Amables, acá dejo un texto breve; una crónica de los recuerdos. Fue publicado con mi autorización en revista física (Educarte es arte) y posteriormente en http://educarteesarte-elhogar.blogspot.com/, una revista digital editada en la ciudad de Cumaná Venezuela.
Uno de los tesoros más hermosos que guardo en mi memoria son las tardes de empanadas con la abuela. Una magia festiva envolvía aquellos momentos deliciosos, magia acentuada en el instante cuando paladeaba aquel primer bocado de sabor y aroma irrepetibles.
Era un ritual hermoso que comenzaba con la escogencia de un trozo de queso blanco, no muy salado, fresco; seguía la preparación de la masa con harina de maíz y harina de trigo, una pizca de sal y un guiño de dulce, generalmente papelón, sobada con fervor para ‘darle el punto’.
Meticulosa la abuela, de rígido turbante, iba preparando todo con diligente sonrisa y un son casi imperceptible que brotaba de sus labios, traducido en ritmo de polo o galerón. En una mesa grande distribuía los ingredientes. Las manos diestras iban dado forma a las empanadas y de vez en cuando un tirón a una manita intrusa que entraba furtiva en el tazón del queso rallado.
Aquellas manos mágicas de la abuela, las mismas que hacían los buñuelos, iban de la mesa a la paila y volvían a la mesa con el manjar servido, un pocillo de chocolate claro. Y nosotros gozábamos del derecho de pedir otra medialuna.
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