi vida ya no lo desarrollaré, pero he leido historias de tipos que se han muerto después de maratones de juego. ¡Qué locura!
Fascinante la historia. Promete ser una serie con muchas sorpresas. Esta me sorprendió gratamente.
Gracias @hlezama! Pues sí, parte de esta historia viene gestándose por, entre otras cosas, esas noticias sobre jóvenes adictos a esta segunda vida tras la pantalla.
Espero que te guste la continuación, ahora que he vuelto de vacaciones, puedo seguir escribiendo!
Espero la continuación,@juagarsa, pinta interesante la historia.
Muchas gracias, @ramonochoag, espero que la continuación sea de tu agrado!