En nuestra realidad cotidiana es muy frecuente evidenciar la carencia de una comunicación efectiva en el seno de nuestras comunidades. A pesar de los avances tecnológicos, los adelantos científicos y el desarrollo de las disciplinas humanísticas y de ciencias sociales, aún seguimos presentando serios inconvenientes en un hecho tan primario y elemental como lo es la comunicación humana.
Algunas investigaciones recientes nos alertan que un niño nacido en durante los primeros años del siglo XXI al llegar a los 4 años ha recibido una cantidad de información igual o superior a la que ha recibido un adulto promedio en toda su vida. Esa realidad es una consecuencia del incremento exponencial de las tecnologías de información y comunicación que facilitan y potencian la transmisión de datos e información, a través de canales que hasta hace unas décadas atrás eran desconocidos para todos nosotros: La televisión, Internet, celulares, tablets, smartphone, entre otros. ¿A pesar de ello nos estamos comunicando más? . En realidad lo que hacemos diariamente es hablar, gesticular palabras, acelerar el paso, interactuar con dispositivos, chatear por Internet, ver televisión, pero no estamos articulando los elementos fundamentales de una comunicación efectiva: emisor, receptor, mensaje y lo más importante la intencionalidad. Comunicar no es hablar, así como ver no es mirar, ni oír es escuchar. La comunicación efectiva implica un dominio tangible de la emocionalidad, un interés por el otro, una intención de llevar y compartir un mensaje que lleve a un resultado concreto.
Esta complejidad humana la podemos verificar en todos los rincones de nuestra aldea global: en las empresas, organizaciones, partidos políticos, asociaciones, grupos vecinales, institutos educacionales y cualquier grupo humano. Muchos problemas no resueltos por una falla consistente en la metodología y la estrategia comunicacional. Los trabajadores expresan frases como “a mi no me dijeron eso”, “yo no sabía nada”; o frases como las que oímos a dos personas después de largas horas de conversación telefónica: “después hablamos”. En esencia, se refleja un sentimiento de vaciedad, de no haber alcanzado el objetivo primordial del acto de comunicar.
En las fronteras del siglo XX y XXI, en la era de las TIC, de las redes sociales y de la información digital, seguimos confrontando un problema tan viejo y fundamental como lo es la comunicación. El ancho de banda sirve únicamente para mejorar y aumentar el tráfico de datos e información, pero deja de lado el componente más importante y al verdadero protagonista con sus mensajes claros y precisos, con cuya actuación se puede lograr una interacción efectiva, nutritiva y exitosa. Este debe ser un punto de honor entre los seres humanos que fuimos dotados por la providencia divina con una inteligencia y una capacidad para generar empatía, crear contenidos y enriquecer mensajes con sustancia y emoción para propiciar el bienestar y la felicidad del colectivo.
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