No voy a hablar principalmente de este autor tan conocido sino de otros autores y otros procesos. Pero aun antes de eso debo señalar los aspectos más resaltantes de Gallegos para que podamos comprender en qué radica la especificidad –si es que existe– de los autores que le sucedieron.
El conflicto entre civilización y barbarie no es exclusivo de Rómulo Gallegos. En el mundo latinoamericano de su época este es un tema central. En la obra de Gallegos está representado, principalmente, en la novela Doña Bárbara. Los mismos nombres de los personajes ya señalan esta dicotomía: Doña Bárbara y Santos Luzardo encarnan las fuerzas enfrentadas: campo salvaje y ciudad civilizadora. La obra de Gallegos, entonces, encarna, a veces con más sutileza de la que se le reconoce, el ideal positivista de progreso espiritual y material; la denuncia de las taras sociales y políticas de su época, así como el realismo más acendrado como opción estética.
Por supuesto, hablar de la novela venezolana después de… resulta demasiado abarcante. Podríamos perdernos en un laberinto de obras y autores que nos conducirían desde el primer tercio del siglo XX hasta finales del año pasado (o de la semana pasada). Me propongo algo mucho más modesto: señalar algunas obras significativas de nuestra historia literaria que funcionan en oposición y diálogo (no siempre evidente) con la estética y temática galleguiana.
Cubagua y el onirismo poético
Publicada en 1933, apenas cuatro años después que Doña Bárbara, Cubagua, de Enrique Bernardo Núñez, representa una transformación radical de la novelística venezolana. Transformación que, sin embargo, pasó desapercibida por treinta años. La primera edición de la novela fue destruida en un naufragio, y sólo se salvaron unos pocos ejemplares.
Como la obra de Gallegos, Cubagua busca las marcas de la identidad nacional, pero lo hace con estrategias textual totalmente diferentes (o, al menos, bastante diferentes) de las de Gallegos. Hay que hacer notar que Gallegos continúa publicando durante los años treinta, cuarenta y comienzos de los cincuenta (su última novela fue publicada en 1951). Así que estas formas novelísticas, como suele suceder, coexisten.
Bernardo Núñez se aleja del realismo; se estilo está más cercano al onirismo poético que a la denuncia social. Sus frases son cortas, sencillas y evocadoras de lo sensual:
En la otra galería flotaban dorados reflejos. La luna quizás penetraba allí, pero luego fueron precisándose formas extrañas: ídolos, asientos, aves de oro. Toda la plata de Paria, el oro de los Omeguas, las riquezas de Guaramental, Chapachauru y Quarica. El oro de los reinos esfumados en la niebla de los ríos. Las perlas rebosaban en urnas de tierra derramando un brillo estelar.El tratamiento del tiempo es, tal vez, el aspecto más novedoso de esta novela, al menos en el contexto venezolano: Cubagua se aparta del tiempo lineal para proponer uno cíclico o permeable.
El inicio de la novela no la diferencia mucho de otras en que se recurre al paisaje del campo o del interior del país para encontrar las marcas definitorias de la nacionalidad. Una pequeña galería de personajes se presentan en estas páginas iniciales: Henry Stakelun, norteamericano gerente de una compañía que explota un yacimiento de magnesita; el juez Leónidas Figueiras, tiranizado por su amante-sirvienta; fray Dionisio de la Soledad, misterioso como un hechicero; su hija adoptiva Nila Cálice, sensual y no menos misteriosa; y Ramón Leiziaga, ingeniero de minas graduado en Harvard al servicio del Ministerio de Fomento.
Es a partir del segundo capítulo, a raíz de un viaje de Leiziaga a la pequeña isla de Cubagua cuando la novela comienza a desplegarse. Allí encuentra a Fray Dionisio, quien le enseña un plano de Nueva Cádiz, la ciudad fundada por los españoles en Cubagua, dibujado por el conde milanés Luis de Lampugnano en 1525. Mientras contempla las líneas del plano, las realidades temporales comienzan a fundirse y a mezclarse:
Tres días, quinientos años, segundos acaso que se alejan y vuelven dando tumbos en un sueño, en la luz de días inmemoriales. Espuma.El siguiente capítulo ya introduce el salto temporal: estamos en la floreciente Nueva Cádiz de comienzos del siglo XVI. La siguiente oración presenta al conde Lampugnano: “Él tenía la misma estatura; pero la barba rubia, los ojos azules”. La identidad de los dos personajes, Leiziaga y Lampugnano, queda establecida.
Como en los mitos clásicos y los cuentos populares, el tránsito hacia otro mundo (en este caso, otro tiempo) se produce mediante el cruce de una barrera acuática: el mar que separa la isla de Margarita de su hermana pequeña, la isla de Cubagua. Y en ese otro mundo, en el extremo de la cuerda del tiempo, vuelven a aparecer los mismos personajes en otras vidas sin que se pueda percibir apenas dónde concluye y comienza la realidad: Leiziaga es Lampugnano, Fray Dionisio ha muerto en un ataque de los indios, Nila Cálice es una guerrera caribe, los pescadores de 1925 son encomenderos, traficantes de esclavos, taberneros, o esclavos ellos mismos en 1525.
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Un trabajo de mucho interés y valor para el estudio de la novelística venezolana del siglo XX. En esta primera entrega aprecio tu interpretación de ese hito de nuestra literatura narrativa que es Cubagua de Enrique Bernardo Núñez, obra que me merece la pena que sea dad a conocer más ampliamente. Pendiente de la otras entregas. Saludos.