El Maestro de las Palabras - Parte I

in #cervantes3 years ago

"El Maestro de las Palabras" es una pequeña saga de una historia de amor frustrada. Una que duró poco existiendo pero mucho terminando. El Maestro de las palabras es una persona y son muchas. Es el ideal que en ese momento buscaba y cada que quería encontrar se desdibujaba. Pensé en traducirla al inglés, pero también me puse a pensar si no pierde esa "transparencia" y honestidad de estar en su idioma original. Espero que lo disfruten.
-Chereside

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Conocí al Maestro de las Palabras casi por equivocación, en una estación de tren en la que no debí haber estado.

Llevaba tres horas esperando al que, de haberse presentado a nuestra cita, podría haber sido el amor de mi vida. Me debatía entre el orgullo y la última esperanza cuando lo vi. Se bajó del segundo vagón, cargando consigo un maletín marrón. Era alto, delgado, y el pelo rubio rizado le caía apenas por encima de los lentes de marco grueso. Captó mi atención en seguida.

Su maletín se abrió y de él salieron decenas de papeles que se desparramaron por el andén. Más motivad por la necesidad de escuchar su voz que por la de ser generosa, corrí a socorrerlo. Ahí fue cuando lo leí por primera vez. Un manuscrito rápido, en una cursiva despatarrada, que narraba el inicio del cuento más interesante que había leído jamás.

El efecto fue hipnótico e inmediato. Sonara ridículo para cualquiera que lo escuche, pero comencé a amarlo en el exacto momento que mis ojos se posaron en aquellas palabras.

Me miró, sonrió y me agradeció. Guardo sus papeles, apresurado, y se retiró sin mirar atrás. Ser su musa se convirtió en mi prioridad, desde ese día.

Por supuesto que existía el pequeño detalle de que no sabía quién era. Soñaba despierta con encontrarlo de vuelta y preguntarle su nombre. En algún lado había escuchado que vemos a las personas por lo menos dos veces en toda nuestra vida, y pensaba corroborar la hipótesis.

Por supuesto, algunas hipótesis necesitan ayuda. Me paré cada tarde por las siguientes tres semanas en la misma estación de tren, a la misma hora. Con suerte, el Maestro de las Palabras volvería a pasar por ahí y podría averiguar su identidad.

Una fría tarde de junio, lo vi regresar en el mismo tren. Tapé mi rostro con la bufanda, como si el pudiese notar que estaba ahí solo para mirarlo. Llevaba una camisa a cuadros y el mismo maletín gastado, que volvió a abrirse. Antes de poder pensar en que no era la más disimulada de las ideas volver a ayudarlo, mi cuerpo ya se encontraba arrodillado en el suelo, intentando atrapar los trozos de papel que se volaban con el viento.

Me sonrió agradecido nuevamente y rogué que se acordara de mi. Nunca fui el tipo de chica que se recuerda con la primera impresión, por lo que no me sorprendió que se levantara sin decir otra palabra y se fuera.

Resuelta a ser la campeona de las ideas estúpidas, lo seguí. Atravesamos juntos pero separados las calles de la ciudad, siempre guardando cautelosa distancia el uno del otro. Finalmente se detuvo frente a un café.

Entro y tomó asiento junto a una ventana. Decidí entonces fingir que de casualidad el destino nos había vuelto a juntar y entré minutos más tarde, me senté en una mesa con vista estratégica y ordené un cortado en jarrito.

El Maestro estaba escribiendo, por supuesto. Miré embelesada cómo su lapicera resbalaba por el papel como si de rayas se tratara. Pude observar que no tachaba, no releía, solo escribía y escribía en lo que pareció no tener fin. Creo que tarde media hora en apartar mi vista, que iba de su mano a su rostro, de su rostro a su cabello. El cortado estaba helado.

Finalmente, cerró su cuaderno. Levantó la mirada, yo bajé la mía. Pagó lo que había tomado y se paró. Mi corazón se desbocó cuando pasó delante de mi mesa. No me miró siquiera. Ahí iba otro cuento de hadas, a la basura. Lo observé alejarse y volví mi atención hacia la mesa. Había sobre el mármol un papel que antes no estaba.

Lo abrí, lo leí y me emocioné al ver que en su interior había algo escrito en la conocida cursiva despatarrada: «4.35 pm».

No necesité más. Al día siguiente me presenté puntual y al café y tomé asiento en el mismo lugar donde él había estado sentado.

4.35 exactamente la puerta se abrió y vi sus lentes gruesos apuntando a mi dirección.

El corazón me latió hasta casi estallar mientras él se acercaba a la mesa.

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Espero la parte 2 😀

Gracias por leer!!! <3