Devastada

Una mujer de mediana edad estaba aparcada en la orilla de una transitada avenida. El agua, golpeaba con fuerzas el parabrisas de su neón blanco. Todos los vidrios estaban empañados, y ella se aferraba con fuerza al volante del vehículo. Respiraba entrecortadamente, acalorada a pesar de que estuviera a 10 grados centígrados. Cuando los vehículos pasaban cerca de su coche a alta velocidad lo mecían, lo cual hacia caer las lagrimas del rostro a la ropa de la mujer con un poco más de prisa. Sollozaba, pero no había nadie cerca que pudiese escucharla.

La mujer recordaba cada mensaje de esa conversación, que a pesar de que no era con ella, ni hablaban de ella, le había roto la vida. ¿y como no? Si le había confiado toda su vida a él, para que solo se burlara de ella. Se sentía rota, que nada a su alrededor podía curarla.

Sus pies se movían a mucha velocidad en un solo sitio. Golpeando con ligereza el suelo del vehículo.

Habrían pasado ya unas cuantas horas desde que ella la siguió de su trabajo hasta un viejo motel, donde al abrir la puerta de esa pequeña habitación lo vio, recorriendo el cuerpo desnudo de una mujer mucho más joven, con menos kilos, con mejor ropa interior.

Ella no necesito ver más, y supo que a él no le importó lo que ella hubiese visto. Ya ella no le importaba. Se lo decía cada día cuando hablaba con desprecio de su ropa y su figura, de lo poco que se arreglaba.

El sol por fin se ocultó y los últimos rayos de sol iluminaron las gotas que seguían golpeando el techo del vehículo. La mujer alzó la cara, completamente morada de tanto llorar.

No podía pensar en otra cosa que no fuese en la infelicidad de ese último año, el como él le recordaba que nadie amaría a alguien como ella.

Estaba su voz presente en su mente cuando abrió la puerta del coche y con los pies descalzos caminó por la carretera helada. Pero eso a ella no le dolía, nada más le dolía que su corazón. Un corazón que nunca fue amado, que siempre fue despreciado y humillado. Nunca tuvo un hijo que la amara, la vida no le había concedido esa bendición así que ya no se sentía con nada que mantuviera atada ahí, en ese mundo de agonía y de sufrimiento. Con los ojos aun llenos de lágrimas los cerró y se arrojó a la avenida, en busca de una paz que no había tenido nunca.