¡Hola, mis apreciados y respetados lectores!
Si mi memoria no me falla, había presentado mi serie de mini-cuentos hasta mi segunda entrega el año pasado. Bueno, ahora para este año, les presento el tercer mini-cuento de mi autoría, que se titula: "Noikarina y la Serpiente Encantada". Este tercer relato, se lo contaba a mi hermanita menor, como una historia fantástica de hace ya muchos años atrás, cuando aún estaba en la época del bachillerato. Este cuento no lo tenía escrito por aquellos años. El mismo, ha permanecido en mi memoria y justo ahora, he redactado esta versión de ficción totalmente cambiada de su versión infantil y adaptada con un toque de poética, que hoy les quiero compartir.
Todas las imágenes presentadas en el cuento, son de mi autoría y fueron tomadas con mi cámara Nikon Coolpix de 10 megapixeles.
Espero, al igual que el relato anterior, este también sea de su agrado.
NOIKARINA Y LA SERPIENTE ENCANTADA
Ella descendió de las prístinas cumbres heladas, ella se hizo hembra con figura de diosa divina, para mezclarse con los habitantes del valle, aquel hermoso valle que sustentaba la vida en armonía con la madre vegetal.
Hace ya tantos años que ese valle es verde, con un aire tan límpido, que podías tomar una bocanada, sin ningún temor a sufrir una afección respiratoria en aquel mágico y hermoso lugar.
Entre aquellos aborígenes, no existía la enfermedad. No conocían ese flagelo, porque todos vivían en completo balance con lo natural y con un desarrollo sustentable, ecuánime, adecuado a sus necesidades y costumbres. Y el río de aguas cristalinas les sonreía todas las mañanas, cuando alegres se iban a bañar o a pescar. Compartían el agua y la respetaban, como una verdadera comunidad. Así pasaron siglos en armonía y en balance natural. Coexistiendo con los seres vivos, con todos los seres vivos de aquel mágico lugar.
Pero los siglos pasaron y volvieron a pasar. Y la serpiente encantada que vivía en la montaña que servía de malecón ingente entre el valle y el límpido mar, sabía que se avecinaban tiempos difíciles para aquella gente y su bosque natural. Ella también sabía que debía poner sobre aviso a la hembra que recién descendía de la “montaña sagrada” – como le decían los aborígenes del lugar – para que tuviera las visiones de los sucesos que estaban por venir.
Entonces, cuando la hermosa hembra de vestidos verdes bajaba la ladera sur de la montaña, ya muy cerca de las primeras praderas de verdes pastos, la serpiente encantada la mordió en el tobillo… La hembra de vestidos verdes cayó tendida en el suelo cubierto de hierba y estuvo delirando 3 días con sus noches. En ese delirar, en ese desvarío de su mente, vio, desde la cima de la montaña sagrada, grandes barcos de madera arribar a aquellas costas; costas de arenas blanquecinas y aguas cristalinas que, durante siglos enteros, se mantuvieron vírgenes a sus calados. La hermosa hembra, vio como descendían de las naves y en su estridente desembarco, hacían espantos en las bandadas de aves. En su sueño ya no había canto, en su sueño ya no había calma, en su sueño se le iba el alma y hasta del bosque desaparecía el danto.
Se despertó la hembra y bajó al valle verde. La vieron los aborígenes a los que no sorprendió su desnudez. Ellos andaban en guayucos, no les era ajena la desnudez.
Ella les habló en su lengua y les advirtió de sus visiones. La llevaron con los chamanes y ellos, atentamente y con avidez, la escucharon. Cuando oían su relato, sus facciones se descomponían, era como si la sangre toda, de a golpe, en sus corazones tristes, se oprimía. Comenzó una fuerte ola de dolor, de melancolía. Se iniciaron los preparativos, para la inminente guerra que venía.
Ella subió de nuevo al monte, para encontrarse con la serpiente encantada. Quería que le mostrara más, quería ver si, de alguna forma sorprendente, podían ganar. Ya no pudo verla. La serpiente, ya no estaba. Lo que ella había vivido, era sólo para la dama. Una vez dadas las visiones, ya no había razón para que la serpiente encantada, se quedara.
Así lo entendió la hembra de la montaña sagrada. Así lo sintió en sus cálidas y tenues entrañas. Al igual que las marañas de los árboles formados, ella vería con dolor toda su tierra desangrada.
Pasó otro siglo y, tal como una vez ella lo augurara, los ingentes barcos llegaron a las costas y ella los miró desde lo alto de la montaña con su rostro helado en la espera tras la madrugada…
Ella luchó, claro que luchó junto a aquellos hombres y mujeres tan valientes que hasta con los dientes peleaban. ¿Y es que acaso hay un animal que al ser atacado sus dientes no muestre?
Sí, ella luchó, ella los ayudó, ella los amó. Los lloró cuando murieron,… ¡las lloró a ellas con sus heridas, con sus dolores fuertes en sus vientres!, ¡nada forzado es placentero, nada forzado es de valientes!... ¡Claro, claro que mostraron todos los dientes! ¡Claro que mordieron a aquella gente!
Las batallas duraron años y aquella hermosa hembra se fue marchitando. Poco a poco, se fue agotando. Con cada lágrima, que de sus hermosas cuencas brotó, el suelo que pisaba se iba secando.
Las pugnas por la libertad, los desmanes de aquellos visitantes de desembarco; todos y cada uno de los atropellos, se fueron sumando. En su memoria ancestral quedaron grabados, todos aquellos golpes de los que, en barcos, habían llegado. Y como ella misma lo había vaticinado, tuvieron que pelear y defenderse de los malvados. Pero la historia de los siglos trasnochados, recuerda a los vencedores, no a los ultrajados.
El hermoso valle perdió color, lo que crecía en el suelo ya se había marchitado. Murieron de a poco, las flores, murieron las abejas, que ya sin su pose en las flores, no polinizaron. Algunas ardillas se fueron al bosque, para intentar allí, sobrevivir. El mastranto era fuerte y se mantuvo. El manteco también aguantó el asalto. Pero ella que estaba dolida y agonizando, ordenó a sus verdes montes que ya era hora, ya estaba harta, que ya había que envenenarlos.
Entonces comenzó la muerte por su mano. Una muerte lenta, pero sin descanso. Y con cada muerte de ellos se iba izando, la bandera del amor por lo más sagrado: La Tierra, la madre que los había alimentado. De tanto, en tanto, los fue diezmando, y los aborígenes más al Sur fueron migrando. Sin su mundo colorido, sin sus predios hermosos; de un mundo arrebatado y ultrajado, se fueron alejando. No hubo manera de que aquel daño fuera reparado.
El mundo cambió para los que quedaron y aquella hembra se mantuvo siempre a su lado. Con un amor de madre, de amiga, de aliada, de un ser milenario; ella se mantuvo con ellos en el cambio. Desde lo alto de la montaña sagrada, los seguía cuidando.
Ahora las hordas ya no habitan más en sus desgastados predios. Pero, ellos tampoco se encuentran en el valle. Se han ido lejos, los que quedaron, en busca de una mejor vida en un nuevo valle; pero no quedan muchos por esos lares.
Más siglos pasaron y el valle cambió. El límpido cielo de otrora, ya no lo es más. Ahora hay un cielo enrarecido por la urbe tropical, que está allá abajo y que sólo la montaña sagrada logra aliviar. Las aguas de aquel bello río de otrora, ya no son tan claras. Es un río turbio que corre presuroso, como queriéndose escapar de la gran ciudad. Pero ella persiste en entregar todo su encanto. Pues fue una promesa que debía completar. Esa hembra de vestidos verdes, de ciclos perfectos y delicados, los chamanes de la tribu le dieron muchos nombres: “Noika, la guerrera de vestidos verdes”; “Noika, la hermosa niña mujer, de color precioso”; “Noika, la amorosa adivina, amiga de los Caracas”. Todos fueron sus nombres, pero, el mejor que le pudieron otorgar fue: “Noikarina Waraira Repano”; el espíritu de la montaña sagrada que descendió al valle para a los habitantes poder ayudar…
… ¡No, no pasa nada, en realidad! Son ideas ficticias de este bohemio que aún la visita y sobre su lomo helado va a acampar. Despierto en su lecho de hielo que amo y no me da miedo de expresarle mi afán de volver cada día a sus cúspides preciosas, a sus predios, a mirar ese bello cielo y desde arriba, con el pecho lleno de su grandeza, poder gritar: “¡Noikarina Waraira Repano, que bellos senos, que bellos labios, que bello cuerpo vestido de verdes y floral, que bello y antiguo el cielo de tus ojos grises, que miran al hombre de ahora, allá abajo, en el valle, agitado, agobiado, atareado y con afán. Sí, que bello nombre tendrías, si todo esto fuera verdad!” En tus cumbres de diosa divina, yo siempre quiero acampar.
Fin
José M. Lausar
Les envío en estas líneas mi más cálido y fraternal abrazo. ¡Feliz día!
¡Este es un precioso relato amor! ¡Me encantó tu tercer Mini-Cuento! Se nota cuánto amas a la Naturaleza. Te felicito cielo. Dios siga llenando tu musa para todos tus relatos.
¡Besos y abrazos!
¡Gracias cielo! Siempre estoy tratando de apuntar mis escritos en esa dirección tan hermosa que me lleva directo a los brazos de la Madre Vegetal, ¡jajajajaja!... Gracias por tan bello comentario.
¡Besos y abrazos para ti también amor!
I'm trying to learn chinese in my spare time.
Sorry, I think you got the wrong post to comment.
Greetings!
Saludos José, excelente cuento, muy bien llevado la trama...
Un Abrazo
Es un placer compartirlo y que te haya gustado. Un fraterno abrazo hermano.
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