Los seres humanos cuando empezamos a crecer, nos vamos contaminando de algo sumamente cruel y peligroso, algo que en la niñez no tenemos, pero que desde esa edad la cultura nos va inculcando…Eso es la costumbre. Pasamos por la vida dando todo por sentado, creyendo que respirar es muy normal, que cualquiera puede escuchar, que caminar no tiene importancia y en cuanto a la vista, no observamos nada, porque a fin de cuentas, ver es algo sumamente natural.
Finalizando mi bachillerato, tuve la maravillosa oportunidad de estudiar con un amigo ciego a quien respeto y amo profundamente. Su presencia cambió mi vida de múltiples y hermosas maneras, principalmente creo que se expandió mi mente y mi alma a muchas otras cosas.
Ahora que han quedado lejos esos años del liceo, la presencia de los ciegos ha vuelto a mi vida, y pienso que han llegado en una etapa bastante difícil que tuve que vivir, para hacerme ver todas esas hermosas cosas de las cuales por “costumbre” me estaba perdiendo.
Pienso después de todo, que cada uno a su estilo, con su visión sobre la vida y desde su individualidad, me ha hecho reflexionar sobre muchas cosas que la gente que con desprecio hacia ellos se hace llamar normal, no ha tomado en cuenta para nada, y pasan por este mundo viviendo sin pena ni gloria.
Recuerdo que en el liceo, le leía yo a mi amigo el libro de Antoine
De Saint-Exupéry “El Principito” y en el capítulo XXI donde el Principito se encuentra con el zorro, hay una frase muy importante que éste le menciona como un gran secreto, porque en realidad lo es –“No se ve bien más que con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”
Aquel astuto zorro, no pudo enseñar algo más cierto que esa enorme verdad, pasamos la vida sin oler, sin sentir, sin escuchar ni ver en realidad.
Mientras veo gente en un parque con un par de audífonos puestos, recuerdo que para mis amigos ciegos es una fiesta escuchar el trinar de las aves y el silbido del viento. Que mientras mucha gente come presurosa sin darse cuenta qué ingredientes tienen sus alimentos, ellos comen despacio para degustar con detalle y atención los sabores y olores de su plato.
Gracias a ellos, ahora voy por la calle y si veo un colibrí posado sobre una flor, paro y lo observo detenidamente, cuando pasa un hombre con perfume agradable, aspiro para disfrutar de su aroma aunque ni siquiera lo conozca porque una de mis amigas ciegas me enseñó que debo hacerlo de esta manera. Cuando voy por la calle, voy cazando cualquier porción de hojas secas para deleitar mi oído con su crujido. Cuando oigo algún hermoso sonido que llame mi atención, no sólo lo escucho, sino que lo grabo y lo comparto con ellos, porque entre tantas cosas que un invidente puede amar, están los sonidos.
Cosa bella en este mundo es tener con quienes vivir estas cosas, ellos me recuerdan al igual que los niños y los animales, las cosas que en verdad son importantes, a mis amigas ciegas no les importa despeinarse en medio de una tarde lluviosa, a ellos no les importa saltar sobre un charco como si tuvieran tres años. Con ellos puedo embarrarme de helado sin que otra cosa importe en ese momento, pues junto a ellos(as) compruebo que las grandes maravillas del mundo, no son las grandes construcciones, ni los vestigios históricos. Las grandes maravillas son las que no vemos, es maravilloso sentir, oler, escuchar, saborear y ver. De modo que por eso lo digo, y lo reitero al final ¡El que entre ciegos anda, a sentir aprende!
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