Pues bien, esa herida que le dejó su pasado, diría que vuelve a abrirse durante los eventos del primer videojuego, cuando justamente en las navidades de 1997 (si, bien retro todo el asunto), la villana Eve hace su aparición y le hace tener flashbacks sobre su fallecida hermana, lo que lleva a nuestra querida oficial de policía a ponerse sensible y tener los sentimientos a flor de piel durante toda su lucha contra el ser mitocondrial. En algún punto de la aventura, la ciudad de Nueva York es evacuada y Aya queda solo en compañía de su colega Daniel y el científico Maeda, que no pueden ir con ella en todo momento y lugar porque corren el riesgo de ser quemados por la energía de Eve. Así que nuestra protagonista tiene algunos ratos importantes de soledad e introspección en los que tiene la oportunidad de sanar sus heridas emocionales a través del enfrentamiento contra su némesis. Desde el momento en que se encuentra sola en esa habitación abandonada en SoHo (un viejo barrio neoyorkino) y se quiebra, dejando salir su llanto y aclarando que no quiere convertirse en un monstruo y que teme dejar de ser humana. Cada encuentro con Eve la va marcando y empoderando poco a poco, ella sigue adelante en cada situación, hasta que finalmente acepta su destino, su condición, sus raros poderes y se reconoce a sí misma como la única capaz de detener a la villana.
Por lo tanto, más que un videojuego de terror y RPG, para mí Parasite Eve representa la lucha de alguien por superar un hecho trágico y traumático que le dejó heridas emocionales. Me gusta creer que trata sobre alguien que acepta su soledad, su realidad, por más triste que pueda ser. Que Aya con toda su belleza, pueda tener el mundo a sus pies, pero prefiera hacerse a un lado de todo. En pocas palabras, pienso que el incidente con Eve, es una motivo para que Aya logre adentrarse en lo más profundo de su ser y luchar contra su trauma y la melancolía que la invade todas las navidades. Es la crisis del cuarto de vida. A sus 25 años, la rubia debe decidir quién quiere ser por el resto de su vida adulta y sufre varios de los síntomas de esta etapa, tales como la necesidad de establecer un vínculo emocional de tipo romántico de larga duración y estabilidad (al salir con el hombre al inicio del juego, aunque no se lo tome nada en serio), confusión de identidad (cuando ya no sabe si es un monstruo o si es humana) o el sentimiento de aislamiento y soledad, especialmente, de tipo emocional (algunas veces se muestra apática y prefiere actuar sola, incluso llega a ser sarcástica). A diferencia del segundo juego, Aya en esta primera entrega es una oficial de policía novata y el Incidente de Manhattan sirve para ponerla a prueba. Su inexperiencia contribuye a intensificar lo que siente durante este proceso de autodescubrimiento y aceptación como adulta.
Esta es una de las razones por las que amo este videojuego. Para mí es mucho más que ir por ahí disparando a cuanto monstruo se nos aparece. Es una forma diferente de ver nuestro paso a la madurez y a la autoaceptación.
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