En las historias de ciencia ficción se puede hallar un gran contenido político.
Estoy viendo Samurai 7 y es inevitable ver todas las analogías con el mundo real.
En la orientación instrumentalista de la tecnología que describió Heidegger, esta tiene como propósito optimizar la extración de plusvalía. Pero no sólo eso: es la extracción misma y como ya lo encontró Stiegler desarrollando sobre Heidegger, la tecnología y la humanidad son imposibles de separar. En Samurai 7 esto es inmensamente obvio en los bandidos que obligan a los pueblos de campesinos a entregar todo su arroz, y dejándolos con lo minimo para subsistir y justamente eso lo logran mediante el uso de tecnología. La tecnología da ventajas en términos de optimización de la industria pero en especial da ventajas en el plano militar. Los pobres, los débiles, los que no tienen acceso a la tecnología les queda someterse al orden.
La desigualdad en el acceso a tecnología no se da sólo por la fuerza bruta. Se da en especial debido a la falta de acceso al aprendizaje que facilite el control de la tecnología y también al carácter acumulativo de la creación de nueva tecnología. Hoy en día es más profundo aún: la tecnología se ha vuelto tan avanzada que es imposible algo como el anarquismo tecnológico, como la conquista del pan que propuso Bakunin. La conquista del pan es algo relativamente sencillo. Necesitamos hornos, cultivar trigo, fuego y labor humana y cierto aprendizaje sobre panadería. Bakunin pudo fácilmente proponer que el pan podía ser conquistado por la clase obrera, es decir era algo factible. Pero hoy en día difícilmente podríamos hablar de la conquista del microchip, de la nanotecnología, de los satélites en órbita o del reactor nuclear. Las tecnologías más avanzadas están extremadamente alejadas de las masas de fuerza laboral con habilidades tecnológicas básicas y en especial sin acceso a la tecnología que permitiría fabricar esa tecnología avanzada. La tecnología se acumula, como el capital. No podemos hacer un microchip sin máquinas avanzadas para litografía, sin computadoras, sin software que permita diseñar los microchips y sin el entrenamiento y la experiencia que se requiere para diseñar uno. Además, hoy en día, las industrias avanzadas no comienzan de cero, no sólo cuentan con herramientas sino también cuentan con partes primitivas que pueden organizarse para crear microchips más avanzados que los anteriores. Se acumula no sólo herramientas tecnológicas materiales sino también componentes base digitales que permiten construir sobre bases ya existentes. Aún si pudiéramos obtener los instrumentos materiales, necesitaríamos las bases digitales. De este modo es imposible pensar en la factibilidad de una conquista proletaria del microchip.
Al menos los microchips no nos dan de comer. El pan, o en el caso de Guatemala, la tortilla, sigue siendo esencial para la subsistencia humana y es más importante hacer tortillas que hacer microchips en términos de necesidades básicas. Pero el tema no es si podemos comer o no microchips sino que es si podemos combatir militarmente a las clases poderosas si no tenemos acceso al uso y creación de tecnología más avanzada. Al menos eso es si tomamos las posturas bélicas de revolucionarios como Bakunin o Marx. Pero no todo tiene por qué ser beligerante, o esa es mi esperanza.
Esto siempre lo hemos visto en el gran desbalance combativo entre ciudadanos comunes sin poder, sin armas, sin equipo de protección y los defensores de las élites, los antimotines, militares y sicarios que tienen acceso a armas, equipo de protección, cámaras de vigilancia con reconocimiento facial, o las mismísimas empresas proveedoras de los servicios de telefonía que están en manos de esas élites y no dudarían en usar ese inmenso poder para aplastar una insurgencia que amenace sus privilegios. Estos últimos son realmente imponentes pues dominan a su antojo toda nuestra infraestructura telecomunicativa y no se queda allí; también los servicios básicos de energía eléctrica, agua potable, carreteras, salud, están en manos de esas élites que se supone debemos combatir en alguna eventual revolución. Las guillotinas eran la tecnología anti-burguesa de antaño. Hoy si mucho les podemos twittear que coman mierda.
En Samurai 7, al igual que en muchas historias de ciencia ficción, hay actores con acceso a tecnología poderosa y con gran talento que son capaces de combatir esa superioridad tecnológica. Esa tecnología poderosa y primitiva es básicamente la katana y esos actores son los samurais, que son guerreros élite japoneses y que tienen una cultura de honor y justicia social. A pesar de eso, los mismos bandidos que roban el arroz son samurais que dejaron sus votos de honor de lado para volverse los comerciantes de la muerte. Roban el arroz y luego lo venden y acumulan más tecnología. Los 7 samurais que se asocian para defender a un pueblito del terror de los bandidos y la opresión del imperio son los héroes de la historia. El heroismo fantástico de estas historias nos contrasta con la realidad denotando un realismo capitalista. No tenemos héroes capaces de combatir tecnológicamente a las clases altas. Esos héroes han sido absorbidos por las industrias tecnológicas y de ellos sólo quedan sus memes en internet. Su ingenio y talento es extraído por la tecnología y el capitalismo conjugados y es puesto al servicio de las élites. Esto evoca las películas de hackers rebeldes contra las fuerzas de dominación. Pero bueno, admitamos que sí hay héroes tecnológicos que son justamente los que mantienen el software libre. Samurais hackers, dedican sus talentos a la igualdad tecnológica, es algo como un ciber-anarco-comunismo ya que el software puede ser usado como se desee sin restricciones y se pone especial atención a la documentación y la potencialidad de aprender del código fuente, enfrentando así también el problema de el acceso al aprendizaje.
La cibernética comenzó como un campo de investigación en la industria que apuntaba a optimizar procesos de extracción de valor y producción. Mucha de la literatura sobre cibernética, las ciencias organizacionales, ha sido enfocada a ser consumida e instrumentalizada por administradores de empresas e instituciones públicas, reforzando así las jerarquías organizacionales, volviéndolas más efectivas para extraer plusvalor y para extraer los recursos naturales.
Necesitamos una cibernética que invierta ese enfoque. Que no se dirija a los administradores sino que se dirija a los organizados, a los desprovistos del acceso a la tecnología. Tenemos ya algunas de esas cosas, como bien mencioné una de mis favoritas en el software libre y hay movimientos anarquistas, sindicalistas, progresistas, etc. Pero la mayor barrera sigue siendo el aprendizaje. Nos urge ya enfrentar estos problemas pero aún no hay una cultura proletaria generalizada de aprendizaje tecnológico. Y mientras no la haya estos mismos movimientos seguirán siendo hippies que creen que el 5G da cáncer (puede que sí de cáncer, pero no podemos saberlo sin conocimiento científico/tecnológico y las campañas de desinformación sobre el 5G son extremadamente obvias). Por si fuera poco, también tenemos mucho por aprender en general sobre los sistemas de opresión. Tenemos feministas TERFS, comunistas-leninistas antifeministas, progres racistas, etc, etc, y eso lo que demuestra es una gran ignorancia sobre la historia de opresión de distintos grupos fuera de nuestras burbujas. Falta alteridad, falta grandes cantidades de aprendizaje y falta teoría y práctica organizacional obrera o cibernética proletaria no enfocada a cómo pueden los administradores controlar la fuerza laboral sino enfocada a cómo pueden los obreros tomar el control de las organizaciones comerciales y estatales. Como bien lo dijo ya Bogdanov necesitamos una cultura del proletariado.