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Esa noche estaba realmente agotado, sucedía que el trabajo empezaba a producir una gran carga en mi cuerpo, obviamente era natural pensar que lo más correcto sería acostarme a dormir y olvidar la pesada noche, pero en ese momento, en ese preciso instante cuando revisaba aquel pequeño libro sin hojas, fue cuando llegaste a mi como por arte de magia, y eso sinceramente fue lo mejor que me había pasado hasta entonces.

Pasaban lo días y el peso de una causa justa comenzaba a alejarme de ti. Era difícil ocupar tantas tareas y aún así tener un poco de tiempo, para dedicarte al menos un momento prudente para hacer tu día feliz. Fue lamentable por supuesto, era un calvario aquella intriga constante aunado a la imposibilidad de tocar tus labios y saborear tu cuerpo, era mi pesadilla y tenía que despertar, tenía que convertir esas ideas que te profesaba, durante las largas madrugadas de conversaciones distantes, en al menos una sola noche de deseos cumplidos; yo quería tenerte como esa tarde, como aquella otra...

Llorabas, sí, pero se que no era por mi que lo hacías. Tú llorabas por miedo a estar sola, llorabas por miedo a ti misma, llorabas porque así lo ameritaba, pero para serte sincero: siento que quizás en cierta forma yo también lo hice, la gran diferencia, es que yo logré comprenderlo a tiempo. Poco después para mayor flagelo a mi ser, tornaste las que otrora fueron amenas charlas en repetidas frases vacías, y sumida en tu propio foso de dolor me acercabas a sufrir la misma caída, fue entonces, y solo entonces, cuando decidí que el tiempo sería buen canalizador de tus sentimientos; quizás erré al no discernir que acabaría alejándote para siempre, eso me costó aceptarlo, y la herida derramará sangre por mucho tiempo, pero decidí volverme mas consciente y aceptar que realmente no eras para mí, fue entonces, y solo entonces, cuando pude decir adiós.