"Nos necesitamos los unos a los otros", ha confesado a FIFA.com el guardameta Tim Howard acerca de la enconada rivalidad entre su selección, Estados Unidos, y México. "No es odio. Es respeto mutuo. Nosotros crecemos conforme ellos crecen".
Hay prudencia y sabiduría en las palabras del ex arquero del Everton ínglés. Howard, un torbellino de intensidad sobre el terreno de juego, sabe tocar la fibra con sus juiciosos comentarios. El portero formó parte del primer combinado estadounidense que hace tres años derrotó a México en la catedral del fútbol mexicano, el estadio Azteca.
La apreciación de Howard apunta a la esencia misma de esta gran rivalidad, donde el respeto, la historia, la animosidad, el prestigio, la proximidad y las ansias de grandeza se enmarañan en un hervidero de pasiones."Los dos equipos nos empleamos tan a fondo y jugamos con tanto ímpetu porque para ambos tiene muchísima importancia", añade tras una pausa para medir bien sus palabras.
Su sentimiento es compartido por el de su ex seleccionador Juergen Klinsmann. "Me encantaría jugar con Méxicos todos los días", solía decir el alemán. "Para mí es un partido comparable con el de Alemania contra Países Bajos por la intensidad y la emoción que despierta entre los aficionados", agregó.
Los clásicos rivales se enfrentarán por 68° oportunidad el domingo 11 de junio, por la sexta jornada de Hexagonal Final de clasificatorio de la Zona Norte, Centroamérica y Caribe para la Copa Mundial de al FIFA Rusia 2018™. El último recuerdo entre ambos fue en Columbus, Ohio, donde los estadounidenses habían tomado el hábito de vencer a México en el marco de la eliminatoria.
Luego de que los estadounidenses en sus cuatro enfrentamientos previos por idéntico marcador de 2-0, finalmente el Tri se impuso 1-2 con goles del capitán Rafael Márquez y Miguel Layún; rompiendo así una larga racha y arrancando el hexagonal de la mejor manera.
Dominio mexicano
La idea que el público tiene sobre la rivalidad entre Estados Unidos y México no hace justicia a la realidad actual de esta contienda. Alexi Lalas, el defensa pelirrojo y cantante por vocación, recibió en su día una patada en la entrepierna. Rafa Márquez, el belicoso capitán de México, podía haberse ahorrado el cabezazo que propinó a Cobi Jones. Landon Donovan no ha pecado precisamente de prudente echando leña al fuego durante tantos años con su actitud de malo de la película.
Se han visto golpes y patadas, faltas de respeto y violencia en los 80 años de una rivalidad intensa. Pero detrás de toda esta enemistad, se esconde algo mucho más grande.
Ambos se encontraron por primera vez hace 80 años en Roma, en uno de los últimos clasificatorios para el Mundial de 1934, que ganaron los estadounidenses. Aquel primer momento de gloria, sin embargo, fue efímero, pues México se impuso con dominio en los partidos que siguieron. De los 21 encuentros disputados entre 1937 y 1980, México no perdió ninguno, registró 18 victorias y tres empates, y marcó la friolera de 90 goles contra los 20 de Estados Unidos.
En aquellos años, el deporte que el mundo conoce con el nombre de fútbol estaba relegado en Estados Unidos a comunidades étnicas aisladas y a un puñado de campus universitarios de élite. El fútbol americano y el béisbol eran los amos. Mientras los niños estadounidenses lanzaban balones ovalados al aire y bateaban pelotas, los mexicanos pateaban balones redondos en las calles. Aunque los dos países tienen tanto en común, el fútbol en aquellas cinco décadas perteneció a México. El soccer, al norte de la frontera, seguía siendo una novedad.
Pero todo cambio en el decenio de 1990, como resultado de una North American Soccer League que causó furor en los años 70 y la llegada al país de Pelé y Johan Cruyff, Beckenbauer y Eusebio. La Copa Mundial de la FIFA aterrizó en tierras estadounidenses en 1994, y la gente prestó atención. Lo que vino a continuación, la Major League Soccer, cambió completamente el panorama. Con una liga profesional de primerísima categoría plenamente afianzada, la nación estaba lista para ponerse a la altura de México.
Un nuevo amanecer
Desde los albores de la penúltima década del siglo XX, el peso de la rivalidad cambió de lado. Estados Unidos empezó a trepar; México, a preocuparse. La inquietud cundió entre los jugadores mexicanos, víctimas del escarnio que les dedicaban unos hinchas poco habituados a sufrir contra los vecinos del norte. "Fueron partidos muy intensos", comenta Zague, un veterano mexicano, presente en algunos de los partidos más reñidos de la historia de la rivalidad. "Sufrí entradas durísimas y nunca me quejé ni hablé de ello, porque jugábamos así. Nadie quería perder".
El punto de inflexión se produjo en el Mundial de 2002, un momento que los aficionados estadounidenses atesoran en sus corazones y los hinchas de México maldicen como al infierno. En Jeonju (República de Corea), Estados Unidos se impuso a México por 2-0 en octavos de final, un marcador convertido en insulto hasta nuestros días: "dos a cero".
"Nunca olvidaré aquel gol", comenta Landon Donovan, el joven héroe que personificaba la vertiginosa ascensión de Estados Unidos, autor del segundo tanto del partido. "¡Marcar en una victoria sobre México en un Mundial es el no va más!".
En la otra cara de la moneda, los mexicanos, eliminados, se vieron obligados a perderse por entre los rascacielos de Seúl y a esconderse en los clubes nocturnos de la ciudad durante más de una semana. Sus seguidores estaban esperándolos en casa para hacerles saber hasta qué punto había sido el no va más.
Un partido entre México y Estados Unidos es más que un partido. En el olor de la hierba y en las pullas de las gradas se entremezclan casi cien años de historia compartida, porque la inmigración es un hecho y las lealtades tribales no se pierden así como así.
Pero esta rivalidad no es una historia de agresividad y violencia, ni siquiera de goles y estadísticas, sino de dos vecinos, de dos primos norteamericanos con mucho más en común de lo que ni ellos mismos se imaginan, desesperados ambos por ganar cada vez que se encuentran.
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