Eran las tres de la mañana y él estaba sentado en su balcón. En su pensamiento solo estaba ella, sus caricias a medio sentir, la respiración entrecortada que la caracterizaba y su dulce aroma a melocotón, le parecía mentira toda la situación, estaba solo, completamente solo en aquella casa hundida en la penumbra y con la gélida brisa de aquel invierno inclemente. Hoy hacían cuatro años desde la noche que la conoció… ¿Y cómo no recordar aquella noche, si fue ese cinco de noviembre el que le cambió la vida para siempre?
Fue en un supermercado cuando la vio por vez primera, él compraba vinos para una noche de letras en la soledad habitual de su apartamento. Ella compraba artículos de aseo personal, y por cosas de la vida se tropezaron. Ella era torpe por naturaleza, lo que hizo que se cayera inminentemente, resultado del tropezón, él se sintió culpable y en compensación la invitó a tomar un café.
Ella se llamaba Cecilia y él Martín. Hablaron un largo rato en aquel café de la calle 53, hablaron de la vida misma, de gustos y ambiciones, de sueños y deseos. La vida era tan peculiar que Martin era escritor y Cecilia estudiaba literatura.
A Martín le parecía un atrevimiento invitarle a su apartamento, pero quería que ese momento se extendiera por la eternidad, esa chica era tan agradable… tan natural. A Cecilia le parecía una locura aceptar la invitación de un extraño, sin embargo, algo dentro le gritaba que ese hombre tan mayor de ojos azules era el otro extremo de su hilo rojo.
Llegaron al séptimo piso del edificio Notre Dame, en la calle 25. Era una noche de tertulias y mucho vino, las risas no faltaban, parecía ser que eran las personas indicadas para quitar la melancolía de las vidas de cada uno. Martín se armó de valor y le contó los fracasos transcurridos durante sus 52 años. Cecilia en respuesta le contó sobre su aburrida vida de 21.
Afuera la temperatura de la cuidad descendía, no obstante entre ellos la temperatura aumentaba, Cecilia se acercó sutilmente a la cara de Martín y él tomó la iniciativa, besándola lentamente, como si el tiempo se detuviera. Los labios de Cecilia eran delicados, suaves… tan carnosos.
Sus lenguas se encontraban de vez en cuando y en ese instante una corriente eléctrica les atravesaba de pies a cabeza. Las manos de Cecilia acariciaban la cabellera de Martín, mientras él besaba su cuello y sus manos la despojaban con extrema delicadeza de la blusa. Sus cuerpos se deseaban, ella se lanzó sobre él y el tiempo comenzó a tener premura. Las manos sin control de ambos estaban en todos lados explorándose, acariciándose y sus bocas se besaban sin parar.
Entonces Martín tomó a la chica de cabello castaño y ojos tan claros como la miel, la acostó sobre la alfombra blanca, succionó el lóbulo de su oreja y fue descendiendo lentamente por su cuello con besos húmedos, le quitó el corpiño con un roce que le erizó el cuerpo. Sus senos eran como montañas resplandecientes en la tenue luz de aquella habitación, entonces posó su boca en ellos, eran la golosina perfecta para aquella noche de pasión.
Cecilia estaba un poco asustada, pero la excitación hacía que todo miedo se disipara. Las sensaciones eran tan profundas que estaba hiperventilando y tenía la mente aturdida, solo podía pensar en el delineado cuerpo de ese hombre que hasta pocas horas atrás, era un total desconocido.
Sentía la boca de Martín en sus senos y las manos en su abdomen acariciándola en círculos, sentía como le retiraba de modo fugaz el pantalón y luego paulatinamente sus manos se dirigían hasta sus glúteos apretándolos fuertemente, eso en vez de molestarle, le provocaban escalofríos calurosos en todo el cuerpo.
Entonces Cecilia sintió la presión del sexo erecto de Martín en su pelvis, las uñas de ella se clavaron en la espalda de él, y fue en ese momento cuando ella sintió la forma en la que él entraba en su interior, la respiración se entrecortaba por el placer que experimentaba. El mundo mismo se dilataba para ambos, cosquilleos en el vientre, escalofríos en la espalda y un grito que subía por la garganta de Cecilia, les hizo evidenciar la pasión de aquella noche.
Martin miró a Cecilia directamente a los ojos, tenía una mirada de picardía y una sonrisa dulce, entonces cayó sobre ella, podía sentir su dificultad para respirar y los latidos de su corazón, como si acabara de terminar un maratón.
Esa noche se resumió en copas de vino, caricias y mucho sexo… las noches durante los siguientes tres meses fueron un tanto parecidas. Ellos eran tal para cual, una extrañeza total de la vida en juntar a dos personas tan parecidas para amarse tanto.
Sin embargo la muerte se sintió celosa de ese amor casual… y les nubló la vida nueve meses después. Ella viajaba a casa de su madre, era nueve de agosto, exactamente las 8:39 a.m. Y la muerte se vestía de novia sobre la carretera nacional a la altura del kilómetro 114. La soledad de esa carretera era incomparable, un ciervo se atravesó ante el automóvil de Cecilia, ella maniobró la dirección de su auto, pero no fue suficiente, terminó estrellándose con un árbol.
Perdió la vida tres días después, luego de un sueño profundo en la terapia intensiva del hospital San Patricio. Ciertamente Cecilia y la muerte se casaron en un suspiro, pero Cecilia no fue la única que murió. Martín también perdió la vida, aunque seguía respirando, sus sueños, la esperanza de casarse y aquellos mágicos meses que había vivido con Cecilia estaban muertos, quedaron marchitos en la carretera, un nueve de agosto.
Hoy, a más de tres años de la muerte de Cecilia, en la penumbra de aquel balcón él aún la extrañaba… ¡ay, cuánto la extrañaba! La extrañaba como jamás había extrañado a nadie, la extrañaba como se extraña a pocas personas en la vida, con el corazón en la mano, con un nudo en la garganta y los ojos llenos de lágrimas. La extrañaba tanto que el dolor le calaba los huesos, extrañaba el calor de sus labios y la dulzura de su cuerpo, la pena en lo más profundo de su interior le pasaba la factura a su alma, alma con la que la añoraba, el corazón a medio suspiro le gritaba que aun la amaba.
Ella también lo amó, con ese amor profundo que te desnuda el corazón y te cala los huesos. Ninguno de los dos nunca lo dijo, pero se amaban, los ojos de las personas jamás mienten.
Ella no podía extrañarlo, ya no sentía… ya no vivía. Y a él no le quedaba más que permanecer en aquel balcón, acompañado de nostalgia, soledad y el recuerdo inmarcesible de ella.
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¡Gracias!
Muy relato erótico bella, pero cuando pones imágenes que no son tuya debes poner la fuente. aquí te dejo una guía para el uso del markdown que te ayudara a mejorar en tus publicaciones.
https://steemit.com/spanish/@lilttlejoel/la-ultima-guia-para-alineacion-de-imagen-y-links-en-markdown-conviertete-en-un-profesional-ahora-con-estos-sencillos-consejos
Gracias por el apoyo y sobretodo por la información, muy util
hola.
tienes una creatividad para fantacear que muchos envidiarian.
fecilitaciones y exito.
Ey Ligia, de vez en cuando me ánimo a leer éstos post, son un poco entretenidos y diferentes a lo que yo hago. Sin embargo estás invitada a mi blog... ¡Unidos somos más fuertes!
¡oye! lei un par de tus post, son muy buenos, me gustan mucho. gracias por tomarte el tiempo de leer el mio.