Dice un niño a su padre, que está llegando a casa, viene cansado del trabajo y la inocencia le recuerda su realidad.
Se supone que el trabajo garantiza el sustento diario, pero no es así, la madre cocina unos huesos y los cocina con algunas verduras, que compiten en precios con la carne y el pollo.
¿Qué paso con la comida? ¿Quién hizo esto? ¿Cómo se pudo acabar con todo? La sopa rinde para tres días y no hay arroz tampoco. El hombre trabaja hasta el cansancio más grande y no le alcanza la comida en casa. El sueldo semanal corre tras la comida y no la alcanza, el hombre se sienta exhausto en el taburete y mira a sus seis niños con dolor, él y la madre comen menos y los niños quedan con hambre.
Mujer, vamos a vender los muebles, para comprar comida, hasta ver que podremos hacer. La fábrica está cerrada y las tiendas del pueblo abren medio día, porque nadie va a comprar. No se explica lo que pasa, dicen que el gobierno va a caer, hasta los dueños de negocios miran por las ventanas y vidrieras las calles vacías.
En las elecciones que vienen muy pocos irán a votar. Andan como locos buscando comida y poco les importa quien pueda gobernar. Si hubiera trabajo otro gallo cantaría, porque algo de comida se pudiera comprar.
Los que tienen hijos grandes quedaron solos porque, se fueron a buscar trabajo en otro país. También los padres se fueron y las madres quedaron cuidando a los niños pequeños. Esto tiene que cambiar.
Se saca los huesos a la sopa, para volver a hacer sopa mañana. La nevera tiene solo agua fría y unos cubos de hielo. Los niños la abren como queriendo entrar a otra dimensión, donde la comida sea abundante, la abren una y otra vez como que si fuera una caja mágica que hace aparecer comida de la nada.
La abuela de la niña de al lado, se quedo en su mecedora viendo el final de la calle y no volvió a hablar, cayó en un sueño profundo y se fue volando al infinito, ya no miraba, cuando la niña paso frente a su puerta, vio a esa abuela que la miraba profundo, sin mirarla, y se metió corriendo a su casa.
Hasta las chiripas y cucarachas se secaron en la despensa sin que le pasara por el lado un pedazo de pan. Todo se volvió silencio hasta el día siguiente.
El padre los subió en la carreta y monto las colchonetas y alguna ropa y salieron del pueblo. En el camino había muchos mangos, hasta que llegaran al otro pueblo, tenían esa comida silvestre. Para trabajar en cualquier cosa, tendría suficiente para comer, y la madre plancharía y cosería en casa. Atrás quedo la miseria, con el sol llegaría la vida nueva, sin mirar las huellas, se abriría un nuevo camino, con la esperanza de algo mejor.
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